Destruyendo la mentira
La reencarnación (Incarnate, 2016) es uno de esos productos que ayudan a poner en primer plano la necesidad de heterogeneidad en el terror contemporáneo: estamos ante una obra disfrutable que aprovecha cada uno de sus componentes de la mejor manera posible, siempre apuntando a respetar al espectador.
Así como la industria norteamericana es la responsable excluyente del culto a la repetición y la mediocridad ad infinitum, también en ocasiones nos regala productos tan simpáticos como el que hoy nos ocupa, La reencarnación, un trabajo que hace del tono trash, la mezcolanza de referencias y la excelente interpretación de su protagonista, el gran Aaron Eckhart, sus principales virtudes. Aquí nos topamos con una estructura básica de posesión diabólica símil El exorcista (The Exorcist, 1973), esa posibilidad de penetrar en los sueños/ el inconsciente vinculada a opus como El Origen (Inception, 2010), y un grupito de investigadores paranormales un tanto bizarros que nos remiten a Poltergeist: juegos diabólicos(1982), La noche del demonio (Insidious, 2010) y otras creaciones semejantes.
Curioso como suena, el director Brad Peyton y el guionista Ronnie Christensen, cada uno artífice de una generosa tanda de desastres pasados, en esta oportunidad parecen haber aprendido la lección y/ o simplemente tener buen gusto para el horror. La historia gira alrededor del Doctor Ember (Aaron Eckhart), un hombre que cuenta con la singular habilidad de introducirse en la mente de las personas poseídas para destruir las patrañas que los engendros del averno les hacen creer a los sujetos, con el fin último de traer a la realidad a las víctimas y así salvarlas. El “paciente” de turno es Cameron (David Mazouz), un niño que cayó presa de Maggie, una entidad que ya tiene unas cuantas muertes en su haber, entre las que se encuentran la esposa y el hijo del apesadumbrado Ember. En todo el asunto hasta interviene el Vaticano vía una representante especial, Camilla (Catalina Sandino Moreno), que pasa a mediar entre Ember y la progenitora de Cameron, Lindsey (Carice van Houten).
La idiosincrasia anticondescendiente y el interés por el desarrollo de personajes -por sobre el berretismo de los jump scares cronometrados- son elementos que le juegan muy a favor a la propuesta ya que permiten conocer a fondo a los distintos involucrados y efectivamente preocuparse por su destino, un enclave que se sitúa próximo a los rasgos y las motivaciones (esas mismas que nunca terminamos de descubrir en la enorme mayoría de los productos mainstream de la actualidad). En este sentido, Peyton acierta al privilegiar la agilidad narrativa y el desempeño apasionado de Aaron Eckhart, un actor que calza perfecto en el andamiaje del relato porque “maquilla” el trasfondo desvergonzadamente exploitation de la trama en general. La reencarnación es una película muy digna que recupera aquella noción setentosa del terror que vincula al poder con los parásitos que se alimentan de los crédulos a través de sonseras y mentiras… cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.