Hubo un tiempo en el cual Auschwitz no era el epítome de la maldad. Los finales de los cincuentas fueron una época despreocupada sobre aquellos temas y enfocada en la reconstrucción y los vientos del milagro económico, todo envuelto en la feliz música pop de moda. Los alemanes trabajaban, celebraban y consumian, como si no hubiese ayer, el nazismo era un mal recuerdo de la guerra, y también la responsabilidad en los crímenes.
Y los grandes pintores de la sociedad colectiva trabajaban en eso, no hay diferencia entre no hablar de algo y pasar por alto todo, incluyendo la realidad agrietada y la oscuridad de las ruinas y baldíos que dejó la guerra. Casi un paralelo entre las lagunas de la memoria y las ruinas de la psique del ciudadano común.
En el drama histórico alemán “En el laberinto de silencio” (su titulo original), opera prima de Giulio Ricciarelli después de cuatro cortometrajes, se cuenta la historia del abogado que hizo todo lo posible para llevar a los secuaces del terrorismo de estado ante la justicia y en el proceso despertar al pueblo alemán a la dura realidad del pasado reciente.
El joven fiscal Johann Radmann (Alexander Fehling) se encarga de las infracciones de tráfico viales. Cuando el periodista Thomas Gnielka (André Szymanski) le trae la historia de un ex soldado de las SS, que trabajaba como guardia del campo de concentración de Auschwitz y desde finales de la guerra es profesor de escuela, Radmann dedica todo su tiempo al caso que crecerá en tamaño a medida que investigue a cada persona involucrada, incluyendo a sus seres queridos. Durante su búsqueda el abogado choca con la resistencia de la población que prefiere el silencio. Pero Radmann descubre poco a poco el entramado social, político y militar, con la ayuda de Fritz Bauer (Gert Voss) un aliado en la rebelión contra el olvido.
El interrogatorio de las víctimas es uno de los momentos más fuertes de la película, el silencio -en este caso- lo dice todo. Los labios en movimiento a toda prisa, los ojos muy abiertos, la velocidad de la transcripción, las miradas desconcertadas y la banda sonora que ofrece un canto coral sagrado donde la barbarie de Auschwitz se transmite únicamente por el conocimiento de la historia de quién esta mirando. El horror lo pone uno.
Como un lobo solitario el fiscal intentará exponer lo que ocurrió en Auschwitz, cuestionando testigos, rastreando archivos, respaldando la evidencia y en ese trayecto él también se perderá en el laberinto de la máquina de matar, por sus miles de autores y su propia ambición. Un film narrado con madura tranquilidad, que trata un importante capítulo del pasado alemán, que repercute en nuestra propia historia y que invita a no olvidar, sabiendo que el primer paso para pensar el futuro es cerrar el pasado.