El negocio de la guerra eterna
Dejando de lado el hecho de que La Verdad a Cualquier Precio (Route Irish, 2010) se estrena en Argentina con ocho años de retraso en otro de esos casos casi surrealistas del mercado cinematográfico de nuestro país, lo cierto es que siempre se agradece la llegada a la cartelera de una obra del enorme Ken Loach, uno de los pocos directores socialistas trabajando en el circuito internacional contemporáneo del séptimo arte. Si pensamos lo que han sido sus dramas obreristas históricos, centrados en la denuncia de todos los desastres provocados por el capitalismo a nivel de las familias de los sectores dominados por la alta burguesía y sus socios políticos, el film que nos ocupa al mismo tiempo respeta esa tradición y la encauza a un andamiaje retórico poco habitual dentro de la larga carrera del británico: hoy descubrimos gratamente que el señor vuelca el devenir narrativo hacia lo que podríamos definir como un thriller de venganza hecho y derecho, cuyo corazón está vinculado al accionar de los repugnantes contratistas militares a los que los gobiernos del Primer Mundo recurren para “hacer la limpieza” luego de las consabidas invasiones en Medio Oriente con vistas a eliminar los focos de resistencia y comenzar con el latrocinio.
La trama se concentra en la cruzada encarada por Fergus (Mark Womack), uno de estos “soldados de la fortuna” al servicio de un conglomerado de seguridad privada, vigilancia y reconstrucción de zonas devastadas. En Liverpool, en 2007, al protagonista no le convence la explicación que sus jefes le brindan en torno a la muerte de su mejor amigo, el también mercenario Frankie (John Bishop), quien aparentemente falleció como consecuencia de un ataque en suelo iraquí cuando estaba de servicio en camino al aeropuerto de Bagdad -vía la peligrosa Route Irish, la carretera de turno- para recoger a un periodista español. Con la culpa latente a cuestas porque Fergus fue precisamente quien persuadió a Frankie de aceptar el trabajo en función de su jugosa paga, desde el momento en que llega a su poder un celular enviado por el difunto el hombre comienza una investigación con el objetivo de descubrir la verdad detrás de la tragedia y hacer justicia. Fergus contrata a Harim (Talib Rasool), un músico iraquí, para que le traduzca los mensajes del teléfono pero lo que ambos encuentran es mucho más importante: un video del asesinato de toda una familia a manos de Nelson (Vortre Williams), un viejo colega de Fergus, hecho del que fue testigo Frankie.
Ahora comprendiendo que su amigo tomó el celular de una persona que filmó todo lo acontecido y que Frankie amenazó a viva voz con divulgar los homicidios, lo que implicaría que a la compañía privada a cargo se le podrían caer de inmediato los contratos que posee con el estado inglés, el protagonista se decide a hilar cada vez más fino para determinar si todo se produjo de manera aleatoria o si Nelson efectivamente asesinó a Frankie para tapar sus acciones o si sus superiores, Walker (Geoff Bell) y Haynes (Jack Fortune), fueron los verdaderos responsables de la muerte para salvaguardar los intereses económicos de la empresa. El excelente guión de Paul Laverty, colaborador infaltable de Loach desde hace más de 20 años, ofrece como contrapunto de la pesquisa la incipiente relación entre Fergus y Rachel (Andrea Lowe), la viuda del fallecido, un vínculo que nace del dolor y que se impone como un “cable a tierra” para ambos entre tanto maquiavelismo capitalista, mentiras entrecruzadas y un encubrimiento que salta a la luz cuando Fergus contacta a Tommy (Russell Anderson), otro contratista en Irak, que le confirma que nada quedó en los registros del incidente en cuestión y que hoy Nelson es una figura de temer.
Una vez más el glorioso naturalismo descarnado y detallista del realizador está orientado al retrato de un puñado de personajes que no son más que marionetas de un gobierno y de unos grupos económicos a los que sólo les importa manipular a la plebe para utilizarla como carne de cañón en “aventuras” cuya única finalidad es acrecentar sus riquezas, sus delirios despóticos y su capacidad de control, ejemplos de un parasitismo que no tiene fin porque traiciona su propia esencia bajo una lógica caníbal de seres humanos que destruyen a seres humanos. Loach se hace un festín desmenuzando el negocio de la guerra eterna por parte de las potencias centrales y su industria bélica asociada, un cónclave siempre presto a señalar un nuevo enemigo unilateral para que se reinicien los engranajes del saqueo (petróleo y demás recursos energéticos), la usura (las burbujas financieras se magnifican con el negocio de la reconstrucción de naciones arrasadas y la perspectiva de apuntalar regencias títeres de Estados Unidos y Europa) y finalmente el posicionamiento geopolítico predador (la expansión de las milicias a países vecinos -mediante bases e “intercambios” de tropas y armamento- deja la puerta abierta a la siguiente invasión y a la siguiente masacre).
Gracias a la independencia de Loach para con el mainstream de nuestros días, en buena medida un enclave bobalicón y convalidante de las injusticias aquí denunciadas a través de la producción de películas fascistoides, huecas y/ o lobotomizadoras, La Verdad a Cualquier Precio sin duda termina siendo un oasis de la militancia cinematográfica en pos de una sociedad mucho más igualitaria y justa que la presente, empezando por reconocer la violencia ejercida por los estados actuales contra sus ciudadanos de menores recursos y -en el caso del Primer Mundo- contra sus homólogos de países empobrecidos y asediados tanto por las oligarquías autóctonas como por sus “compinches” de siempre de las empresas transnacionales. El convite va más allá de simplemente enfatizar la brutalidad de la guerra porque logra poner de relieve a cada uno de los agentes que intervienen en este reparto del botín cual pandilla de maleantes de un western norteamericano, por supuesto sin dejar pasar el papel fundamental que asimismo tienen los yanquis en esta serie de barbaridades (tortura constante de prisioneros, asesinatos por doquier, operaciones solapadas en cualquier región, bombardeos cruentos, impunidad internacional, etc.). A partir de una exquisita actuación de todo el elenco y una fotografía cruda y necesaria, Loach vuelve a entregar un trabajo que se ubica a años luz en materia de una conciencia política acorde con la lucha de clases y en favor de los desposeídos, sin maquillar las atrocidades cometidas por los estados y el capital y condenándolas en pos de que se llegue a una unidad social que permita dar de baja a esta ristra de ególatras dementes, homicidas y mezquinos que nos siguen gobernando…