Triángulo de amor bizarro
En consonancia con la reincidencia de gran parte del cine actual sobre temas y mecanismos narrativos que se repiten en cada opus individual desde la lógica del marketing y casi nunca desde el ideario cultural/ creativo, en La Sirena (Rusalka: Ozero Myortvykh, 2018) el realizador Svyatoslav Podgaevskiy vuelve a hacer exactamente lo mismo que hizo en ocasión de su trabajo previo, la también floja La Novia (Nevesta, 2017), y por supuesto no es de extrañar que vuelva a desperdiciar el sustrato folklórico ruso que recorre la trama para adaptarlo a los criterios empobrecedores y los estereotipos de la versión estadounidense de la comarca de los sustos, a pesar de que una vez más haya rodado el film en la tierra de los cosacos. La anomalía de tener entre manos una película de género de tan distantes latitudes termina licuada por los facilismos de siempre del ya vetusto J-Horror modelo Hollywood.
Así como antes el director y guionista nos informaba durante los primeros minutos del metraje de La Novia las características que tomó en Rusia la tradición global de la fotografía post mortem, con el detalle de dibujar ojos en los párpados de los difuntos y la idea de que el negativo condensaba el alma del fallecido como rasgos principales, ahora tenemos la variante local del antiquísimo mito de las sirenas, las cuales según el folklore ruso viven en lagos, arrastran a las profundidades a los hombres ingenuos que caen bajo sus encantos y conducen a la locura a todos aquellos que se resisten, con la aclaración adicional de que la única forma de esquivar el lastre de la obsesión romántica es ofreciéndole a la señorita en cuestión lo que uno más ama, léase algún pariente o allegado o pareja que funcionaría como un sustituto de ese condenado a muerte por un triángulo de amor bizarro.
Nuevamente la historia arranca en el terreno de las leyendas vernáculas y pronto vira hacia la parafernalia estándar de los fantasmas vengadores/ furiosos, cuyo exponente de turno es la pobre Lisa Grigorieva (Sofia Shidlovskaya), una chica a la que -muchos años atrás- su prometido abandonó para casarse con otra mujer, lo que provocó que los maté a ambos y en plena huida de la turba popular reglamentaria se arroje a un lago para ahogarse y de golpe transformarse en un espíritu en pena con largos cabellos, capacidad de mutar su rostro en una criatura bien horrible y la esperable “destreza” de aparecerse donde quiera y cuando quiera para torturar a sus víctimas jugando con la percepción (de hecho, este sería el único punto que Grigorieva comparte en serio con las sirenas clásicas). Hoy el hombre encantado es Roma (Efim Petrunin) y los encargados de intentar salvarlo son su amigo Ilya (Nikita Elenev), su hermana Olga (Sesil Plezhe) y su prometida Marina (Viktoriya Agalakova).
Podgaevskiy desparrama tantos jump scares muy poco originales y demuestra tan poca habilidad narrativa, acumulando durante los últimos 40 minutos una verdadera catarata de desenlaces falsos, que uno pasa de la curiosidad inicial al tedio por la sobreutilización de recursos que bien administrados podrían llegar a mantener alta la bandera de los motivos retóricos quemados aunque aún dando batalla, en línea con -por ejemplo- la reciente La Monja (The Nun, 2018). A pesar de que se agradece el regreso de la bella Agalakova, la protagonista excluyente de La Novia, y en general la atmósfera y el diseño de producción están bastante bien, lo cierto es que resulta demasiado frustrante que el realizador vuelva a desaprovechar la dinámica sexual/ erótica del tópico de base, las sirenas, y que no logre redondear un producto un poco menos remanido, naif y automático y con algún concepto novedoso o escena en verdad eficaz, que salga de la medianía deprimente de la propuesta…