La devoción por el hogar.
Con La Vida Secreta de tus Mascotas (The Secret Life of Pets, 2016), el último trabajo de Illumination Entertainment, se terminan de definir las características de una productora de films animados que recientemente ha experimentado un enorme e inusitado éxito desde el surgimiento y subsiguiente consolidación de la saga compuesta por Mi Villano Favorito (Despicable Me, 2010), Mi Villano Favorito 2 (Despicable Me 2, 2013) y Minions (2015), la cual por cierto continúa siendo la película más taquillera en la historia del mercado cinematográfico argentino. La fórmula de Illumination no es novedosa pero definitivamente le sirvió para redondear propuestas eficaces -y en mayor o menor medida, adorables- que atraen a multitudes a las salas: la compañía comandada por Christopher Meledandri se inspira en determinados rasgos de sus competidoras en el rubro para pulirlos y unificarlos.
En términos prácticos, la empresa toma de Pixar la obsesión por los colores pasteles y la apertura identitaria de los personajes, del catálogo de DreamWorks utiliza la estructuración frenética de las secuencias de acción y sus homólogas cómicas, y finalmente de Disney extrae cierto clasicismo en el desarrollo que gusta de camuflar con todos los elementos anteriores. La Vida Secreta de tus Mascotas es quizás su opus más ambicioso e interesante en lo referido al andamiaje narrativo, ya que la obra sale a flote y resulta realmente muy entretenida a pesar de plantearse desde el vamos la dura tarea de presentarnos a muchos personajes en simultáneo; más allá de focalizarse -como indican los preceptos ancestrales detrás de los relatos dirigidos a los niños- en el “crecimiento espiritual” de un protagonista excluyente, por supuesto asistido por un secundario que ayuda a forzar el cambio de turno.
La historia gira alrededor de Max (Louis C.K.), un fox terrier que venera a su dueña Katie (Ellie Kemper), una joven que vive en un departamento en Manhattan. La inevitable crisis comienza con el arribo de un compañero de terruño, Duke (Eric Stonestreet), un enorme terranova que Katie encuentra en la perrera y de inmediato decide adoptar. El conflicto de intereses conduce primero a una rivalidad y luego a que -durante un paseo- ambos terminen perdidos en las calles de New York, para colmo perseguidos por una suerte de “asociación anarquista” de animales que odian a los seres humanos. En paralelo a todo esto, tenemos un intento de búsqueda/ rescate encabezado por Gidget (Jenny Slate), una pomerania vecina que vive enfrente de Max y está locamente enamorada del susodicho. A lo largo de la trama descubrimos a un sinfín de personajes que le dan al film un dejo extremadamente circense.
Un gran punto a favor de la película es que se mete sin medias tintas en temáticas un poco “jugadas” para el ámbito infantil como los antagonismos que pueden transformarse en amistad, la dependencia para con las figuras de autoridad, el flagelo de las mascotas perdidas en las urbes, la frialdad de las políticas gubernamentales en el área y finalmente la necesidad de una tenencia responsable basada en el cariño hacia el amigo de cuatro patas (o dos alas, o muchas aletas). Como suele ocurrir con tantos opus mainstream, la dimensión ideológica más atrayente termina algo desdibujada con el correr de los minutos y la serie de infortunios de la dupla principal: hablamos de la que incita a una rebelión en pos de la liberación y en contra del maltrato animal por parte de los hombres. Si bien se agradece que se privilegie la devoción por el hogar, sin dudas se podría haber profundizado el discurso…