La traición de los garantes
Desde siempre existen determinados tópicos que por su naturaleza alarmante anulan de lleno cualquier consideración cinematográfica eventual que pudiera esclarecer el nivel de calidad del trabajo en cuestión, aún así se agradecerán de sobremanera los proyectos que además de meterse con temas álgidos lo hagan con inteligencia y fundamentalmente sin descuidar la sensibilidad popular en lo referido a la “llegada” de los relatos (un clásico parecer del cine militante es que la difusión se ubica por delante de los criterios estéticos y todas las nimiedades burguesas). Mientras el vehículo pasa a segundo plano y el mensaje adquiere preponderancia los resortes del discurso dominan la estructura y enaltecen la obra.
Ahora bien, en el triste contexto contemporáneo películas como La Verdad Oculta (The Whistleblower, 2010) constituyen la excepción porque unifican la eficacia conceptual con las necesarias disposiciones de género tendientes a captar el mayor número de espectadores posible: al respecto recordemos las actitudes patéticas y obsecuentes de la crítica narcisista frente a las bazofias soporíferas que suele producir el cine arty, tanto norteamericano como europeo, cuando le pica el “bichito de la conciencia”. Prescindiendo de la imbecilidad de aquellos lambiscones y de la torpeza hueca de los demagogos mainstream, segunda subespecie del escriba ocasional, sólo queda la urgencia de la coyuntura y su canalización.
La opera prima de la realizadora canadiense Larysa Kondracki combina el pulso enérgico del thriller político símil Costa-Gavras y el tono furioso de las epopeyas testimoniales de la década del ´70 con vistas a denunciar la corrupción de los “cascos azules” durante el período inmediatamente posterior a la finalización de la Guerra de Bosnia: en términos concretos se narra la experiencia verídica de Kathryn Bolkovac (Rachel Weisz), una oficial de policía de Nebraska que en 1999 llega a Sarajevo para desempeñarse como garante de la paz en territorios reducidos a escombros luego de cuatro años de genocidios metódicos, limpiezas étnicas y violaciones en masa a cargo de las falanges serbias, croatas y bosnias.
Una vez allí, la protagonista descubre que las fuerzas enviadas por la ONU formaban parte de una red de trata de personas en la que no sólo recibían sobornos de las mafias de Europa del Este sino que además operaban en franca complicidad con los agentes autóctonos, ayudaban a transportar a las víctimas y hasta concurrían a burdeles en donde se obligaba a mujeres y niñas a prostituirse en situación de esclavitud. El detalle principal radica en que los involucrados gozaban de inmunidad diplomática y trabajaban para una contratista militar con la misión de supervisar la reconstrucción y evitar nuevos enfrentamientos, circunstancia que derivó en el mayor encubrimiento de la historia de las Naciones Unidas.
Resulta sorprendente lo bien que se complementan el estilo seco de la directora, alejado de las sandeces de la edición posmoderna, y la extraordinaria labor de Weisz, quien vislumbra las exigencias de su personaje y va aumentando progresivamente la intensidad dramática. Con secundarios de lujo como Vanessa Redgrave, Monica Bellucci y David Strathairn, el film plantea un compromiso de divulgación que retrata la brutalidad y el alcance de los crímenes esquivando los atajos exploitation y asumiendo sin culpa sus rasgos misándricos, claves para comprender el accionar de excrementos sociales como la policía, el sistema judicial, las instituciones de control, los organismos internacionales y los gobiernos locales.