Sombras y expiación:
Román (Lautaro Delgado Tymruk) sale transitoriamente de la cárcel. Recientemente ha fallecido su padre, quien fue comisario de la Policía. Al regresar a su pueblo natal es recibido de manera paternal por Barani (Claudio Rissi), colega de su padre en la fuerza policial. La llegada de Román coincide con un pueblo convulsionado, que se moviliza en las calles pidiendo respuestas por la desaparición de una joven. Este es el contexto inicial de La sombra del Gallo (2020), primer largometraje de ficción del realizador argentino Nicolás Herzog.
Román también perteneció a la Policía. Y el film, a medida que avanza la trama, nos va revelando un aspecto central de su pasado. Lo interesante es que no lo hace mediante el clásico recurso al flashback, sino que lo presentifica a partir de la perturbación emocional del protagonista y la suspensión del realismo, mediante un pasado que regresa de manera espectral en la encarnadura alucinatoria de Angélica (Rita Pauls).
El fantasma de esta joven, reaparición insistente e incisiva, no viene en plan de malvada venganza sino que opera como el catalizador de una voz de la conciencia superyoica que atormenta y coloca a Román frente a un dilema ético, pues él sabe algo de las reiteradas desapariciones de jóvenes mujeres que suceden en el pueblo.
Hay un interesante uso del color y de la música en la película; estos se van apagando ominosamente en tanto acompañan el descenso al infierno mental de Román y su pasado. Las locaciones derruidas, a la par que el énfasis en los contrastes propios del policial negro, dan cuenta de la podredumbre moral en la institución policial. Todos los elementos de la puesta en escena se conjugan de manera adecuada, creando una atmósfera opresiva que va transformando en inquietantes y siniestros todos los elementos que uno podría reconocer como del orden de lo familiar.
Por otra parte, la aparición de cruces como elemento simbólico que identifica al protagonista, así como su aspecto ojeroso y demacrado, lo constituyen en un personaje con características crísticas. Román atraviesa su pasión, carga con el peso de la culpa, que no es sólo suya sino de los hombres marcados por el patriarcado, hacia una expiación que paradógicamente no lo exime de la condena.
Nicolás Herzog se mantiene fiel a su idiosincrasia entrerriana, la cual se capta en los modismos del habla y en el retrato del pueblo chico de provincia como territorio sin ley, de atmósfera westerniana.
Hay dos escenas clave en la película. En una Román observa cómo una joven le practica una felatio a Efraín (Alián Devetac), uno de los hijos de Barani, en un descampado a la vista de sus amigos, mientras Angélica le pregunta si lo que ve le gusta o lo calienta. La otra escena involucra a Abel (Diego Detona), el otro hijo de Barani, quien se emparienta con Angélica pues su propia condición sexuada es un punto de fuga del clan machista que maneja la trata. Abel le muestra a Román un video (del cual el espectador solo capta el sonido) que muestra una situación de violencia de género, llevándolo a cuestionarse por qué tiene que ver eso.
De esta manera la problemática de la trata y la prostitución es tomada por Herzog con acierto, como una excusa para ir más allá del fenómeno y poner el foco en sus causas subyacentes. El director se anima a interrogar y cuestionar los estereotipos patriarcales de la masculinidad. Esta masculinidad se construye sobre el dominio por la fuerza, la cosificación mercantil y el desprecio hacia la mujer de generación en generación.
En un país que al día de la fecha lleva contabilizados 68 femicidios, y a días de conocerse la noticia del de Fátima Acevedo en Paraná, la película de Herzog resulta oportuna sin ser oportunista. Se trata de una obra que ve la luz luego de ocho años de trabajo y que está narrada con la honestidad comprometida de quien sabe estar a la altura de los problemas de la época y de su comunidad. El director logra así visibilizar a todas esas victimas que misterosamente desaparecen cada día en los pueblos y cuya voz no resuena en los medios de la gran ciudad. Al mismo tiempo, desvela la hipocresía de una sociedad profundamente marcada por el patriarcado y la misoginia.