Las películas sobre el fin del mundo suelen tener un carácter espectacular, pero otras suelen dejar a un lado la destrucción masiva para centrarse en los aspectos más íntimos de la condición humana. La comedia viene siendo un lenguaje usual para tratar estas cuestiones. Don’t’ Look Up, de Adam McKay, va por el lado de la sátira más salvaje. Desde Gran Bretaña, La última noche propone una mirada igual de aguda pero con una tónica diferente.
Es Nochebuena, y una familia organiza una reunión con amigos en una residencia campestre. El esquema es el habitual en estas celebraciones: comidas, charlas, juegos, regalos… sólo que a medianoche no llegará Santa Claus sino una nube tóxica que exterminará a la raza humana. Por disposición del gobierno británico, los festejantes deben ingerir píldoras que al menos les evitarán el sufrimiento. Pero Art (Roman Griffin Davis), el hijo mayor de los anfitriones, comienza a cuestionar la idea.
En su ópera prima, Camille Griffin plantea una historia sobre el apocalipsis, una mirada ácida de la Navidad y, especialmente, la exploración de una familia ante una situación extrema. Y dentro de esto último, la relación entre los adultos, que intentan imponer un clima de alegría, y los chicos, ya demasiado empapados del estado del mundo como para mantenerse ajenos. Tampoco se evita tocar la diferencia de clases: en una escena, Simon (Matthew Goode), patriarca de la familia, cuenta que el gobierno dictaminó que los pobres y los inmigrantes ilegales no cuentan con las píldoras para suicidarse. Y ni hablar las menciones a la reina y su potencial estrategia para salvarse. La directora balancea el humor -a veces negro, pero siempre de un indudable sabor británico- y el drama, aunque termina imponiéndose lo segundo, sobre todo cuando Art adopta el rol de la voz de la conciencia. Aquí la película cae en el trazo grueso y no evita el golpebajismo. Cerca del final recupera, en algunas dosis, el equilibrio entre lo cómico y lo trágico.
La labor del elenco resulta clave para darle credibilidad al delicado tono del film. Keira Knightley había participado en un film navideño, Realmente amor, pero aquí se luce como Nell, una madre intentando conservar el control. Matthew Goode compone a un padre consumido por la situación, aunque también trata en mantener las apariencias. Pero es Roman Griffin Davis, el JoJo Rabbit de la película homónima -con la que hay más de un paralelismo-, quien desde su papel de Art le aporta humanismo a ese contexto.
La última noche logra darle un poco de humor a una instancia deprimente, aunque podría haber dado para una obra maestra.