Cuando el film empieza, vemos a una pareja que no parece tener razones para separarse excepto una clave: la construcción del futuro. A lo largo de quince años se han visto y apoyado pero algo ya no sucede ni se da entre ellos. La separación sería sencilla, si no fuera porque la hija de ambos resulta ser rehén.
En este dramático (y sin acudir a golpes bajos) drama vemos cómo se articula en una sociedad musulmana el rol de la religión, del honor y de la mujer. Tantas ideas que podemos tener sobre la opresión, se van borrando para ver a mujeres de carácter e ideales, que pueden tener un universo a su alrededor. La sutileza del relato, de las expresiones de las mujeres, de la desesperación es lo que nos va enseñando hasta donde vamos.
Los hombres aparecen como seres casi irracionales, en un estado tan extremo que son torpes en sus razonamientos, algo tercos y con pocas posibilidades de salir adelante. Las razones que parecían no existir aparecen y son como un baldazo.
Leila Hatami (Simin), quien ya es una figura importante del cine iraní y que ha nacido entre sus sets (hija de un director y una actriz) nos da una mujer sensible, decidida y que aparece como figura clave de la resolución del conflicto. No es tan sumisa como parece ni tan caprichosa en sus decisiones. Logra crear a un personaje que siempre parece saber más de lo que dice y funciona de una manera increíble. Casi como espiar a un ser real y no a un personaje.
Su contraparte femenina es la preciosa Sareh Bayat (Razieh), que es su primera película pero logra imprimir ese infierno interno de una mujer que se siente en falta todo el tiempo. La escena en la que acepta un trabajo que su marido no sabe que va a realizar y tiene que tocar a otro hombre y decide llamar para consultar si es un pecado, es soberbia. Nos pinta al personaje sin demasiada necesidad de más. Y tiene una belleza para llenar la pantalla.
La música y ambientación completan con poco que dice mucho: entornos que resultan realistas pero poco acogedores: casi no hay familias en este film, sino un conjunto de seres que intentan sobrevivir juntos y la música bien utilizada sin demasiada necesidad de endulzar momentos, pero agregando el drama justo.
Asghar Farhadi articuló una obra perfecta. De un ritmo hipnotizante y un guión que casi no usa silencios. La imagen final, con créditos inclusive, donde el cuadro está absolutamente equilibrado y dice todo es el cierre perfecto. Como dice la canción, no queda más que viento.
Una película para llenar salas amén del Óscar que se llevó. Anoche cuando fui al cine, la función principal (de las 22.30) estaba agotada. Eso sólo ya debe hablar de la obra que es.