La utilización del tropo de la llegada a la mayoría de edad de la directora Greta Gerwig se despliega tan inteligente y naturalmente que trae a la reflexión aquella amarga frase: “todas las historias han sido contadas” lo que todavía importa es la mirada singular de cada artista.
Su nombre es Christine, pero se llama a sí misma Lady Bird (Saoirse Ronan) y preferiría que amigos, parientes y conocidos hicieran lo mismo. Y el nombre le queda bien: residente de uno de los barrios más grises de Sacramento, está más que lista para salir volando.
Pero antes de que pueda llegar a su destino elegido -una universidad en Nueva York- Lady Bird tendrá que graduarse de la escuela secundaria y sobrevivir a todo el drama que eso implica. También tendrá que contenerse para no matar a su madre, Marion (Laurie Metcalf), quien la ama, pero a la que no parece gustarle las decisiones ni la personalidad de su hija.
Lady Bird es el debut como directora Gerwig, quien es mejor conocida como actriz, pero que coescribió la brillante Frances Ha (2012). Trabajando con su propio guión, Gerwig ofrece una comedia dramática que trasciende las categorías de género. Es una experiencia a la vez desgarradora e hilarante.
Y contiene dos actuaciones para el Oscar. Ronan como una joven en desacuerdo con el mundo, llena la pantalla de naturalidad. También digna de la atención de la Academia es Metcalf, que es pura perfección como la madre quintaesencial: preocupada y exagerada.
En manos de Gerwig un material que podía caer en golpes bajos es una observación auténtica en el viaje adolescente que comienza en la anarquía de la impulsividad y termina (con suerte) en cierta educación emocional.
En el centro de todo, está la conflictiva relación de Christine con su madre. La película comienza con madre e hija discutiendo acerca de las aspiraciones educativas. Una vez más, las observaciones de Gerwig tienen una precisión únicas en su descripción de personas que se aman profundamente pero que se manipulan mutuamente cuando “torcer el brazo” del otro resulta imposible. El frenético recorrido del personaje de Metcalf por el estacionamiento de un aeropuerto es una interpretación literal del dolor que padres e hijos se causan mutuamente. Las malas películas de adolescentes conflictuados abundan, pero cuando se hace bien, este temática puede trascender el tiempo.
Lady Bird pasa por los rituales que hemos observado en miles de otras películas: las producciones teatrales, el primer amor, la pérdida de la virginidad, el cambio de su amiga no “cool” por la atención de la chica más popular mientras trata de forjar su propia identidad en balance por cumplir con las (altas) expectativas de padres y maestros. Inicialmente afectada, la individualidad de Lady Bird se convierte en algo honesto.
El arco de la película es engañosamente simple, apenas siguiendo a Lady Bird durante su último año escolar. Este acompañamiento es ayudado por una excelente edición por parte de Nick Houy. Hay una notable cantidad de profundidad debajo de este arco aparentemente convencional. Gerwig crea el tipo de película que revela capas en visiones repetidas.
En el núcleo de Lady Bird están las meditaciones sobre la hipocresía de la religión, la crianza de los hijos, las frustraciones que depositamos en ellos y sobre las formas en que el futuro nunca es exactamente lo que queríamos que fuese. No hay “mensaje” sólo la sutileza que prestar atención al mundo y a las personas que nos rodean es una especie de virtud que nos permite amar.