De que las atrocidades del nazismo podían ser empleadas como material para nutrir una fábula destinada al público infanto-juvenil ya se tenían noticias y no habían sido de las mejores. Aquí la historia es suministrada por una novela australiana que fue best seller internacional y que mezcla las andanzas de una heroína, huerfanita e ingenua, que en el modesto pero acogedor hogar de sus padres de adopción, y junto al dueño de casa y a un joven judío que allí se esconde de la persecución nazi, descubre en los libros el oxígeno que le da fuerzas para resistir la opresión del régimen. En los libros, que abren para ella las puertas hacia la libertad y la belleza, los dueños del poder sólo ven un enemigo al que hay que quemar. Y para que a la nena no le queden dudas, bien temprano debe asistir a una de esas aberrantes ceremonias de quema de libros que ayudarán a garantizar "el fin del comunismo y de los judíos".
En ese ominoso reino del miedo, Liesel tiene la suerte de una heroína de cuento de hadas. Bien distinto de su gruñona Rose, su esposa, el papá adoptivo la mima y la comprende; descubre su pasión por los libros, le enseña a leer y hace de su sótano una especie de aula-cuaderno-biblioteca donde la chica puede estudiar. En la calle tiene a Rudy, un rubiecito que se torna su compinche y la defiende de otros chicos menos amigables. Y además, una de las clientas para las que Rosa lava y plancha ropa es la mujer del alcalde y tiene una biblioteca inmensa que pone a su disposición cuando descubre la adicción de la chica.
La visión superficial de un horror histórico y las situaciones artificiosas dominan el relato como si se tratara de un cuento de hadas, Rudy, por ejemplo, se embarra la cara para parecer negro, porque es de pies ligeros y quiere remedar a Jesse Owens, el hombre más rápido del mundo. Y cuando ya se han declarado enemigos del nazismo, van hasta un rincón alejado para poder gritar contra Hitler sin que nadie los oiga (¿?). En fin, todo es de un simplismo intolerable que ni siquiera -y a esto contribuye una dirección que no escatima clichés- consigue, aunque se lo proponga, generar escenas lacrimógenas, a pesar de los esfuerzos de la música dulzona de John Williams y del compromiso de los actores, desde la muy expresiva Sophie Nélisse, a los excelentes Geoffrey Rush y Emily Watson. La ambientación es cuidada -tal vez excesivamente prolija- y el relato en off -que como en el libro está a cargo de una Muerte que se confiesa abrumada por el exceso de trabajo en esos años- es una elección desdichada que el adaptador no se atrevió a remediar. Peor que eso: prefirió prolongar el cierre de la historia con el larguísimo epílogo donde la Parca anticipa el futuro de la protagonista.
Que en plena Alemania todo el mundo hable inglés -en algunos casos, uno muy británico- podría aceptarse. Lo que no es tan explicable es por qué si todos los personajes son germanos, algunos hablan inglés con acento alemán y por qué en ciertas circunstancias Liesel reacciona ante las malas noticias con sonoros "Nein!", "Nein!"