Maraña de ocupación
Dos de los problemas centrales del cine mainstream norteamericano contemporáneo son la falta de variedad y las buenas intenciones que quedan en nada: el primer factor tiene que ver con la paranoia con respecto a la piratería y el fetiche para con el marketing segmentado -y a la vez con pretensiones cada vez más masivas- de los grandes estudios y productoras, quienes por cada tanque de nuestros días -en especial esos bodrios de superhéroes- dejan de hacer diez films que podrían sabotear un poco la uniformidad, y el segundo ingrediente está relacionado con cierta incapacidad paradigmática de esta etapa en lo que atañe a redondear historias con peso propio, que no resulten derivativas y que permitan -desde lo narrativo intrínseco pero también desde el discurso de fondo- un desarrollo mínimamente complejo, con carnadura, aprovechando los eventuales estereotipos en vez de sólo depender de ellos.
Un claro ejemplo de buenas intenciones desperdiciadas es la película que nos ocupa, La Rebelión (Captive State, 2019), una de las experiencias más frustrantes que haya entregado el cine de ciencia ficción reciente: la obra respeta las historias de invasión extraterrestre pero apuesta a una dinámica coral y una metáfora de “país ocupado” símil resistencia/ cómplices locales; planteo general de lo más ambicioso que hasta se agradece que sea de izquierda ya que incluye una denuncia de las mentiras estatales, el aparato de represión montado, el hambre en las calles y la vigilancia constante desde los engranajes del poder, siempre dispuestos a desmantelar cualquier indicio de rivalidad o célula de oposición social mediante esas tradicionales estrategias de manipulación masiva o la infaltable andanada de castigos, torturas y “acciones de inteligencia” contra los adversarios que osen manifestarse.
No obstante la presente propuesta es increíblemente atolondrada a nivel dramático y se la pasa saltando de un personaje a otro de manera compulsiva y a pura confusión sin despertar verdadero interés en aunque sea uno de ellos o terminar de redondear cuál sería el objetivo macro del relato más allá del retrato -algo escuálido y casi a tientas- de un atentado contra los alienígenas y sus socios humanos. Si bien resulta interesante la jugada del director y guionista Rupert Wyatt, el de la excelente El Planeta de los Simios: Revolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011) y la pasable El Jugador (The Gambler, 2014), de evitar la típica película de acción del rubro y volcar el asunto hacia los thrillers políticos o la denuncia testimonial -salvando las distancias- de La Batalla de Argelia (La Battaglia di Algeri, 1966), en realidad no logra su cometido y cae en una medianía a veces bastante aburrida.
En esta maraña de ocupación caben un John Goodman que interpreta a un testaferro de los bichos y se dedica a cazar a “terroristas” que ansían la liberación, un Ashton Sanders -aquel de Luz de Luna (Moonlight, 2016)- que termina militando en la resistencia y hasta una Vera Farmiga como una prostituta que recién durante el desenlace dilucidamos qué papel juega en todo esto, cuando sinceramente ya no nos importa demasiado quién es quién porque no hubo desarrollo de personajes a lo largo del metraje y las oportunidades de elevar la tensión se fueron desvaneciendo. La película trabaja con relativa solvencia cuestiones tales como el encierro, la incomunicación, la angustia, los secretos y la pérdida de la dignidad por la persecución de un estado policial que se parece tanto a la Alemania nazi como a los Estados Unidos de hoy en día, sin embargo la potencia política no se traduce en una epopeya mundana de intransigencia eficaz a escala narrativa, algo fundamental cuando se pretende reemplazar la pomposidad hueca mainstream con un humanismo atento como el presente…