Disquisiciones culinarias.
Frente a una película tan encantadora y amena como Chef (2014), uno no puede más que sentir admiración por Jon Favreau, un cineasta que definitivamente sabe lo que quiere y que ha logrado desembarazarse de proyectos gigantescos para materializar este pequeño “capricho” semi independiente. El hombre detrás de la simpática Cowboys & Aliens (2011) y de las dos primeras entradas de la franquicia de Iron Man, las cuales por cierto superan a la ridícula tercera parte, construye en esta oportunidad una suerte de “feel good movie” que esquiva en buena medida la arquitectura sentimentaloide de las comedias románticas y se juega de lleno por planteos de índole laboral como no se veían desde hace mucho tiempo.
De hecho, el compromiso del neoyorquino para con su opus se traduce en una multiplicidad de tareas (aquí dirige, escribe el guión, produce y protagoniza) y en una tendencia orientada a usufructuar su posición de privilegio en Hollywood con vistas a reunir un elenco de “estrellas” (en esencia para garantizar la distribución mundial del film). Favreau interpreta a Carl Casper, un chef de un restaurant de Los Angeles que desea aprovechar la visita de Ramsey Michel (Oliver Platt), un crítico gastronómico on line, para ofrecer un nuevo menú. La negativa de su jefe Riva (Dustin Hoffman) deriva en un plato tradicional, una nota desfavorable y un enfrentamiento con Ramsey que le termina costando el trabajo a Casper.
A pesar del apoyo ocasional de sus compañeros Martin (John Leguizamo) y Molly (Scarlett Johansson), Carl entra en una crisis pronunciada de la que sale mediante la intervención de su ex esposa Inez (Sofía Vergara), quien consigue que su primer marido Marvin (Robert Downey Jr.) le facilite un “camión de comidas” para alcanzar esa libertad creativa que tanto anhela. Así las cosas, junto a Martin y su hijo Percy (Emjay Anthony), decide viajar desde Miami hasta Los Angeles a bordo del vehículo en plan de “volver a las raíces” y vendiendo sándwiches cubanos. Con elementos autobiográficos, metáforas que apuntan al cine y un enorme amor por la cocina, Favreau expone los sinsabores de una carrera muy heterogénea.
Mientras que la primera parte funciona como una comedia de desarrollo profesional, la segunda mitad recupera a las road movies de “descubrimiento familiar”, hoy centrándose en la relación de Carl con Percy. El realizador enfatiza sutilmente una fotografía preciosista de primeros planos culinarios y una banda sonora con mucho jazz y salsa, ítems trabajados con eficacia dentro de una cosmovisión sencilla volcada hacia las disquisiciones acerca de los envites del ámbito circundante y el rol de las convicciones personales en nuestro vivir. Favreau cita tanto a Big Night (1996) como a Ratatouille (2007), y si bien no llega nunca al nivel de aquellas, por lo menos predica con el ejemplo y se mantiene fiel a su humildad…