La vendedora de fósforos, nueva película de Alejo Moguillansky (Castro, El Loro y el Cisne, El escarabajo de Oro), es en sí misma un festival lúdico que combina diferentes estilos y géneros para, a partir de la deconstrucción del cuento del mismo nombre ideado por Hans Christian Andersen; y los ensayos de la orquesta del Teatro Cólon junto al músico alemán Helmut Lachenmann -quien hacia 2014 intentara montar la ópera basada en dicho texto- construir una ficción original plagada de enredos.
En el medio de eso están Marie (la siempre genial María Villar), y Valter (Walter Jacob), una pareja que con horarios complicados y dificultades económicas, intenta criar a su hija Cleo (Cleo Moguillansky). Valter está involucrado en la puesta en escena de la ópera de Lachenmann, pero no tiene muy en claro si realmente es una ópera o como abordar su tarea, por lo que Marie aporta muchas ideas y recursos, aún cuando esto signifique resignar horas a su nuevo empleo en casa de una antigua pianista.
Fiel al estilo del cine de Moguillansky, el relato se irá abriendo en diversas direcciones, incluyendo cartas de amor con un guerrillo alemán, debates políticos y sobre lo que significa ser un artista vanguardista e incluso una escena en la que Cleo debe elegir cual película ver mientras su madre trabaja. Allí habrá dos opciones: Al azar Baltasar de Robert Bresson o El Hombre Robado de Matías Piñeiro-, y esa elección dictará de forma indirecta, su rol dentro del film.
El resultado es un film desopilante y maravilloso, cargado de referencias de toda índole, con el plus de contar con excelentes actuaciones y sobre todo, una perfecta musicalización.