Una comedia febril y desmadrada
"El humor es lo más serio que hay, es lo que nos salva y redime". Esto lo expresó el director bilbaíno Alex de la Iglesia, heredero posmoderno de las más ilustres tradiciones de la comicidad española. El día de la bestia y Balada triste de trompeta son dos ejemplos de ese estilo.
En Las brujas se propuso armonizar el policial con ramalazos de humor esperpéntico y una abigarrada historia de brujas. Y como es habitual en el cine de De la Iglesia, este filme también está cargado de violencia y de variables surrealistas de cuño buñueliano.
Los protagonistas son José y Tony, desocupados y algo desesperados, que "trabajan" de estatuas en la Plaza de Sol de Madrid. El primero, semidesnudo, carga con una enorme cruz de madera a la manera de Jesús. Y el segundo, como un soldado con un fusil al hombro.
Ambos se proponen salir de pobres mediante un atraco a una joyería situada en el lugar.
José, que está divorciado, es acompañado por su hijo Sergio de diez años, porque es martes y le correspondía cuidar de él. Se llevan varios miles de anillos de oro, suben apresuradamente a un taxi conducido por Manuel y parten inicialmente hacia un destino incierto.
Sobre la marcha deciden dirigirse hacia la frontera con Francia y llegar a París. Pero deben pasar por Zugarramurdi, un pueblo de Navarra conocido por sus cuevas en las que, según la Inquisición, se reunían las brujas para hacer aquelarres, con la supuesta presencia del demonio.
Los problemas de los desafortunados ladrones se multiplicarán en ese sitio por centenares. Porque si hasta ese momento el filme podía encuadrarse, aproximadamente, en el género policial, en Zugarramurdi la historia se desmadra y adquiere proporciones alucinantes.
Eso ocurre cuando los prófugos ingresan a la enorme y deteriorada mansión de las brujas, que se muestran siempre propensas a captar incautos, en especial niños, porque además de beber brebajes y comer víboras, también son caníbales.
Es cierto que el director caracteriza a las mujeres como malvadas, crueles y demoníacas, pero también es cierto que a los hombres los trata de idiotas,
"Dios es mujer -exclama la bruja encarnada por Carmen Maura--, y los hombres no pueden soportarlo".
De la Iglesia es considerado el "rey de la comedia acelerada" y este filme es otra muestra ejemplar de ese estilo narrativo. El propio director señaló que ver su película es como asistir a una función de Abbott y Costello contra los fantasmas.
Lo que no se le puede negar a De la Iglesia es imaginación, muy febril, pero imaginación al fin.