Errante en las sombras:
El plano general nos presenta al fondo los cerros áridos de la cordillera y frente a nosotros la ruta que parece hundirse en ellos. La profundidad de campo permite observar en la lejanía la silueta de una mujer desdibujada con el paisaje que camina a la vera de la ruta en dirección a nosotros los espectadores, mientras la voz en off recita un poema que habla del infierno de esas tierras, de muerte y resurrección. El camino que atormenta con las inclemencias de un clima de marcada amplitud térmica entre el día y la noche hace presente entonces la metáfora del viaje interior del héroe que se adentra solo y traicionado en un territorio áspero, donde deberá luchar contra las oscuras tentaciones de su pasado para luego emerger transformado. Este es el marco que da comienzo a La sequía (2019), primer acercamiento a la ficción del realizador, documentalista y periodista argentino Martín Jáuregui.
La película cuenta con la originalidad técnica de haber sido filmada utilizando la energía proveniente de paneles solares y minimizando el impacto ambiental de rodaje sobre el medio. En ella no deja de estar presente el vínculo con la geografía de nuestro país, ya que tanto el paisaje como el misticismo catamarqueño (fue rodada en Fiambalá) cumplen un rol fundamental en la narración, acompañando y dando sentido al periplo de la heroína.
Fran (Emilia Attias) se interna en soledad por el desierto reseco, bajo el sol abrasador, con su vestido de fiesta metalizado, su maquillaje, su cartera y sus sandalias de tacón. Es una actriz famosa que abandona repentinamente una fiesta de celebridades locales al enterarse de que su pareja y manager no solo se aprovecha de ella económicamente sino que también la engaña. Sobre los motivos de su huída, el director no opta por el tradicional recurso de reponer información mediante el flashback, sino que hace surgir voces fugaces y poco entendibles que retornan y retumban en la cabeza de Fran, dando cuenta de discusiones.
Los planos generales ilustran la pequeñez de la actriz en estos páramos, que contrastan con la infatuación de su yo en las cámaras de televisión. Aquí está físicamente sola, como lo estaba antes también, pero el torbellino de las luces del espectáculo y los fans numerosos, esa pura cháchara vacía, se revelan como un modo de tapar el silencio de la soledad. Recuperar el silencio andando por el desierto le permite volver a pensar en sí misma. La inserción de primeros planos dan cuenta de las sensaciones corporales de calor, sed, frío o agotamiento así como de los estados emocionales de extravío, angustia, enojo o pavor, añadiendo dramatismo.
Poco a poco Fran se va despojando de sus bienes: primero sus sandalias, sus ropas, su maquillaje y hasta sus tarjetas y su celular que son completamente inútiles en este paraje alejado. El desierto en tanto páramo es una representación posible de lo femenino en tanto intocado, inaccesible, inlocalizable e indomeñado por el amo, por el significante fálico. Fran en su extravío y confusión con el desierto mismo, así como en esa sequía de los bienes, da cuenta de una mujer que se desprende de los atributos y brillos fálicos con que la histeria se reviste para causar el deseo del otro; para orientarse hacia la esencia de lo femenino (como más allá del falo) y encontrarse con la alteridad en sí misma para sentir ese goce en el cuerpo intransferible al orden de las palabras.
El drama íntimo de la protagonista en clave realista se hibrida con el registro fantástico mediante animaciones de las constelaciones o de las nubes con sus formas en los cielos así como con las apariciones intempestivas de su manager (Adriana Salonia), a las que Fran no responde con palabras sino con gestos pantomímicos. Se trata de una figura demoníaca del pasado que busca seducirla para que retorne a la vieja vida, caracterizada por el negro y la frivolidad de sus comentarios que apuntan a la explotación permanente de la imagen de la actriz. La respuesta de Fran es ahuyentar, ignorar y luchar contra esta fuerza de atracción que sigue viva. Este personaje tiene su contracara en el joven lugareño Anselmo; simple, auténtico y conectado a la tierra, que le ofrece cuidado y protección. Ambos tienen el estatuto de apariciones, de señales, de representantes del mal y del bien como debate interno de la protagonista en cuanto a qué camino tomar en la vida.
La lectura en clave religiosa se apoya por los planos detalle de las tumbas del cementerio y de las estatuillas de santos o figuras míticas de devoción popular y en los ritos y mitos locales mencionados por los lugareños que encuentran y sostienen a Fran en momentos de desfallecimiento. Y también por la música con tañidos que marcan un clima enrarecido y esotérico. Fran es una heroína con características crísticas, donde el agua que la baña es signo de la purificación interior de la vida mundana y de los dolores; donde el periplo es metáfora de la muerte de la estrella, del personaje creado para otros, para que renazca otra nueva desde el vacío de ser.
La sequía deja la sensación de un material que podría haberse aprovechado mejor dando mayor profundad dramática del conflicto interno de la protagonista y con una mejor instrumentación de los elementos del registro fantástico, sin caer en reiteraciones. No obstante, las intenciones del director son acertadas en lo que hace a la riqueza del contenido de la caminata como viaje de transformación interior así como en la transmisión del clima de pueblo apartado y extraño, aprovechando la estética fotográfica que las locaciones de rodaje proporcionan.