Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) no pasa por un gran momento. Su carrera como escultor parece acabada luego de críticas terribles y debe vivir a la sombra de su padre, un respetado artista, y de su esposa (Paula Brasca), una pintora en ascenso. Una noche, huye de casa y, con valija y todo, aparece en la residencia de su psiquiatra (Jorge Marrale), que también está vinculado al mundo del arte. El doctor le ofrece formar parte de una residencia secreta, ubicada en un sector oculto de la vivienda, donde artistas atormentados gozan de privacidad para concretar sus creaciones más personales y arriesgadas, siempre como parte de un tratamiento especial. Benavidez acepta una breve visita al lugar, pero pronto descubrirá que no puede salir de allí: se encuentra en un laberinto repleto de detalles que potencian todo lo que atormenta su mente. El doctor no deja de monitorear sus movimientos, ya que tiene planes muy específicos con él.
Basada en el cuento de Samanta Schweblin, La Valija de Benavidez (2016) es un extraño thriller psicológico con buenas pinceladas de humor negro. Justamente extrañeza y comedia negra eran lo que primaba en El Hada Buena: Una Fábula Peronista (2010), la ópera prima de la directora Laura Casabé. Aquí vuelve a demostrar su capacidad para crear microcosmos extravagantes (en este caso, satirizando el mundo de las artes plásticas), aunque con connotaciones más tenebrosas.
Las actuaciones de Pfening y de Marrale, y la de Norma Aleandro como una curadora, contribuyen a darle cuerpo a estos seres con ambiciones que los llevan a lugares pesadillezcos. Marrale en particular da cátedra a la hora de componer a un personaje oscuro pero entrañable, evitando caer en el grotesco.
Ver La Valija de Benavidez implica sumergirse dentro de una historia inusual, satírica, lúgubre, provista de giros bien orquestados, y funciona como la prueba de la madurez de una cineasta con ideas más que interesantes.