Una expiación tercerizada.
La cartelera argentina es un tanto limitada en lo que respecta a la oferta de cine francés, ya que -de acuerdo al período sopesado- casi todo se reduce a un predominio de las comedias por sobre los dramas o viceversa. Esto por supuesto no implica que de vez en cuando nos topemos con propuestas de otros géneros, por fuera de las dos fuerzas conductoras más distintivas del cine galo, pero resulta indudable que las distribuidoras autóctonas gustan de adquirir películas que responden a lo que consideran que el público local espera de aquellas latitudes, clichés en materia de “consumo cultural” mediante. Ya sea por adoctrinamiento comercial, tradición fosilizada o falta de una verdadera apertura, el ciclo tiende a repetirse.
Ahora bien, dentro del apartado trágico históricamente una de las grandes vedettes ha sido la vertiente sádica, suerte de garantía en tiempos remotos de selección en festivales, una mini polémica y un plus interesante en boletería. El problema principal de La Religiosa (La Religieuse, 2013) es que llega muy tarde al tren de los debates y/ o controversias de ocasión, específicamente en torno al sustrato temático: hablamos de la tercera adaptación de la novela homónima de Denis Diderot del siglo XVIII, un ejercicio iluminista contra la práctica social de desembarazarse de determinadas señoritas bajo el halo de la existencia monástica y la hipocresía de la Iglesia Católica, una institución de control autolegitimante.
Claramente la que se llevó el privilegio de haber despertado condenas varias -allá lejos y en su época- fue la soporífera versión de 1966 de Jacques Rivette. Ya para la relectura de 1986 a cargo del delirante de Joe D’Amato todo había mutado en orgías sadomasoquistas intra convento, léase “nunsploitation”. Hoy la estructura es más rígida si la comparamos con la de las anteriores: aquí seremos testigos del calvario que padece Suzanne Simonin (Pauline Etienne), una hija ilegítima a quien su madre asigna como “expiadora oficial” de su culpa producto de un amorío. Por más que la joven repite incansablemente que no desea tomar los hábitos, su entorno familiar y sus futuras colegas le exigen que se convierta en una monja.
En esta oportunidad los castigos nunca llegan a superponerse porque se dividen según la Madre Superiora de turno, así tenemos la dimensión psicológica (Madame de Moni), el baluarte físico (Supérieure Christine) y una mixtura de ambas vía el ingrediente sexual (Supérieure Saint-Eutrope). Lo único que enmarca la actuación de Etienne y la dirección de Guillaume Nicloux es la mediocridad, la cual a su vez obedece a un pulso apesadumbrado que termina aburriendo en función de este bucle de una irreverencia individual/ tibia y una contraofensiva clerical/ salvaje. Por suerte la obra levanta un poco el nivel en su último tramo gracias al trabajo de una Isabelle Huppert muy inspirada y un desenlace sardónico…