Una piedra en el zapato
Tratar de comparar La Maldición de las Brujas (The Witches, 1990), dirigida por el gran Nicolas Roeg, basada en la novela homónima de 1983 de Roald Dahl y con producción, títeres y efectos especiales de Jim Henson, con Las Brujas (The Witches, 2020), dirigida por el muerto en vida de Robert Zemeckis y con una tonelada de CGI símil plástico y para colmo de lo más mediocre y bobalicón, resulta equivalente a comparar la Biblia y el calefón… y no cualquier calefón, uno que ya no sirve para absolutamente nada. La presente remake, que por cierto se vende como una flamante adaptación del libro original, falla en prácticamente todos los apartados que uno como espectador pudiese considerar: es lenta, aburrida, melosa, insignificante, torpe, rutinaria, poco imaginativa, timorata, conservadora y no ofrece ni una bendita escena en la que realmente se despegue de la obra maestra primigenia de Roeg o le llegue siquiera a los talones, sin duda todo un neoclásico del cine infantil más tenebroso y valiente con una legendaria Anjelica Huston como la Señorita Ernst, nada menos que la Gran Reina Bruja, lúgubre líder de un aquelarre internacional que pretendía transformar a todos los niños en ratones mediante una pócima mágica bautizada Fórmula 86, la cual presentaba a sus crueles súbditas en una convención en un lujoso hotel.
Zemeckis, luego de una fase inicial muy loable caracterizada sobre todo por Volver al Futuro (Back to the Future, 1985), sus dos secuelas, ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988) y La Muerte le Sienta Bien (Death Becomes Her, 1992), demostró ser un director muy deficitario a nivel dramático y en verdad obsesionado por la manipulación emocional hollywoodense más berreta y -desde ya- por esa dimensión técnica de sus trabajos que casi siempre termina comiéndose al escuálido relato en su conjunto, al punto de que transformó a sus protagonistas en maniquíes digitales sin vida en ocasión de El Expreso Polar (The Polar Express, 2004), Beowulf, la Leyenda (Beowulf, 2007) y Los Fantasmas de Scrooge (A Christmas Carol, 2009). Si por un lado tenemos las grasientas e insoportables Forrest Gump (1994), Contacto (Contact, 1997) y El Vuelo (Flight, 2012), por el otro lado están propuestas bastante más honestas y placenteras -aunque sinceramente olvidables, por lo parecidas hasta la médula a otras tantas películas mucho mejores- como Revelaciones (What Lies Beneath, 2000), Náufrago (Cast Away, 2000), En la Cuerda Floja (The Walk, 2015) y Aliados (Allied, 2016), intentos algo anodinos en eso de retomar un clasicismo retórico hoy casi extinto en la comarca industrial de la impostación redundante.
Mucha corrección política mediante, ahora el niño protagonista (Jahzir Bruno de purrete, el exagerado Chris Rock de adulto) y su abuela (Octavia Spencer) son negros y viven en la Alabama de los 60: la nona le advierte al huerfanito acerca de la existencia de las brujas una vez que el joven se topa con una en un supermercado, haciendo que -sin demasiada justificación concreta- los dos terminen en el suntuoso hotel luego de un prólogo larguísimo e innecesario. La cosa no mejora demasiado desde allí porque a la evidente aligeración del tono dramático -ya no asusta para nada, a decir verdad- se suma la pereza y el poco interés de Zemeckis en hacer avanzar la trama, hoy nuevamente con el purrete siendo testigo de cómo la Gran Reina Bruja (Anne Hathaway) convierte en ratón a su amigo, el regordete Bruno Jenkins (Codie-Lei Eastick), con la inefable Fórmula 86 en tanto adelanto de lo que les espera a los otros mocosos del mundo una vez que las hechiceras echen a andar su plan. Mientras que Stanley Tucci es un triste reemplazo de Rowan Atkinson en el rol del Señor Stringer, el gerente del establecimiento, Spencer y Hathaway cumplen en lo suyo pero no pueden evitar un desastre similar al de El Jardín Secreto (The Secret Garden, 2020), pálida remake de Marc Munden de aquella maravilla homónima de Agnieszka Holland de 1993.
Más allá del hecho de que las prótesis y el maquillaje de Huston de la original y los títeres del equipo de Henson les pasan el trapo a los hiper horrendos CGI del film de Zemeckis, lamentablemente producido por los geniales Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón y coescrito por Del Toro, la película que nos ocupa sintetiza dos de las más preocupantes tendencias del mainstream actual, la de alargar sin sentido todas las escenas y la de incluir detalles digitales de manera gratuita por todos lados, pero no aquellos CGI de los 90 de pretensiones realistas sino los ridículos, derivativos e intercambiables que pululan en una legión de productos concebidos por autómatas del marketing, oligarcas de las gerencias y técnicos mediocres de informática y derivados. Lejos del pulso Clase B de Autos Usados (Used Cars, 1980), Tras la Esmeralda Perdida (Romancing the Stone, 1984) y sus aportes para Cuentos Asombrosos (Amazing Stories, 1985-1987) y Cuentos de la Cripta (Tales from the Crypt, 1989-1996), y cerca de su bodrio inmediatamente anterior Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, 2018), el realizador con el tiempo se transformó en otra “piedra en el zapato” del cine contemporáneo, frase utilizada en pantalla para retratar a las brujas que asimismo describe a la perfección su condición de estorbo para lo que podría haber sido una reinterpretación mucho más amena y aguerrida en manos de otro director menos adepto a engolosinarse con lo digital estúpido, basta con considerar -como ejemplo positivo- lo hecho por Louis Leterrier en El Cristal Encantado: La Era de la Resistencia (The Dark Crystal: Age of Resistance), precuela de otro gran clásico de Henson, El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982). Por más que el quejoso de Dahl lloró en su momento porque Roeg incluyó a una bruja buena, la Señorita Irvine (Jane Horrocks), aquella que convertía de nuevo al purrete protagonista “ratificado” en ser humano luego de que Ernst estuviese haciendo de las suyas, lo cierto es que la movida introdujo complejidad vía una excepción en el mundo de las dicotomías absolutas del escritor británico, no obstante el opus de Zemeckis no sólo no aprende la lección de 1990 -aquí todas las brujas son malas y el afroamericano continúa como ratón en el desenlace- sino que presenta a la caza de brujas posterior emprendida por el niño y su abuela como una cruzada de tipo militar en la que se reclutan a otros peques cual soldados, parábola muy pero muy poco feliz considerando las muertes por las “aventuras” bélicas del imperialismo yanqui y el mismo hecho de que el asunto suele ser algo estándar en las eternas guerras civiles de las tribus/ etnias en África…