Momentos mínimos
La gran apuesta de toda historia minimalista es intentar atrapar al espectador con los pocos elementos con los que cuenta. Por supuesto, trabajar con poco implica elaborar los matices y los detalles, pero si uno se quedó afuera de entrada, no va a encontrar muchas puertas nuevas por donde acceder a la película. Las acacias apuesta por lo poco: tres personajes, un camión, la ruta. Un camionero que viaja de Asunción a Buenos Aires y que se ve obligado a llevar consigo (casi pareciera que contra su voluntad) a una joven mujer paraguaya que quiere emigrar con su hija bebé. El origen de la incomodidad del camionero parecería ser esa bebé de cachetes grandes y ojos hermosos. Esa bebé es la que se come la película.
Encerrada casi totalmente dentro de la cabina del camión (con ocasionales paradas al costado de la ruta), la cámara de Las acacias se dedica a explorar sus personajes a partir de los detalles mínimos, de los gestos. Hay muy pocas palabras en Las acacias, pero sobran pequeñas situaciones (la bebé que llora y se termina entreteniendo con la tapa del termo, un asado entre camiones, una botella de agua, un pañal sucio). Las acacias tampoco se detiene en la contemplación del paisaje: más allá de la primera secuencia en la selva, cuando se ve algo de paisaje es a través de las ventanas del camión, casi al pasar. El paseo por el interior de una cabina está bien armado, es prolijo, austero.
Como dijimos, entre estos dos deconocidos hay muy pocas palabras. Las cosas se dicen sin palabras en Las acacias, y esa parquedad le hace bien. El problema es lo se dice en Las acacias, aunque sin palabras. Hay un fondo almibarado y de relato políticamente correcto que, aunque no llega a articularse, enchastra cada plano de esta película. Ejemplo: el primer encuentro entre el camionero y sus pasajeras. Se saludan junto a una ruta, se reconocen por sus nombres. El camionero dice que él no sabía nada de que hubiera una bebé. Ella le dice que había avisado que iba a viajar con su hija. Él le pide los papeles, ella se los muestra. Entonces, el hombre se da vuelta sin decir nada, sin gestos, se sube al camión y cuando uno cree que está a punto de irse solo, abre la puerta del acompañante para invitarla a subir. Pero no la ayuda a subir sus bolsos ni a su hija. El personaje está definido: este es un hombre rudo, solitario, parco, pero de fondo tierno. El relato ya está trazado: el hombre hosco aprenderá de humanidad y sentimientos al lado de esta mujer y su bebé. Todo lo que viene después es una repetición gradual de esta misma idea: parece que se va a ir pero abre la puerta. El camino lleva inevitablemente a un único punto: ese primer plano con el que cierra la película. Junto con la historia del "ablandamiento" del corazón del camionero corre la del despertar de la conciencia social: esta chica tiene que dejar todo atrás para buscar una vida mejor. No hay tensiones, rebeldía o cuestionamientos, solo la tierna sensación de sentir que uno comprende el dolor de estas pobres personas que la pasan peor que nosotros.
El mayor arte de Las acacias está en la naturalidad que transmite esa bebé: sus reacciones son joviales, hermosas y significativas. Eso no se logra fácilmente. Pero posiblemente esa acción/reacción tan claras, ese relato tan lineal sean los que más perjudican a esta película de sentimentalismo fácil aunque parco. Esa combinación no es común en el cine, pero no por eso es interesante.