El miedo y la calidez
Realmente es muy meritorio el trabajo de Greta Gerwig en Lady Bird (2017) porque la actriz reconvertida en directora y guionista, en esta oportunidad ofreciendo su primer opus en solitario, logra dotar de nueva vida a los relatos de iniciación en la adultez aka “coming of age”, un subgénero de las comedias dramáticas -o a veces de los dramas con toques de comedia- que estaba en estado terminal debido a esa infinidad de exponentes mediocres que han pululado en la cartelera internacional durante los últimos lustros. Gerwig, quien en su faceta de intérprete trabajó con unos cuantos realizadores independientes como Joe Swanberg, Noah Baumbach, los hermanos Jay y Mark Duplass, Rebecca Miller y Mike Mills, aquí utiliza una fórmula sencilla de describir/ sistematizar pero difícil de aplicar en el film propiamente dicho, que involucra el crear un entorno enrevesado para los personajes y hacer que la “no historia” se desenvuelva más a través de diálogos naturalistas que bajo la lógica de una crónica con una estructura clásica y bien férrea de acontecimientos cruciales. Mientras que el mainstream hubiese redondeado una obra en constante pose canchera y con una trama plagada de estereotipos, hoy en cambio tenemos una creación sutil y minimalista.
Como sucede con casi todos los representantes del denominado mumblecore, un linaje del cine independiente norteamericano reciente que adopta las características señaladas, las referencias cinéfilas apuntan a un conjunto variopinto de directores que incluye a John Cassavetes, Woody Allen, François Truffaut, Éric Rohmer, Jim Jarmusch, Richard Linklater y Wes Anderson. La propuesta comienza con una escena que pinta de lleno cómo serán las cosas de allí en adelante: Christine McPherson, una chica de 17 años que eligió “Lady Bird” como seudónimo general para su vida, comparte en 2002 un viaje en auto con su madre Marion (Laurie Metcalf), que pasa de la conexión y “buena vibra” entre las mujeres -luego de terminar de escuchar un audiolibro de Las Viñas de la Ira (The Grapes of Wrath, 1939), de John Steinbeck- a la discusión encarnizada porque al graduarse del secundario la joven desea estudiar en una universidad de Nueva York, cuna de la cultura según ella, algo que su progenitora rechaza por la penosa situación económica de la familia y por el detalle de que viven en Sacramento, en el Estado de California, circunstancia que deriva en que Christine de repente abra la puerta del automóvil en movimiento y se arroje.
La Gerwig guionista concentra la trama en tres estrategias -como decíamos anteriormente- más descriptivas que narrativas en el sentido tradicional: los conflictos madre e hija, las relaciones fallidas que la protagonista entabla con muchachos de su edad y una apertura al recambio de amistades que desemboca en desastre. Así las cosas, un muy pulido y eficaz desarrollo de personajes está en primer plano todo el tiempo, cuyo sustento principal pasa por la colección de minucias que en su conjunto constituyen la vida de Lady Bird y de quienes la rodean. Marion es una psiquiatra que debe trabajar doble turno en el hospital porque su esposo Larry (el gran Tracy Letts), un programador informático, es despedido de su trabajo. El hermano mayor adoptado de la protagonista, Miguel (Jordan Rodrigues), vive en el hogar del clan junto a su novia Shelly (Marielle Scott), a quien a su vez sus padres echaron de su casa por el asunto del sexo prematrimonial. Christine y su mejor amiga, Julie Steffans (Beanie Feldstein), concurren a un colegio católico al que detestan. La primera se enamora de un compañero de su clase extracurricular de teatro, Danny O’Neill (Lucas Hedges), y la segunda de su profesor de matemáticas, un tal Sr. Bruno (Jake McDorman).
Quizás el triunfo más importante de la realización sea el construir un verosímil tragicómico y profundamente realista, por una vez concentrándose en una familia pequeña burguesa que se viene abajo por las crisis cíclicas del capitalismo, la infantilización de la cultura y los propios desniveles intrínsecos en lo que hace a toda esta parentela, sus amigos, sus parejas y la escuela/ vecindario/ ciudad en la que habitan. Así como a escala general la película se sumerge tanto en la frustración como en los numerosos intentos por salir de la apatía y encontrar una solución negociada que le ponga fin a las disputas entre los personajes, y sobre todo a la “enemistad cariñosa” entre Lady Bird y su mamá, también la chica se mueve constantemente en la frontera entre lo aguerrido inteligente y una suerte de soberbia defensiva que por momentos se vincula con esa idiotez/ inocencia del que hace las cosas por primera vez. Precisamente, la obra siempre remarca que este proceso de crecimiento gradual implica tropezarse con piedras en repetidas ocasiones hasta más o menos dar con un estado del vivir en el que la persona se sienta cómoda, lo que desde ya se complejiza al extremo cuando no se disponen de los recursos económicos para solidificar ese contexto.
Aquí por fin brilla Ronan en todo su esplendor y termina de confirmar la metamorfosis en su carrera insinuada en Brooklyn (2015), de señorita sufriente/ luchadora gélida a personajes más enérgicos homologados con la adultez, ahora en sintonía con una catarata de frases irónicas y algún que otro desplante egoísta que por cierto encuentran su contrapeso en la rigidez/ inflexibilidad exacerbada de una Marion que la critica en exceso, asimismo compuesta por una extraordinaria Metcalf que aprovecha la química con Ronan vía miradas fulminantes y polémicas sin puntos medios. En última instancia Lady Bird no llega ser un trabajo perfecto porque la ausencia de novedades verdaderas pesa un poco a partir de la mitad del metraje y toda la propuesta se queda en una ejecución impecable de viejas premisas del enclave indie, las cuales indudablemente evitan los clichés dramáticos del Hollywood de cartón pintado pero tampoco logran imponerse con personalidad propia en el terreno saturado de los coming of age. Sin embargo, considerando el magro panorama del cine actual y la falta de una sinceridad como la presente, plagada de componentes autobiográficos, debemos celebrar la existencia de opus que pongan el acento en el magma de los sentimientos contradictorios, en el fluir caótico/ imprevisto/ heterogéneo de la vida y en la conjunción entre el miedo a una coyuntura agresiva y la calidez del saberse querido…