Pocas ideas en una nueva historia de zombis, sólo apta para fans de Romero
Aunque George A. Romero no los toma muy en serio, muchos seguidores de su obra, en especial de la larga serie dedicada a los zombis, están convencidos de que sus películas no hablan sólo de muertos vivos y que siempre bajo la cáscara aterradora de sus truculentas y sarcásticas historias se desliza una mirada crítica o paródica sobre el estado del mundo real (la tensión racial, el choque entre ricos y pobres, la violencia exacerbada o el desencuentro generacional). En esta sexta entrega de la serie, donde los zombies parecen haber perdido ímpetu y presencia, encontrar tal alegoría resultará algo más complejo, salvo que se acepte como tal la idea -por cierto no muy novedosa- que se expone sobre los sugestivos planos del final: en un mundo dominado por un eterno nosotros versus ellos, pronto se olvida quién empezó la guerra y por qué; sólo quedan las banderas y es "en nombre de esas estúpidas banderas" que la lucha continúa. También es posible que alguien -inspirándose en el origen de los dos clanes que, enfrentados por sus opiniones de cómo resolver el problema de los zombies, están en el centro del relato- quiera ver una alusión a las divisiones entre irlandeses, o aún a las que se han acentuado en la vida política norteamericana.
Alegorías aparte, hay que decir que los zombis ocupan aquí casi un segundo plano, prácticamente no producen sobresalto alguno, conservan el mismo apetito de siempre y siguen siendo vulnerables cuando hacen blanco en sus cabezas (hay sobredosis de escenas que lo ilustran), aunque son ellos la causa principal del conflicto. Aquellos miembros de la Guardia Nacional que en Diario de los muertos se cruzaban en el camino del equipo de filmación están de regreso y gracias a un clip que ven en Internet se enteran de la existencia de una isla frente a Delaware, que está prácticamente libre de zombies. Pero lo que encuentran son dos clanes irlandeses en feroz enfrentamiento, porque sostienen distintas ideas respecto de los muertos vivos: los O'Flynn creen que hay que exterminarlos, sin más trámite; los Muldoon prefieren mantenerlos con vida, por lo menos a los más allegados; y si es posible cambiarles la dieta (que coman carne, pero de animales) a la espera de que alguna vez la ciencia descubra el remedio salvador. Entretanto, siguen matándose entre ellos. Hay bastante sangre, muchos cadáveres, algún humor y pocas ideas. Salvo quizá que todo esto transcurre en un ambiente de western, aunque no se sabe muy bien por qué.