En medio de la noche, un corte de luz asusta a Robertina, quien como una reina encerrada en las alturas de su palacio, se levanta de su cama atemorizada, baja las escaleras y despierta a la mujer que trabaja en su casa para, aunque sea, compartir su miedo con ella. La escena finaliza con la llegada de una liga de la justicia humanizada y a la altura de la situación: cuatro hombres de una empresa de seguridad (el primero de muchas PNT de Prosegur) quienes consiguen tranquilizar a la dueña. De este comienzo penumbroso digno de cualquier thriller psicológico veremos como la fobia y el temor en esta reconocida actriz de teatro será una constante en su rutina diaria. Sin embargo, la psiquis de Tina se mantendrá siempre hermética al espectador quién guiado por su propia interpretación deberá unir con puntos las impulsivas reacciones de la protagonista para descifrar o por lo menos, imaginar que oculta tan compleja personalidad porque a fin de cuentas, poco se sabe qué es aquello tan horrible a lo que le teme o por lo menos, cómo se las ingenia para superar ese temor -si es que logra superarlo en alguna instancia del filme-.
Está bien, hay innumerables saltos de tensión y ansiedad en la explosiva actuación de Valeria Bertuccelli que uno creería que tienen explicación en las mil y un circunstancias que la oprimen: una obra a punto de estrenar hasta el momento sin rumbo estético ni narrativo, un mejor amigo que llama desde Copenhague para comunicar su delicado estado de salud, un marido que ni bien acaba de casarse ya armó la valija para irse y otras cuestiones domésticas protagonizadas por “siervos y criadas” que subrayan sutilmente la culpa de la clase media-alta. No obstante, visto desde afuera esa sensación que envuelve a la actriz -que siguiendo la dudosa directriz marcada por el título llamaremos “miedo”- resulta exagerada y hasta diría caprichosa. Por eso, a medida que nos interiorizamos en la compleja personalidad de “Tina”, lo que en la escena inicial coqueteaba con el suspenso, con el transcurrir de las escenas tomará formas cercanas a la comedia dramática.
Más allá de la valorable ambición de Bertuccelli por haber querido encarar el filme desde tres lugares distintos, poniendo el cuerpo tanto delante como detrás de cámara, La Reina del Miedo -por cierto, premiada en el Festival de Cine de Sundance- termina siendo una historia que va a la deriva, distraída como la protagonista, que se enrueda la lengua de tanto hablar de lo mismo y que al llegar a la segunda mitad flaquea al no poder cerrar todas las ventanas que había abierto. Por eso, frente a lo ambiguo del final lo mejor es tomar la película como un atractivo envase para el sobrio unipersonal de esta actriz que conoce en carne propia las inseguridades que se ocultan detrás del telón, a veces, las mismas inseguridades que consiguen abrirlo.
Por Felix De Cunto
@felix_decunto