Un Soderbergh menor, aun éste -que él definió como homenaje a los films de clase B y que se propone imponer como heroína de acción a una reconocida luchadora de artes marciales mixtas vastamente popularizada vía YouTube-, no deja de ser un Soderbergh, es decir que, como mínimo, lleva la marca de un maestro del entretenimiento. Puede abordar un género aparentemente agotado, tomarse libertades en cuanto a la cohesión narrativa y hasta descuidar alguna vez la continuidad, pero siempre habrá alguna estilización, más de una prueba de su inventiva en lo visual y señales claras de un lenguaje hábilmente concebido a partir del estrecho vínculo entre cámara, edición y empleo de la música. Hay más de un ejemplo en La traición en que la sola selección de los planos tomados desde distintos ángulos (de frente, de arriba, por sobre el hombro, desde donde miraría un presunto voyeur) genera por sí misma la tensión de una escena: tal el caso de una persecución que puede ser real o sólo fruto de la paranoia de alguien que acaba de escapar de un atentado contra su vida.
La variedad de recursos que Soderbergh pone en juego en el tratamiento de la imagen -el uso de filtros, del blanco y negro, de colores desteñidos, de la cámara en mano- dan al film una fisonomía particular que lo diferencia de los rutinarios relatos de acción y espionaje y es uno de sus dos grandes atractivos. El otro es Gina Carano, la atlética y vigorosa luchadora que Soderbergh colocó al frente de un elenco superpoblado de estrellas masculinas no porque haya apostado a sus condiciones de actriz (difícilmente ganará un Oscar, aunque impone su presencia y se desenvuelve con bastante convicción), sino para explotar sus llamativas destrezas.
Carano es en la ficción una cotizada agente de elite que trabaja para una poderosa corporación (y de manera indirecta para algún gobierno) contratada para resolver misiones oscuras y complicadas. El problema es que la heroína ha sido traicionada por sus superiores.
La implacable y metódica venganza (hay unos cuantos responsables con los que deberá saldar cuentas) comienza con el film mismo que pasa por diferentes escenarios (Dublín, Barcelona, Nueva York) y da abundantes oportunidades para que la estrella desarrolle su repertorio de técnicas. El guión escrito por Lem Dobbs (el mismo de Vengar la sangre) dispone que la acción vaya y venga en el tiempo, de modo que la mayor parte de la historia se desarrolle en flashbacks y se genere algún suspenso hasta llegar al final sin dejar demasiados cabos sueltos. Cuando éste llega es para confirmar que el poder podrá estar en manos masculinas, pero conviene no exponerse al enfrentamiento cuando la representante del sexo opuesto tiene las condiciones, la determinación y la potencia de Gina Carano.