Los nombres famosos no suponen una garantía. En todo caso, aquí lo único que aseguran es que Julia Roberts mostrará seguido la luminosa sonrisa que es su marca registrada y que Tom Hanks volverá a ser el tipo común, confiable y sin malicia que suele ganarse la adhesión del público. (No incluiremos un presunto tercer nombre famoso -el de Nia Vardalos, colibretista con Hanks- porque desde Mi gran casamiento griego , que tampoco era, seamos justos, un derroche de imaginación, no ha vuelto a hacer nada que valga la pena.)
Pero no se logra un buen film sólo con un par de estrellas cotizadas y carismáticas ni con la buena intención de rescatar a la comedia de la vulgaridad que la ha invadido ni con la no menos loable de combatir el escepticismo de estas épocas de crisis apocalípticas y horizontes cada vez más oscuros. No. Y mucho menos si el mensaje esperanzador viene montado en una historia tan endeble como la de esta película, que debe de ser uno de los mayores tropezones que ha sufrido Hanks en toda su carrera.
Con protagonistas que son apenas esbozos, una historia que está tan lejos de la realidad como de la fábula y que por la ausencia absoluta de conflicto deja de interesar a poco de iniciarse y una serie de personajes secundarios puestos de relleno con la vana pretensión de intercalar alguna chispa de humor o de vivacidad, Larry Crowne resulta casi un enigma.
Es un film inexplicable, salvo que se interprete que Tom Hanks (productor, coguionista, director y protagonista) quiso hacer de él una especie de curso ilustrado destinado a quienes carecen de la fuerza necesaria para comprender que todos los días, no importa lo que haya pasado, existe la posibilidad de iniciar una nueva vida, siempre que la tarea se emprenda con fe y convicción. El éxito, como en las charlas de los pastores mediáticos, viene por añadidura.
El ejemplo es Larry, el cincuentón que es despedido del supermercado en el que trabajó desde que abandonó las ollas y los cucharones que le había confiado la marina y ahora se encuentra con una deuda que no puede pagar, unas pocas cosas para vender y un futuro incierto. Sólo que él, gracias a su buena onda, a un espíritu inquebrantable que lo lleva a ingresar en la universidad y a un libreto que podríamos calificar de generoso, encuentra respuesta a todos los problemas, incluida su vida sentimental, que para eso está Julia Roberts al frente de una cátedra bastante improbable. También hay un cómico profesor de economía (lo único gracioso) y una jovencita que lo rejuvenece cortándole el pelo, cambiándole el vestuario e incorporándolo a un ejército juvenil que anda en motoneta de acá para allá. Ahora ya está listo para vivir su nueva vida y disfrutar. Cuestión de onda: he ahí la lección.