El pasado se impone
Justo como Asghar Farhadi, el gran director iraní de A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009) y La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) que decidió mudarse a Europa con motivo de El Pasado (Le Passé, 2013) y Todos lo Saben (2018), ahora el japonés Hirokazu Koreeda hace lo propio en ocasión de La Verdad (La Vérité, 2019), su última película y en términos prácticos la sucesora del mejor trabajo de su carrera, Somos una Familia (Manbiki Kazoku, 2018), un astuto melodrama que estaba fuertemente vigorizado por ingredientes del policial, la comedia y hasta el cine testimonial: resulta lamentable pero hay que reconocer que la propuesta que nos ocupa rankea como una de las más flojas y aburridas de la trayectoria del realizador y guionista, aquí complementando su gran obsesión de siempre, léase los análisis familiares lánguidos a lo Yasujirô Ozu, con una arquitectura dramática muy semejante a la de Sonata de Otoño (Höstsonaten, 1978), la obra maestra de Ingmar Bergman acerca del encuentro entre una madre y su hija (Ingrid Bergman y Liv Ullmann).
Aparentemente ya finalizado el período del derrotero artístico del nipón centrado en los engranajes del drama criminal prosaico, ese que abarcó The Third Murder (Sandome no Satsujin, 2017) y la citada Somos una Familia, en esta oportunidad volvemos a la región estilística previa de obras varias como las visiblemente inferiores De tal Padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), Nuestra Hermana Menor (Umimachi Diary, 2015) y Después de la Tormenta (Umi Yori mo Mada Fukaku, 2016), aunque con el trasfondo bergmaniano de fondo: Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve) es una actriz francesa que supo gozar de una enorme fama que hoy en la vejez está perdiendo y por ello mismo decide publicar sus memorias con vistas a tratar de recuperar algo de la atención de antaño, lo que genera que su hija guionista, Lumir (Juliette Binoche), y su familia, su esposo estadounidense y actor Hank (Ethan Hawke) y su pequeña hija Charlotte (Clémentine Grenier), lleguen de visita a su casona de París para felicitarla por el lanzamiento del libro.
Sin lugar a dudas el mayor problema de la realización es que suele perderse en demasiadas escenas repetitivas en las que el desarrollo narrativo esperable, centrado en los secretitos sucios de otros tiempos y las rencillas jamás resueltas, se estanca en el núcleo del dolor compartido por las mujeres, ahora en relación al fallecimiento de una amiga de Fabienne, la también actriz famosa Sarah Mondavan, quien hizo de madre sustituta de Lumir ante el abandono de una hiper narcisista Dangeville que le robó un papel decisivo a su colega y así la llevó a la depresión y a una muerte con mucho de suicidio a cuestas. La amistad traicionada, los celos no reconocidos y el hecho bastante poco digno de que el personaje de Deneuve durmió con el director de turno para obtener el mencionado rol, el cual luego la hizo ganar el César a la Mejor Actriz, flotan en el devenir retórico sin que se produzca una verdadera confrontación entre madre e hija en medio de diálogos trillados y un tanto banales alrededor de la máscara de fortaleza de una Fabienne que vive confundiendo la realidad y la ficción al actuar/ ponerse en pose frente a su familia y ya casi no poder hacerlo delante de las cámaras por sus inseguridades en torno a la vejez, la parentela y su profesión.
Koreeda recurre a latiguillos del rubro confesional como los reclamos de la hija ante las mentiras y omisiones que encuentra en la autobiografía y hasta el formato de “film dentro de film”, en esta ocasión con Lumir acompañando a su progenitora en el rodaje de una película existencialista de ciencia ficción sobre una mujer que no envejece y protagonizada por Manon Lenoir (Manon Clavel), una actriz que todos vinculan con aquella Sarah Mondavan por su parecido y talento, reviviendo el trauma latente que Fabienne desea evitar y Lumir traer a colación aunque sin demasiado ímpetu. A medida que avanza La Verdad todo el asunto se va volcando insólitamente hacia una comedia semi costumbrista y bastante light en la que Dangeville recibe un perdón tácito de su primogénita sin méritos a la vista o algún tipo de aprendizaje moral de su parte, lo que nos habla de un automatismo discursivo que no se condice con el progreso del relato. Si bien la actuación de Binoche es correcta, lo mejor del film está condensado en esa excelsa Deneuve y su maravillosa naturalidad para ambos registros, las risas y los llantos, haciendo que las imposiciones del pasado se sientan verdaderas aun a pesar de la abulia y lentitud de la obra en su conjunto…