No es otra tonta película sobre el fin del mundo
Como si fuera una saga después del “boom” que resultó ser “No mires arriba”, ahora llega otra película sobre el fin del mundo. Pero en “La última noche” no se apela tanto a los meteoritos ni a las precisiones científicas. Aquí se hace foco en una pareja que decide reunirse con sus hijos y sus amistades más cercanas para festejar la Navidad en la noche previa al fin del mundo. Y para evitar el sufrimiento decidieron tomar una píldora que garantiza la muerte inmediata sin sangre y sin dolor. Camille Griffin plantea esta historia como una comedia negra. Sobre todo al principio, cuando parece que le hiciera un guiño a “Perfectos desconocidos”, ya que todos y todas se animan a contar sus verdades y tirarlas sobre la mesa. Pero las revelaciones de quién se acostó con quién, las sorpresas y las risas comenzarán a tomar un sabor agridulce cuando vaya llegando la hora de la verdad. Y aquí es cuando comienza a tallar la figura de Art, interpretado por Roman Griffin Davis, el adolescente que descolló en “Jojo Rabbit” y aquí vuelve a dar una clase de actuación. Porque Art es el que rompe con el supuesto clima de celebración al plantear que él no sólo no está dispuesto a morir, sino que no está de acuerdo en tomar esa pastilla, ni tampoco que sus padres sean los que se la den. “Si me matan no son mi familia”, plantea Art y reniega de que las personas con menos recursos deban morir a expensas de ese gas letal que invadirá el mundo sin que ellos no muevan un pelo para ayudarlos. La directora, que también es la madre del pequeño actor, coloca a Art en una suerte de reserva moral, que puede leerse tanto para referir a la máxima de “los chicos siempre dicen la verdad” como también a una crítica a las sociedades occidentales del capitalismo salvaje. Estos factores hacen que esta no sea otra tonta película sobre el fin del mundo, más allá de que el filme cuenta con algunos clichés sensibleros que podrían haberse evitado.