Paternidad y oligarquía
Nicolás (Alain Devetac) tiene diecisiete años, vive en una ciudad pequeña de Entre Ríos, de esas rodeadas de campo, con peones obedientes, y terratenientes que se pasean en 4x4. Vive con su madre y sus hermanos, su padre no vive con ellos y tiene una familia legal en otra casa, pero aún así es su patriarca, el que provee, el que manda. Por eso decidió cual seria el futuro de su hijo mayor: estudiar medicina y encargarse del campo de la familia. Para eso realiza una pasantía en la clínica de su padre después de la escuela, y lo acompaña al campo los fines de semana para aprender de él, como se hacen las cosas.
A pesar del silencio y la obediencia de Nicolás, vemos que no está del todo de acuerdo con las expectativas que ese padre dictatorial tiene para él, tampoco él mismo parece saber qué quiere, pero a medida que transcurre la historia parece ir descubriendo qué es lo que no quiere. Encerrado en su silencio, la tensión va subiendo en su interior, se convierte en una especia de olla a presión, hasta que decide qué hacer con su vida, si seguir o no el mandato de su padre.
Daniel Veronese compone brillantemente a un padre fuerte, hostil y extremadamente machista, incapaz de tener en cuenta a los demás, ni siquiera a su propia familia.
Celina Murga una vez más demuestra ser muy buena explorando el mundo adolescente, con sensibilidad, simpleza, y sin lugares comunes. Del mismo modo logra retratar las costumbres y la idiosincrasia de una ciudad pequeña, sin que ningún personaje tenga la necesidad de explicar nada. A pesar de las pocas palabras, entendemos cuales son los códigos y normas de sus pobladores, qué esté bien y qué esté mal, qué es lo que se ve, se escucha, pero no se dice.