Sin lugar para los débiles Un documental breve en el que Sandra Gugliotta (Un día de suerte y Las vidas posibles) repasa los hechos que llevaron a los alumnos del Colegio Avellaneda a tomar la escuela por falta de obras y diversos problemas edilicios. El film arranca mostrando cómo los hechos se fueron sucediendo, la toma en sí misma y las divisiones -entre alumnos y padres, entre alumnos y el vicerrector “buena onda” y entre distintos grupos de alumnos- para llegar a un final abierto en el que, se sabe, los conflictos se seguirán sucediendo. La película tiene algunos puntos en común con Escuela Normal, de Celina Murga, pero el acercamiento es más sobre los hechos en sí y las discusiones que suscita, sin entrar demasiado en los protagonistas en particular. Se trata de un registro informativo y no demasiado profundo, pero resulta interesante de seguir por varios aspectos. Por un lado, por tener como líderes estudiantiles (y de los padres también) en todos los casos a mujeres. Por otro, por mostrar las contradicciones de la ocupación y la toma, en lugar de ponerse a favor o en contra de manera simplista. Y, por último, aunque al margen del contenido del film en sí, como dura crítica de la situación de la educación pública en la misma ciudad cuyo gobierno organizó el festival que la estrenó (BAFICI). En ese sentido, un buen síntoma de una curiosa convivencia. No sé qué opinará Esteban Bullrich al respecto…
Lucha por clases La lucha estudiantil padece una mirada sesgada por parte de la sociedad. Los medios de comunicación sólo se interesan cuando hay una medida de protesta extrema, sumado al pensamiento del común popular: “los estudiantes sólo tienen que estudiar”, lo que da como resultado una redundancia feroz. En La Toma, Sandra Gugliotta (realizadora de esa pequeña gran película llamada Las Vidas Posibles) hace un recorte de la problemática política de las escuelas secundarias, posándose sobre el Comercial Nicolás Avellaneda, situado en la zona de Palermo. Lo más interesante de todo el documental es cómo se construye este eslabón perdido; la gesta organizativa de los estudiantes, con sus aciertos y errores entendibles. La ausencia de esta parte primordial en los debates sobre las tomas de colegios que se pretenden entablar en los medios de comunicación hace ver a los adolescentes como absolutos irresponsables...
Estudiantes a luchar Sandra Gugliotta se corre de la ficción para adentrarse en el mundo de lo real. En La toma (2013), la directora de Las vidas posibles (2007) se mete en el universo del colegio Nicolás Avellaneda de la ciudad de Buenos Aires para enfocarse en una de las tantas tomas estudiantiles que ocurrieron durante el año 2010. La toma retrata de manera singular y sin la creación de héroes ni villanos la situación por la que atraviesa la educación pública porteña. Y para hacerlo se introduce dentro del mítico colegio secundario Nicolás Avellaneda, donde alumnos, padres y profesores llevaron y llevan adelante una lucha constante por las mejoras estructurales de la educación pública. Valioso como documental, La toma se aleja de la mirada mediática, que rodea a este tipo de protestas, para seguir de cerca el antes, durante y después del periodo de lucha. Mostrando las contradicciones, aciertos, desprolijidades y la coherencia que lleva a un grupo de estudiantes a tomar una decisión tan radical, y a la que muchas veces desde sectores de la derecha se juzga sin saber bien las razones lógicas del verdadero conflicto. La mayor virtud de Sandra Gugliotta es la de mostrar todos los frentes del conflicto con el mayor pluralismo posible. La actitud de los alumnos, la de los padres como también la del cuerpo de profesores con sus lados buenos y malos aparecen en el film. Están aquellos comprometidos con una causa pero también los que van sólo a clase por obligación o sin ningún tipo de interés. Cómo también los que ven una toma como un divertimento más o los que esperan que sus compañeros actúen por ellos. Pero también hay de los otros, los que luchan, se juegan, discuten con fundamentos y enfrentan a los "superiores" por una causa que creen justa y necesaria para una educación mejor. Mostrar las dos caras de la misma moneda y sin ningún tipo de panfletariado es lo que convierte a La toma en un documento único y de visión obligatoria para entender la realidad de la educación pública porteña, y que es lo que lleva a un grupo de alumnos a actuar de una forma que concentra tantos adeptos como descalificadores.
El germen de la militancia El colegio Nicolás Avellaneda fue uno de los epicentros donde se desarrollaron las modalidades de toma impulsada por centros estudiantiles en procura de una mejoría en la educación pública que fue tomada desde el discurso mediático con posturas maniqueas que tuvieron sus referentes y opinadores desde noticieros tanto oficialistas como opositores, que en lugar de esclarecer el motivo del conflicto lo empañaron y distorsionaron a niveles preocupantes. Por eso al introducir una cámara –la realizadora comenzó a registrar desde 2009- con la distancia suficiente para poder escuchar a los protagonistas se toma verdadera dimensión de la agitada y convulsiva realidad que lamentablemente llega tarde a los ojos y oídos de la sociedad, dividida por pancartas y mensajes huecos desde ambos lados y donde no se sabe demasiado qué se defiende y qué se ataca, aunque sí la expresión y la necesidad de un cambio siempre se encuentran vigentes. Este documental, La toma, arroja un manto de luz exponiendo testimonios, peleas, ideología y política sin faltar el respeto a sus adversarios pero tampoco ensayando una mirada complaciente y romántica de un conflicto que demuestra por momentos la falta de rumbo más que una dirección a seguir, a pesar de que haya voluntades inocentes y entusiastas como las que surgen en este trabajo equilibrado de Sandra Gugliotta.
Sandra Gugliota ha encarado un fértil camino dentro de la ficción con las logradas Un día de suerte y Las vidas posibles, es más hasta encaró un provechoso telefilm En nuestros corazones para siempre que pudo verse oportunamente dentro de un ciclo de la TV Pública. Habiendo probado su ductilidad, da un volantazo ahora hacia el documental con La Toma, un película de registro, de cámara casi ausente, en donde simplemente se capa lo que sucedería de todas formas aún si no hubiese una lente enfocando. De actualidad inmediata, La Toma refleja el interior de los conflictos por las tomas de colegios secundarios encaradas por los propios alumnos en plan de distintos reclamos. Lo hace a través de un botón de muestra, el colegio Nicolás Avellaneda, y exponiendo lo que nadie expone, las puertas adentro. En los últimos años, las tomas se han multiplicado, y cada vez que suceden de inmediato son tapa de diarios y noticias de último momento en la TV ; pero siempre se lo enfoca desde la subjetividad del afuera. Los periodistas opinan, le dan la palabra a unos u otros (al que y cómo a ellos les conviene), y siempre anteponen su opinión en un primer lugar, ya sea para defender o criticar la postura de alumnos, padres, y profesores que apoyan el reclamo y su metodología. Gugliota decide entonces mostrarnos lo que realmente sucede, la verdad del interior de las escuelas (aunque siempre habrá un ápice de subjetividad intrínseca que es imposible despegar), y sobre todo no recargar las tintas. Se muestra la problemática, las reuniones para decidir el qué hacer, el cómo hacerlo, el presente de la toma y todo lo que la rodea, y los momentos posteriores, los resultados. De esta manera se logra un fresco acabado para que cada uno saque sus conclusiones sin influencias, en definitiva ese es el objetivo y logro del documental. Gugliota crea un microclima, se nota algún lineamiento a seguir, hay naturalidad, y hay todo tipo de “personalidades”, los que están a favor y en contra, los que quieren sólo ir a estudiar, los que se preocupan por los reclamos, los que solo quieren divertirse, los que aprovechan para no estudiar, los que cambian para un lado y para el otro... cada uno encontrará su identificación, o no. Con una duración que escapa por escasos minutos al mediometraje, La Toma es un trabajo acabado y conciso, que sirve más como testimonio que como hallazgo cinematográfico. De todos modos, se nota la mano detrás de una directora con algunas inquietudes estéticas, y hay imágenes captadas que hablan por si sola, en donde el diálogo sobra. Directa, simple, pero a la vez profunda y analítica, La Toma es un ejemplo de eso que los medios, tanto de un lado como del otro no muestran, o pretenden direccionar para su conveniencia, cuando se logra que la cámara sea la que hable, que los protagonistas reales se muestren tal cual son, con sus aciertos, errores, virtudes y dudas, se puede hablar de un objetivo cumplido.
Durante buena parte de este año, estudiantes de diferentes colegios secundarios porteños protestaron contra la decisión del gobierno de la ciudad de aplicar una nueva currícula de estudios, homologada por el Ministerio de Educación de la Nación y que ya está en vigor en el resto del país. Ese reclamo se hizo manifiesto a través de la toma de los establecimientos, una metodología que generó no pocas polémicas en los medios de comunicación y que registra un antecedente inmediato en las que ocurrieron en 2010, cuando el alumnado reclamaba por mejoras edilicias en escuelas públicas que indudablemente las necesitaban (y que, en muchos casos, las siguen necesitando). Sobre esa experiencia pone el foco La toma , específicamente sobre lo que ocurrió en el colegio Nicolás Avellaneda (también tomado en 2007 por problemas con la calefacción), uno de los veinticuatro que en ese momento resolvieron llevar adelante esa medida de fuerza ante el indiscutible deterioro que venían sufriendo. Lo notable de la película de Gugliotta es su enérgica voluntad de exceder el mero registro de los hechos para inclinarse por la construcción, con solvencia, gracia e inteligencia, de una historia con todos los condimentos de una buena ficción, sin por eso resignar su valor documental. L a toma tiene personajes entrañables muy bien delineados como tales, un crescendo dramático ejemplarmente armado a partir de un gran trabajo de montaje que refleja con claridad el saludable clima de debate interno en el colegio, que incluye acuerdos, concesiones y fisuras generacionales. La película ataca varios frentes al mismo tiempo: destaca la capacidad de organización de los estudiantes, revela sus convicciones, desnuda su candidez y sintetiza su cotidianidad con pincelazos muy precisos. Trata a los protagonistas con un visible cariño y hasta logra un pico de alta emotividad en una enérgica alocución de una alumna sobre la conciencia política. Lo que finalmente se discutió en el Avellaneda fue si lo correcto era pensar exclusivamente en lo propio (conseguir las mejoras en el colegio como objetivo central) o bien desarrollar un espíritu colectivo, teniendo en cuenta lo que pasaba en el resto de los colegios de la ciudad, muchos de los cuales no estaban obteniendo la misma respuesta. Independientemente del resultado, la experiencia de los alumnos del colegio de Palermo ha sido realmente valiosa en esos términos: en honor a la larga tradición de luchas estudiantiles en la Argentina, vale la pena pensarse como parte de un todo. La toma nos ayuda a verlo de ese modo sin ceder a la tentación del panfleto. Por eso es una gran película.
El relato de una protesta Sandra Gugliotta estaba trabajando dentro del colegio Nicolás Avellaneda en un documental sobre la cuestión de género en la educación, cuando se produjeron las tomas estudiantiles en las escuelas secundarias porteñas en 2010. En ese momento y como testigo privilegiada del fenómeno, la directora decidió cambiar el eje de su relato para concentrarse la lucha de los chicos por mejorar las condiciones edilicias de los colegios, además de denunciar el estado de crisis de la educación en el distrito más rico del país. Tomando como protagonistas principales a algunos de estudiantes que participaron de las medidas de fuerza –sin dejar de lado a otros que estaban presentes pero obligados por las circunstancias–, La toma es una apasionante radiografía de la composición político-social de la población de un colegio, que bien puede ser tomada como una representación bastante fidedigna del resto de la Ciudad de Buenos Aires. En ese sentido, el documental elige un relato en donde ante cada tema, grupo, medida, personaje o discusión se contrapone casi siempre un argumento diferente, una facción distinta, un accionar contrario y un villano o héroe según corresponda. Este mecanismo de polos opuestos da como resultado una tensión extraordinaria al relato, donde los líderes de la protesta lucen apasionados y su accionar en la vida real es tan empático como conmovedor. Esos chicos, de apenas 15 o 16 años se enfrentan a aparatos políticos, a los medios que los demonizan casi en cadena, avanzan y retroceden en decisiones, aciertan, confrontan aun con las autoridades que fomentan su capacidad de pensar, se equivocan, hacen política, se escinden, se preocupan por su futuro, reflexionan sobre los chicos que vendrán, todo esto desde un accionar conmovedor que la puesta y las decisiones de Gugliotta en la sala de edición transmiten desde una película auténtica y noble.
Sandra Gugliotta comenzó por hacer un documental de una escuela secundaria: la Nicolás Avellaneda. Pero un hecho cambió su enfoque y la vida de ese lugar: la toma del colegio. Testimonios, intidmidad, discusiones, alumnos y profesores a la par. Interesante.
Política para el aprendizaje La directora de Las vidas posibles retrata con pulso firme y sin entrometerse los debates durante el conflicto de 2010 en el Nicolás Avellaneda. Y lo hace con conciencia de que la política es una construcción colectiva. Las casualidades de la distribución nacional hicieron que dos documentales con eje en instituciones educativas se estrenaran separados por apenas un puñado de meses. Uno es Escuela Normal, visto en enero, en el que Celina Murga seguía el día a día del establecimiento paranense del título, parte de la historia grande del país al ser el primero de este tipo fundado por Sarmiento, en 1871. El otro es La toma, de Sandra Gugliotta, centrado en las protestas estudiantiles en el colegio Nicolás Avellaneda en 2010. Los puntos de contacto no se limitan al calendario ni a la presencia femenina detrás de cámara –y también delante: resulta llamativa la predominancia de ellas por sobre ellos–, sino que también se establecen formas y contenidos comunes. Películas observacionales con una concepción de la cámara como elemento no invasor y de libre circulación dentro del universo retratado, ambas hacen de la política estudiantil un elemento fundacional de la civilidad y la vida adulta. Los intertítulos iniciales de La toma contextualizan la situación. Corre el 2010 y hay más de veinte escuelas porteñas tomadas, en reclamo de mejoras en las instalaciones y en defensa de la educación pública. En el palermitano Nicolás Avellaneda, en cambio, la situación es distinta, con el centro de estudiantes todavía debatiendo cuáles deberían ser los pasos a seguir. La directora de Las vidas posibles retrata los distintos debates entre alumnos a favor y en contra de las medidas, de ellos con padres y/o el vicerrector. Y lo hace sin entrometerse, con pulso firme y seguro, a la vez que los deja ser y hacer a libre voluntad dentro de su ámbito cotidiano. Sin embargo, la decisión de mostrar los primeros encuentros mediante planos y contraplanos de los distintos oradores rompe con la idea de retrato naturalista, exhibiendo así una aparente contradicción entre intención y forma. Una de las particularidades de La toma es el carácter falsamente elusivo de su objeto de estudio. Es cierto que los rígidos y obsoletos mecanismos de una institución centenaria están a la vista, pero Gugliotta recorta esa vastedad limitándose a una situación de coordenadas específicas, con un aquí y ahora narrativo demarcado incluso desde la misma cronología establecida por el film. En ese sentido, la operación es opuesta a Escuela Normal: si allí la conformación del centro de estudiantes como nudo argumental parecía la consecuencia de haber estado en el lugar indicado y en el momento justo antes que de una búsqueda preconcebida por Murga, aquí se parte de una certeza casi científica, con el proceso madurativo del grupo estudiantil como hilo conductor. No es casual la utilización del término “grupo”, ya que si hay algo que parece tener en claro su directora es justamente eso, que la política no es una operación algebraica de voluntades, sino una construcción colectiva cargada de idas y vueltas, consensos y concesiones. Se entiende, entonces, la prioridad de lo externo por sobre lo interno y personal, hecho marcado en la ausencia de aristas psicológicas del trío protagónico más allá de lo estrictamente visible. Los diálogos entre las dos alumnas combativas, líderes de la posición a favor de la acción estudiantil, y el vicerrector, que va del apoyo inicial a una negación resignada, establecen además las coordenadas del relato de iniciación subyacente al conflicto. “Yo antes de esto tenía una vida”, dice una de las chicas en la primera escena, justo antes de empezar un viaje en cuya última parada se encontrará con la triste certeza de que los sinsabores del camino recorrido son apenas el preludio de las vicisitudes del mundo adulto que impera aulas afuera.
Un conflicto que se eterniza A lo largo de 2010, la directora Sandra Gugliotta, decidió trasladarse con un pequeño equipo de filmación hasta el colegio Nicolás Avellaneda y registrar una de las tantas "tomas" de ese tipo que tenían lugar en aquel momento en nuestra ciudad. Su registro de la "toma" en ese colegio no se detuvo en registrar lo que pasaba con los chicos, sino que abarcó a sus autoridades y lo que en esencia deja en claro, es que el problema de la educación pública, es responsabilidad de todos, de estudiantes, padres, maestros y autoridades. ENTRE RECLAMOS Un aula que quedó chica para la clase de música, un gimnasio que tiene goteras, o la modificación de determinadas leyes referidas a la educación y al papel de alumnos y profesores, son algunos de los planteos que salen a la luz en este documental, centrado en una institución educativa de nuestra ciudad, en la que de un total de ochocientos alumnos que cursan, sólo cien participaron de la "toma". "Si bien ese número no es representativo, permite al resto establecer un grado de conciencia de lo que sucede en el colegio al que concurren diariamente", opina uno de los maestros. "La toma" es un documental que no se muestra partidario de una u otra ideología. Sólo intenta mostrar las nuevas formas de "levantar" la voz de los alumnos, quienes a través de aciertos y de errores, intentan hacerse escuchar frente a determinados reclamos que consideran esenciales. Contado mediante escenas breves, con una narración dinámica y por momentos, lógicamente, algo caótica, Sandra Gugliotta, plantea un conflicto social típico de nuestro país, que siempre termina dividiendo a unos y a otros y pareciera que lo más atractivo de la situación, es mantener latente el conflicto, en lugar de tratar de arribar a soluciones más concretas para solucionarlo.
LO QUE NO SE VE EN LA TELE Conocido como “el Nacional Avellaneda”, el colegio históricamente ha sido espacio donde se reflejaron las tensiones y los debates en torno a la situación política en general y en relación con la educación en particular. En los últimos años, especialmente con el desarrollo de las políticas educativas del actual jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, estas luchas se han hecho más intensas. La película de Sandra Gugliotta tiene una gran actualidad, aun cuando no narra hechos del presente inmediato. La presentación de la propuesta de nueva currícula para la escuela secundaria del gobierno porteño, que excluye historia a partir de 4to año, movilizó a gran parte de la comunidad educativa y tuvo a Enrique Vázquez como uno de los principales opositores. La película narra el desarrollo de la toma del colegio Avellaneda llevada a cabo por el conflicto que enfrentó a los estudiantes secundarios con el gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires durante el año 2010. Gugliotta se “mete” con la cámara en el medio del conflicto y observa desde muy cerca a los actores y los espacios, con un interés más centrado en el registro que en la toma de posición política o análisis ex post facto. Para ordenar el conjunto de registros, organiza el relato asumiendo el punto de vista de diferentes participantes del proceso. Entre ellos están el mencionado Vázquez, historiador y vicerrector del colegio, y algunos de los alumnos más comprometidos con el centro de estudiantes, desde el cual asumen los reclamos por los problemas edilicios. En lo formal, Gugliotta se apropia del caos de los adolescentes en lo personal tanto como en la organización gremial. Así, la película se permite cierta desprolijidad en beneficio de recuperar con honestidad la lucha de los jóvenes estudiantes por lograr que el gobierno atienda las necesidades propias, en un proceso en el cual también convocan a sus compañeros y construyen conciencia política. En esa misma clave de urgencia cotidiana, La toma refleja el trabajo complejo y contradictorio de Vázquez en pos de fomentar la participación estudiantil y encauzar el crecimiento de esa lucha en el marco del desarrollo de las clases, lo cual da lugar a enfrentamientos fuertes. Lo interesante es aquello que permanece siempre “fuera de campo”: la película narra sin decirlo, la permanente ausencia del ministerio de educación en la resolución el conflicto. Por momentos Gugliotta se enreda narrativamente en el propio desorden de las asambleas, las discusiones en los pasillos, las tensiones entre los alumnos. En ese desorden se reitera y no termina de cerrar relatos que abre y desarrolla, a veces, solo en parte. Sin embargo, ese método de registro directo es óptimo para contar un proceso complejo y con actores diversos. En este sentido el material muestra que los jóvenes ni son manipulados más que muchos de nosotros, ni son tan pocos como muchos medios pretenden hacer creer a la población.
La toma: A useful glance at BA’s public education It’s certainly no news that the situation of public education in Buenos Aires is far from satisfying. The ongoing conflict between students of state-run schools and the administration of Mayor Mauricio Macri over education reform peaked again recently when several schools — including the legendary Nacional Buenos Aires, the Carlos Pellegrini, the Mariano Acosta — were occupied, and a protest was staged at the BA City Education Ministry. The main reason for the protest couldn’t be more compelling: the “New Quality High-School” programme launched by Macri’s government seeks the implementation of curriculum changes that will reduce orientation programmes as well as hours of instructional time in fundamental subjects such as Geography and History. To be more precise, the conflict escalated last year when 45 schools were occupied as a response to such reprehensible measures. Hence, a court ruling then ordered local authorities to extend the effectiveness of the reform until 2014. However, students claim the unwanted changes are already being implemented and demand to take part in the debate. Back in 2011 and 2010, almost 40 schools had already been occupied, to demand the government to execute the budget for education, improve the infrastructure and implement the required scholarships. Among the occupied schools in 2010, one of the most important was the Nicolás Avellaneda, whose building has barely since renovations since it was built. This is, in fact, when the rightful claims for a better public education started to be chronicled by the media at large and became an important issue in the local agenda. La toma (The Occupation), the new film by Argentine filmmaker Sandra Gugliotta (Un día de suerte, Las vidas posibles) is, more than anything else, an informative documentary that chronicles the events surrounding the 2010 occupation of the Nicolás Avellaneda. It shows meetings of the Students’ Centre, countless talks with school officials, organizational efforts for the occupation and its conclusion with its due political effects. Equally important, it shows students debating what the best strategies are in order to achieve desired results. As Sandra Gugliotta explains it: “In La toma, you can see how the kids take charge and carry on a discussion (with all its contradictions, trials and errors) that should be of the utmost importance to all adults; in fact, they should be the ones involved in the discussion. What’s going on with public education and what things do we have to do to avoid its continual destruction? In a sense, I think the film speaks of cracks, and these cracks are taken out in the open by the students.” On the plus side, La toma gives you a pretty good idea of the state of things, it features some eloquent fragments of the meetings and discussions, captures the air of resistance, and shows the commitment of students who want nothing but a better education. At times, it really conveys the sense of being there with them, side by side, listening to what they have to say and sharing some important moments in the course of events. For the most part, the camera is unobtrusive and in sync with the many speakers. La toma is a didactic film, but in a good way: that is to say it doesn’t underestimate its viewers and attempts to show reality in all its complexity — including the points of view of school officials who want to fight for the school as well, but have some differences with the kids as regards the most effective strategies. On the down side, as a film, it lacks the necessary dramatic progression to become a more visceral, fully-developed piece of work. It doesn’t individualize the students, even if it tries to do so by giving some of them more screen time. It’s too bad that you don’t get to know much about them, other than their discourse, making La toma somewhat impersonal. And whereas sometimes it maintains a good pace, there are other times when it drags on. All in all, La toma is the kind of film that’s more valuable for its content and its ideology than for its film form. For an informative documentary, you get most of what’s expected. In these strict terms, it works fine.
Concientización política Cuando se trata de interceder activamente en cuestiones políticas, tiendo a pensar que de la reflexión y discusión a la participación concreta hay un paso que tiene que ver con la vivencia personal. Somos un país muy político, nos guste o no; con una juventud muy politizada, para bien o para mal. Las tomas de colegios secundarios en los últimos años son el reflejo de una concientización que comienza naturalmente en la escuela. Allí hay que ver qué chicos internalizan verdaderamente ese espíritu de lucha, quiénes lo cargaban desde antes y cómo le darán uso en el futuro. El resto tomará otras posiciones. Como expresan algunos alumnos en un momento del film: “Somos estudiantes, venimos a estudiar. Punto.” La militancia estudiantil no se lleva muy bien con este problemático argumento, pero no deja de ser muchas veces el de una gran parte del cuerpo estudiantil. Esta semana tomaron la Facultad de Ciencias Sociales en una asamblea que contó con la presencia de una cantidad muy poco representativa del estudiantado. “La Toma”, entre otras cosas, expone conscientemente la delicadeza de la militancia juvenil, los pros y los contras allí de la retórica, de hacer política en un nivel general pero situándose en un ámbito micro. Un ámbito micro que tuvo y sigue teniendo un eco a nivel nacional. Cuando termina, el documental de Sandra Gugliotta deja más preguntas que respuestas. Y está bien que sea así. La directora nos muestra el día a día de la escuela secundaria Nicolás Avellaneda, una institución que en los primeros minutos da cuenta de una particular dinámica que se ve puesta en jaque ante la toma en septiembre de 2010. El colegio se maneja con mucha soltura durante todo el proceso porque si bien hay un quiebre, las bases que definen los vínculos dentro del Nicolás Avellaneda son sólidas. Lo que se ve es una preocupación por los alumnos, por el orden y el buen trato; un seguimiento de ciertos casos particulares; y más que nada una atención constante en el diálogo, desde y hacia todos los dados. El vicerrector Vazquez comienza el día en el patio escolar en lo que parece ser siempre una charla. Allí están los alumnos y sus padres, y cuando corresponde, todo aquel que esté involucrado en tal o cual situación. Después de que Vazquez habla, se abre el juego. Es igual antes, durante y después de la toma que el film nos muestra. Gugliotta filma con seriedad, pero con calidez. Busca momentos, consigue muchísimos. Bellos y breves planos de pequeñas historias de amor nos recuerdan, sin que ese sea un tema central, que es la razón por la que los adolescentes hacen los mayores sacrificios; que allí siempre se juegan la vida. En la edición se intentó que nos quedé lo mejor del material. A veces hay conversaciones que se hacen muy largas, en otras queremos saber más, algunas quizá son demasiado convenientes. Son muchas aristas las que pueden encontrarse en una situación como esta. La decisión clave de la directora es, sin dudas, la de no juzgar. Ella observa sin participar y hace el recorte imparcial que su documental le reclamaba. Vemos todas las miradas y oímos todas las voces en menos de setenta minutos que no resultan poco para el debate que la película dispara al instante. Aún así, tal vez por su pasado de ficción, tal vez por el entrenamiento que todo espectador tiene para ver ficción, “La Toma” teje ciertos modelos de personaje que dan lugar a momentos dramáticos y de tensión que en un contexto documental de realidad recuerdan también a cualquier película ficticia. La directora lo denomina a Vazquez como protagonista, así como a Mariana, Melisa, Roberta. Todos tienen sus personalidades definidas y está a la vista el rol que ocuparán en el conflicto una vez que el mismo se desata. Que operen como si estuviesen orientados por un guión cinematográfico no nos dice nada negativo sobre la realidad. A lo sumo pone de manifiesto la conexión de la realidad con los esqueletos argumentales del mundo ficcional. Nada nuevo pero sí útil, si consideramos qué hay en esa conexión que nos fascina. Y allí arremete el centro del relato que es la militancia. Estos protagonistas son militantes. El militante, aunque sea joven y estudiante (y aquí también los hay mayores y profesionales), fabrica relatos, inventa mundos. Y ver política en acción siempre es fascinante. La política tiene el poder de fascinación de la ficción. Por último, y más allá de estas reflexiones, ver “La Toma” es salir del cine con la idea de que la juventud no está tan dormida pero tampoco tan convencida de tantas cosas. Hay una parte que sí, pero es un número pequeño que no tiene las herramientas –o tal vez carece de autoridad- para integrar a la otra. ¿Cómo? Educándola para que internalice un motivo de lucha si va a salir a pelear. Que no caminen por la calle con un cartel si ni pueden defender su contenido. Eso ya le pasa a veces a los más grandes y lo que menos necesitamos es que los jóvenes sigan ese camino.
“LOS PRODUCTORES DEL FILM DECIDEN QUE SE PUEDA VER LIBREMENTE “PARA QUE SIRVA DE MATERIAL DE DISCUSIÓN Y DEBATE.” DICE EL COMUNICADO DE PRENSA CON EL QUE LA PRODUCTORA DE LA TOMA ANUNCIA UN PREVIEW ONLINE. OPORTUNO EL MOMENTO (SETIEMBRE 2013) EN QUE SE VUELVE A REPETIR LA OPERATIVA DE TOMAS DE COLEGIOS SECUNDARIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, EL FILM DE GUGLIOTTA, UBICADO TEMPORALMENTE EN EL 2010 SE METE DENTRO DE LA ESCUELA SECUNDARIA NICOLÁS AVELLANEDA EN OCASIÓN DE LOS RECLAMOS POR CONDICIONES EDILICIAS PARA LAS ESCUELAS DE LA CAPITAL TRAE A CUENTA Sin sentenciosos titulares u opiniones del sentido común con los los medios de comunicación llenan las pantallas, lo que no se ve en los medios es lo que pone a luz Gugliotta. El detrás de escena de las discusiones en torno a procedimientos, las decisiones si la toma sí o no, las asambleas, las tensiones que se producen entre los integrantes de la comunidad educativa. Parce acertado poner en el centro de la narración al vicerrector Enrique Vazquez, un mediador y propulsor del debate entre padres, profesores y alumnos porque es ahí donde parecen anudarse. El tiene acceso al Rectorado (cuando hay que sancionar a un alumno), a las asambleas en el patio, a las aulas y los profesores. Y resulta el que va a sintetizar en sus discursos las cosas que van pasando Documental de observación, el espacio del colegio es recorrido por una cámara que no interviene en la acción de lo que muestra. Sin opinión, con carteles informativos al comienzo y al final del fillm, los datos justos para dar un panorama de lo que ocurre. Y todo ocurre allí, incluso los tiempos muertos: el ingreso a la mañana, los pasillos, los cuadernos de comunicaciones. Estos tiempos son los que le dan un latido particular a una película que habla de adolescentes institucionalizados en un espacio, en el que cada cual hace una tarea irrumpida por la organización de las tomas y que aparece como un orden caótico. Una buena iniciativa la posibilidad de acceso a esta película que va a dar una visión real de lo que significa estas tomas sin la mirada teñida de los medios.