Los Strobbe son una familia algo especial. Sucios, borrachones, vulgares, irresponsables. Pero entrañables para el espectador. Quizá esa haya sido la mayor virtud de Félix Van Groeningen. Es que el director no cayó en el lugar común de pintar a una familia marginal de un pueblo belga con el tic en el que caen muchos. Son ebrios y vagos, pero no asesinos y violadores. No son ideales para invitar a casa a comer ravioles un domingo al mediodía pero tampoco andan con un cuchillo entre los dientes todas las mañanas.
El filme está contado desde la perspectiva de Gunther, un adolescente de 13 años que vive con su padre Celle, sus tres tíos y su abuela, la única santa, que a veces sufre y otras se divierte con las travesuras familiares. Gunther ve a los tíos como un espejo de su futuro. Todo indica que su destino va en esa dirección. Pero el relato no es lineal y eso lo hace más atractivo aún. La trama pivotea con Gunther adolescente, con sus problemas en el colegio y las dificultades para vincularse con sus amigos, pero también con Gunther adulto, con más fortalezas que miserias. "La vitalidad de los afectos" transita por momentos dramáticos pero sale airoso en pasajes de comedia, como la competencia de tomadores de cerveza o la carrera de ciclistas desnudos. La lealtad familiar es otro tópico clave de la película, ideal para los que aman el buen cine independiente europeo.