Una parodia de la intensidad.
Definitivamente el Festival de Cannes ya no es lo que era a nivel cualitativo, los años minaron los cimientos que tantas décadas han costado construir. La marcada inconsistencia de los últimos lustros ratifica que la Palma de Oro dejó de ser sinónimo de garantía procedimental y apertura artística, volcando la balanza hacia su opuesto exacto: el circo mediático y las realizaciones localistas con fuertes resonancias autolegitimadoras. Así las cosas, el contexto está servido para que ganen bodriazos insoportables como La Vida de Adèle (La Vie d'Adèle, 2013), típica nube de humo que la crítica pedante y somnolienta gusta de inflar en piloto automático, acatando cual niños los caprichos del jurado de turno.
Basándose en una novela gráfica de Julie Maroh, la película es una verdadera colección de elementos estilísticos que alguna vez estuvieron cargados de valentía, no obstante hoy no pasan de la “versión berreta” de lo que fueron en su momento de gloria: tenemos una historia de amor supuestamente descarnada a la Bernardo Bertolucci, un tono/ tufillo existencialista símil Robert Bresson, una multitud de primeros planos deudores de Ingmar Bergman, y hasta un registro seudo documentalista en la línea de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Aquí todo es una pose trasnochada, responde a un devenir cíclico y funciona como una especie de estafa en la que la presunta “visceralidad” está castrada...