La crítica integrada
Concentrándonos en los datos fríos, en la denuncia específica en la que se centra esta película, en lo asombroso de la trama, el planteo es sumamente interesante. Basada en una anécdota real, esta película relata la historia del neuropatólogo forense Bennett Omalu, quien a partir de un descubrimiento científico se enfrentó a una de las más poderosas instituciones de Estados Unidos: la NFL (National Football League) liga profesional de fútbol americano, la que administra el deporte más popular de ese país.
Pues resulta que este molesto médico nigeriano ató algunos cabos, sumó A con B, pagó de su bolsillo algunas autopsias inconvenientes y comprobó que los terroríficos golpes a los que los jugadores de fútbol américano son constantemente sometidos durante los partidos sacuden antinaturalmente sus masas encefálicas, derivando en secuelas irreversibles a largo plazo. Omalu dio nombre al CTE (Encefalopatía Traumática Crónica), una enfermedad progresiva degenerativa, propiciada por la inmensa cantidad de sacudones a los que son sometidos los jugadores durante su carrera (70 mil golpes es la cantidad promedio que se maneja en esta película para un mediocampista experiente). "Dios no nos creó para jugar fútbol americano", llega a decir el investido protagonista.
No deja de ser profundamente pertinente que el deporte favorito del país sea tan nefasto para la salud mental y, como en Spotlight, esta película presenta una investigación, el descubrimiento de una verdad incuestionable y la siempre atractiva lucha de un David contra un Goliat que niega y tapa sistemáticamente.
Como decíamos, esa es la parte interesante. Pero a diferencia de Spotlight, el convencional planteo se vale de herramientas y clichés sumamente manidos. En un comienzo se presenta por separado al especialista y al problema, y está claro que la narración va a unirlos más temprano que tarde. Se introduce un personaje intachable en cualquier sentido y el nacimiento de una historia de amor (con ciertos excesos de azúcar), se le da rostros al enemigo y se plantea el conflicto, por el cual la parte antagonista contrataca con todo lo que tiene. Luego viene el clásico momento de tristeza y apuros, con chirriante melodrama (sobre todo la escena en que el personaje dialoga con el bebé en la panza de su mujer embarazada) y luego el "todo está perdido", con muerte incluída. Finalmente, la obvia iluminación y un resultado más o menos esperanzador devuelve a las cosas su orden perdido.
Dentro de todas estos asuntos previsibles, hay temáticas que de tan repetitivas se vuelven cansinas: en primer lugar la evocación constante a la gran "América"; que si el país es así o asá, que si es la tierra de las oportunidades o no, que si le abre o le cierra el camino a un inmigrante negro en su lucha contra un poder establecido. Lo que podría estar solamente sugerido se verbaliza media docena de veces, así como la ineluctable idea del triunfo del voluntarioso, y los designios de Dios. En su constante alusión, en el hecho de que los Estados Unidos sea el centro de esta película, la que podría ser una crítica feroz acaba convirtiéndose en un complaciente autobombo.