Las películas acerca de familias separadas, contadas desde el punto de vista de los hijos, y en clave de comedia dramática, ya constituyen un subgénero con buena cantidad de adeptos. Para poder destacarse por sobre las demás, cada una debe tener corazón, alma, una cualidad que permita vislumbrar su autenticidad. Las buenas intenciones brilla porque cuenta con esos indispensables requisitos. Ambientada en 1993, la historia tiene como eje a Aman (Amanda Minujín), la hija preadolescente de un padre rockero (Javier Drolás) y una madre más formal (Jazmín Stuart). La joven y sus tres hermanitos menores ya están acostumbrados a la rutina de pasar un tiempo con cada uno. Lo más divertido siempre viene del lado del progenitor: un músico que también es responsable de una disquería y lleva una vida bohemia entre cerveza, amigos y partidos de su adorado River Plate. Pero todo se altera cuando la madre anuncia su decisión de irse a vivir a Paraguay con su nueva pareja (Juan Minujín) y los chicos. Una situación difícil para Aman, que no quiere estar tan lejos de su padre, y una cuestión especial también para él, que adora a sus hijos y deberá dar un gran paso en su vida. La directora Ana García Blaya se basó en su propia niñez, junto a sus hermanos y a su padre, Javier García Blaya (integrante de la banda Sorry). El resultado es un tributo personal a una época, que genera un cariño inmediato gracias a personajes entrañables. Sobre todo, el homenaje a un padre como el que muchos quisieran tener, que no por ser algo inmaduro deja de ser responsable cuando se trata de sus hijos. Además de la historia de ficción, la directora agrega fragmentos rodados en Super 8 que pertenecen a su propia vida. Un detalle emocional, que por momentos queda descolgado, principalmente cuando también se recurre a filmaciones caseras de los actores interpretando a sus personajes. Amanda Minujín se roba sus escenas, convirtiéndose en la revelación de la película; al igual que Carmela Minujín, que hace de su hermana, ambas son hijas del consagrado Juan. Por su parte, Javier Drolás compone a otro antihéroe querible, uno de los padres más encantadores del cine argentino. Las escenas que incluyen a ambos son las más dulces, graciosas y emotivas del film. Las buenas intenciones funciona como un coming of age tanto por el lado de Aman como del padre, y lejos de ser un mero ejercicio de nostalgia ombliguista, envueve al espectador con sus emanaciones de ternura y simpatía.
Vivimos en una época de exitismo, y esa es una actitud marcada categóricamente por los resultados. Sin embargo, estos los llevan a cabo personas: si bien un juicio de valor es menester en muchos aspectos de la vida, nunca se debe perder de vista el factor humano previo al error que nos hace indefectiblemente tales. Es tratar de ver cuánta pureza hubo en sus intenciones. Cuánta nobleza, altruismo o desinterés. Esa es la búsqueda de Las Buenas Intenciones. Quisiera ser chico Las Buenas Intenciones es una historia no solo sobre la responsabilidad, sino también sobre saber que hay un momento para ella, y este no puede ser precoz. En el film, por mucho que el padre quiera que su hija no vaya a Paraguay, por mucho que reconozca (e incluso admire) la madurez de ella y los esfuerzos que está haciendo para mantener ese contacto, él debe reconocer que el precio que está pagando es la perdida de la niñez de su hija. El debate dentro de la psiquis del padre es constante, por un lado no quiere separarse de ella, pero por otro tiene la oportunidad de probar que no es egoísta y efectuar una verdadera acción paterna mas allá de la mínima indispensable. Es la lenta pero segura confrontación del hecho que durante todo este tiempo el niño fue él y la adulta es ella. Si bien hay constante metraje en VHS propio de una cinta casera, podríamos decir que los colores y las elecciones de encuadre de Las Buenas Intenciones también evocan a una película casera. Un formalismo elegante pero que en todo momento tiene por corazón a aquella sencillez de cuando tomamos una cámara por primera vez y ni idea teníamos de que se podían contar historias con ella. La niña de entonces y la mujer de ahora sostienen un dialogo de mucho amor a través de la fotografía, el diseño de producción y el vestuario. Javier Drolas entrega un efectivo protagónico como el padre protagonista. Jazmín Stuart y Juan Minujin aportan lo necesario emocionalmente para que la trama arranque con potencia. Sin embargo, los más grandes elogios deben ir para Amanda Minujin, que no solo comunica la abrumadora responsabilidad que lleva su personaje siendo una niña, sino también la completa naturalidad y aceptación de alguien que lo viene haciendo desde hace largo tiempo.
El peso de las decisiones y de las responsabilidades. Crítica de “Las Buenas Intenciones” de Ana García Blaya.InicioFestival Internacional de Cine de Mar del PlataEl peso de las decisiones y de las responsabilidades. Crítica de “Las Buenas Intenciones” de Ana García Blaya. 12 noviembre, 2019 Bruno Calabrese Dentro de la Competencia Argentina del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se estrenó la premiada ópera prima de Ana García Blaya. Una entrañable comedia dramática contada con mucho punkrock y corazón Por Bruno Calabrese. La película sigue a la joven Amanda (Amanda Minujin), una niña de diez años que tiene una particular relación con su padre, Gustavo (Javier Drolas), un rockero treintianero, eterno adolescente, que pasa sus días tocando la guitarra, fumando porro y trabajando en una disquería con Néstor (Sebastián Arzeno). Amante de River y del fútbol, el eterno joven vive de manera despreocupada su vida, entre asados con amigos, piletas y Futbol de Primera los domingos por las noches. Amanda es la mayor los tres hermanos, los otros dos, Lala (Carmela Minujín) y Ezequiel (Ezequiel Fontenla) quedan a cargo de ella cuando están con su padre, ya que es la que asume ese rol que su padre no cumple, pero que a ella no le pesa. Todo se complica cuando su madre (Jazmín Stuart) y su nueva pareja (Juan Minujín) deciden ir a vivirse a Paraguay por cuestiones laborales, lo que obliga a Amanda a tomar una difícil decisión para su futuro. Javier Drolas es el protagonista principal, en el papel de ese eterno adolescente amante del rock. Tierno y querible, un “Cuqui” Silvani en el River de los 90 (no en vano, en un diálogo con su hija lo defiende): Un jugador que vagaba por la cancha de manera despreocupada, insultado por todos, pero que a la hora de hacer goles cumplía. Un poco como Gustavo, irresponsable y vago pero que cumple a la hora de dar amor por sus hijos. La revelación actoral de Amanda Minujín es otro de los puntos altos. Junto a los hermanos muestran una profesionalidad y espontaneidad envidiable, pero es ella la que logra cargar con todo el peso dramático que la historia requiere. Sus gestos, sus diálogos llenos de madurez con su padre tienen un peso resonante y una naturalidad elogiable (la reacción de ella en el momento donde el padre le dice que se van a Paraguay con su madre es un momento hermoso dentro de la película). Con cierto aire al clásico “Alta Fidelidad” de Stephen Frears y un cameo sorpresivo de un ícono del punkrock como Stuka, “Las Buenas Intenciones es una película reflexiva y adorable con mucho rockandroll, VHS y nostalgia noventosa, Puntaje: 90/100.
La sección Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Platase ve impregnada de una tierna nostalgia con la presentación de Las Buenas Intenciones, la opera prima de Ana García Blayaambientada en los años ´90. Luego de su paso por el Festival de Toronto, el film que cuenta con las interpretaciones de Jazmín Stuart, Javier Drolas, Juan Minujín y el destacado debut actoral de su hija, Amanda Minujín, compagina la narración convencional con la simulación de películas caseras para entregar al público un emotivo y honesto relato sobre la infancia, la familia y la madurez. A principios de la década de 1990en Buenos Aires, una niña de 9 años llamada Amanda (Minujín) debe asumir la responsabilidad de cuidar a sus dos hermanos menores, Manu (Ezequiel Fontenla) y Lala (Carmela Minujín), cada vez que les toca ir de visita a la casa de su padre Gustavo (Drolas), un eterno adolescente irresponsable y holgazán que se gana la vida trabajando en la disquería de su amigo Néstor (Sebastián Arzeno). Cuando la madre de los niños, Ceci (Stuart), decide mudarse junto a su marido (Juan Minujín) a Paraguay con el fin de mejorar la calidad de vida de su familia, Amanda debe decidir entre quedarse con su papá en aquel divertido, aunque impredecible y desorganizado microcosmos, o continuar su camino junto a sus hermanos. Desde el momento en que aparecen los créditos mientras suena el clásico himno punk argentino Si Yo Soy Así de Flema, sabemos que no se trata de una comedia familiar como cualquier otra. Estamos ante una perfecta definición de película underground, mucho más por su espíritu que por su realización. Está claro que Las Buenas Intencionesposee mucho de película autobiográfica. De hecho, resulta fácil imaginar a la debutante García Blaya- quien dedica este film a su padre músico fallecido rindiéndole también un homenaje a su antigua banda Sorry- en la piel de la joven Amanda. La misma directora ha hablado de este primer largo como un proceso de sanación personal y se nota el trabajo delicado que ha hecho tanto en el montaje como en la construcción de estos personajes, sumamente queribles y humanos. El particular vínculo entre Gustavo y sus hijos, sobre todo con Amanda, representa sin duda una de las cosas más atractivas del film. Como sacado de una comedia de Judd Apatow, este aficionado por el rock que siempre llega tarde a todos lados y se la pasa zapando y fumando porro con sus también adolescentes amigos, resulta por demás ocurrente. La música, elemento primordial de esta propuesta, lleva a otro nivel la conexión con sus hijos. Los niños no solo perdonan sus defectos como padre, sino que de alguna manera aprenden a amarlos y reírse de ellos. La manera en que Amanda lo cuida y ayuda, haciendo las veces de madre de este hombre inmaduro, es sencillamente enternecedora. Y si hay algo que no podemos dejar de recalcar es el debut de la pequeña y gran Amanda Minujín, quien se carga al hombro el mayor peso dramático de la historia. La frescura y sensibilidad con que compone este primer personaje nos hace pensar en el brillante futuro que le augura dentro de la pantalla. Las Buenas Intenciones es un film amable, sincero y una hermosa representación de la cultura pop de los ‘90 y la idiosincrasia argentina que no necesita recurrir a múltiples efectos de nostalgia para robarse la sonrisa del espectador. Quienes hayan vivido su infancia o adolescencia por aquellos tiempos de VHS y cassetera, saldrán de la sala con la sensación de haber visto reflejada un poco de su propia historia.
La historia se centra en Gustavo (interpretado por Javier Drolas), padre de tres hijos y separado de su esposa Cecilia (Jazmín Stuart), quien es presentado en el film como un padre irresponsable, que llega tarde constantemente a la escuela de sus hijos, y con una gran pasión por la música que la plasma en la disquería donde trabaja. Sin embargo, lo que más disfruta son los momentos que comparte con sus tres hijos, a quienes aprovecha para filmarlos, registrando cada momento. La felicidad comienza poco a poco a borronearse cuando Cecilia le informa que debe irse a vivir a Paraguay por una oportunidad laboral de su actual pareja y debe llevarse a sus niños con ella. En este film, Ana García Blaya decide compartir su vida personal en un relato de ficción. Las cintas filmadas por su padre irrumpen en varios momentos del largometraje. Sus recuerdos se mezclan con el aquí y ahora de la familia ficcional. Las películas se diferencian de la misma porque notamos que las imágenes fueron tomadas con otro dispositivo, una cámara casera que enfoca con primeros planos las caras de los niños, que registra encuentros musicales, actos escolares y salidas conjuntas. Los actores, especialmente Javier Drolas y los niños que interpretan a los pequeños hijos (Amanda y Carmela Minujín y Ezequiel Fontenla), logran una química magnífica gracias a la cual transmiten al público el gran cariño que se ha construido entre ellos. Además, es destacable sus buenas actuaciones, como también las de Jazmín Stuart, Juan Minujín y Sebastián Arzeno, el cual interpreta al mejor amigo del protagonista y desarrolla junto a él los momentos más cómicos de la cinta. En resumen, “Las buenas intenciones” genera un sentimiento nostálgico, donde la directora realiza un gran homenaje a su padre que ya no está. El rescate del material de archivo es un gran recurso que logra transmitir este sentimiento, además del bello universo ficcional que ha creado a partir de estos registros. Una historia que emociona, pero donde también irrumpen varios momentos cómicos.
El papá musical Retrata una época en la vida de una niña, que ama a su padre, aceptándolo como es. Un film entretenido y dulce, bastante melodramático, en el cual la directora y guionista tiene la posibilidad de contar una parte de su vida, quizás la más emotiva hasta el momento. Las buenas intenciones (2019), una comedia dramática ambientada en Argentina durante la recesión económica de la década de 1990, marca el debut cinematográfico de la directora y escritora Ana García Blaya. Es un retrato semiautobiográfico de una familia fragmentada por circunstancias difíciles y personalidades rebeldes, pero unida por un fuerte amor. El padre de características adolescentes, Gustavo (Javier Drolas), vive para tres cosas: fútbol, rock and roll y sus hijos. Luego de separarse de Cecilia (Jazmín Stuart) comparten la custodia, a pesar de la incapacidad de Gustavo de cumplir con los horarios o generar suficientes ingresos para cubrir su parte de los gastos. Gustavo es dueño de una tienda de discos junto a su amigo Néstor (Sebastian Arzeno), pero el negocio es pobre, con casetes piratas a precios de ganga que comprenden la mayor parte de sus ventas. Su eterna comodidad se altera cuando Cecilia y su pareja actual Guille (Juan Minujin), deciden comenzar una nueva vida en Paraguay, y llevar a los niños con ellos. Amanda (Amanda Minujin), la hija mayor no está de acuerdo. Ana García Blaya ejecuta una buena dirección en cuanto a captar la esencia de su padre, su entorno y el recuerdo que tiene de él y esa época feliz y agridulce; sin embargo, resulta algo tedioso y chocante el uso del recurso de la música, acompañado de videos caseros reales -a modo de documental familiar-, y, otros protagonizados por los actores del film. Estos recursos abruman y se sienten forzados en ciertos tramos con la finalidad de lograr en el espectador una emoción sublime, mayor a la que debería darse de manera natural. En cuanto al guion, se puede decir que es prolijo, de estructura dramática simple y correcta, aunque la música ayuda mucho a otorgar el ritmo necesario para lograr fluidez. Cabe destacar la excelente recreación de la época. Las interpretaciones en general son atinadas, llama la atención la escasa interacción de un actor como Juan Minujin. Resulta muy acertada la interpretación de Jazmín Stuart en el rol de la única persona mesurada en todo el relato, quien aporta sensatez, en lo que sería , sin su existencia, un caos total. Realmente muy creíble y es probable que sintamos empatía con su personaje, ya que es el más justificado. Las buenas intenciones es un film entretenido y muy tierno, se trata de la historia de la propia directora y guionista, que pone el foco en la idealización que suelen tener las hijas por su padre. Que a pesar de sus errores y falencias en su rol, lo aman tal cual es, justificándolo siempre. Es un sentimiento único e irremplazable, su primer amor, de una fuerza que traspasa el tiempo y a todos los otros amores que transitará esa niña a lo largo de su vida.
El film de Ana García Blaya es una comedia dramática que relata la historia de un matrimonio divorciado, El padre Gustavo (Javier Drolas) es el típico inmaduro, rockero, algo adolescente, amante de la música, pero muy amoroso y responsable con sus tres hijos. La madre, Ceci (Jazmín Stuart) es estructurada, prolija, intransigente y formal. En su casa, todo es prolijidad y orden; en lo de su padre, todo es caos, la hija mayor, Aman (Amanda Minujín, en un promisorio debut) tan sólo con diez años, se ocupa de todo, hasta de sus hermanos menores, entre los que se encuentra Lala (Carmela Minujín) y el único varón, Manu (Ezequiel Fontenla). Ambientada en 1993 donde todavía frecuentaban la disquería de la que su padre era socio responsable junto a Néstor (Sebastián Arzeno), los chicos conocen mucho de música y van en el auto cantando las canciones del rock nacional que les inculcan su padre y sus amigos, además del club de sus amores, River Plate. Un día todo cambia, cuando la madre le comunica a su ex-marido que se van a ir todos a vivir a Paraguay, ya que su marido actual, Guille (Juan Minujín) tiene una muy buena oferta de trabajo y su vida va ser mejor. Aman, que es la más grande y la más consciente, es la única que no quiere dejar a su padre y se lo hace saber, su padre tampoco quiere separarse de ellos, pero lo comprende. Se sabe que la directora plasmó parte de su historia aquí, pero los que realmente le dan emoción y verdad son los actores, tanto los grandes como los niños. Son excelentes y emotivas las historias rodadas en Super 8 que remiten a una cierta parte de la historia que es conmovedora. Luego de pasar por el Festival de Toronto, el film fue estrenado dentro de la Competencia Argentina del 34* Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Un film sobre la infancia, las separaciones, las familias ensambladas y a pesar de todo eso, el amor inagotable entre padres e hijos, a pesar de todo, defectos, sinsabores, llegadas tarde...Aman tendrá que decidir si parte con su familia o se queda con ese padre infantil que le tocó en suerte. Un film tierno de García Blaya. ---> https://www.youtube.com/watch?v=TWn6LFoep10 ACTORES: Jazmín Stuart, Juan Minujín, Javier Drolas. GENERO: Drama . DIRECCION: Ana Garcia Blaya. ORIGEN: Argentina. DURACION: 85 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento FECHA DE ESTRENO: 05 de Diciembre de 2019 FORMATOS: 2D.
Cuando una realizadora debuta en la realización con una propuesta como Las buenas intenciones, con la solidez y seguridad que se desprende de cada plano y escena, sabemos que estamos frente a una propuesta que marcará el inicio de un largo y próspero camino en la narración. A partir de una historia personal, Ana García Blaya desarrolla una película que trasciende el racconto y el self made history, ubicando la película dentro de un panorama mucho más amplio que posibilita la universalidad de su propuesta. Apelando a recuerdos, utilizando viejas grabaciones en VHS y contando con un elenco a la altura de las circunstancias, García Blaya se permite jugar con su historia, con sus recuerdos, dolores, anécdotas y con el profundo amor que tiene y tuvo por sus padres. Hoy esta mujer mira hacia atrás para relatar un mensaje de esperanza, de resistencia, de rebeldía, de identidad construida desde canciones, portazos, abrazos negados, caricias, mentiras, secretos, cuidados, mandatos y música. El elenco se presta a la historia con verosimilitud y naturalidad, sobresaliendo Amanda Minujín como la joven Ana, con una precisión en cada escenas que sorprende por su compromiso y oficio. Un debut bello, que se enraíza con la mejor tradición de narraciones personales y que en la apuesta a despojarse de miedos y titubeos encuentra un pulso y un tempo que dinamizan y hacen a la vez entrañable su propuesta.
Gustavo es un treintañero como tantos otros: eterno adolescente, vive en el desorden, se alimenta a base de fideos y pizza comprada, picotea amoríos descomprometidos y tiene un trabajo poco exigente en una disquería, que le permite tocar en su banda, jugar al fútbol o estar de fiesta cuando se le canta. El pequeño detalle es que está separado y tiene tres hijos. Con llamativa sensibilidad, Las buenas intenciones registra esa dinámica familiar: la de un tiro al aire a cargo, algunos fines de semana, de tres chicos en edad de ir a la primaria. Sorpresa: a pesar de tener todo para ser un desastre, Gustavo es un buen padre. Cuenta como aliada con Amanda, la clásica hija mayor obligada por las circunstancias a una madurez prematura. Desde la dedicatoria (“a mi papá y a mi mamá”) queda en claro que la opera prima de Ana García Blaya es autobiográfica. Un dato que en este caso es fundamental, porque explica esas filmaciones caseras reales -que se mezclan con otras recreadas- que terminan de darle un nivel de verdad asombroso a esta historia de crecimiento. Ese elemento, si se quiere, "documental", completa una pintura emocional notable. En un elenco con muy buenas actuaciones -algo difícil de conseguir, y más cuando de niños se trata- se destaca sobre todo Amanda Minujín (hija del actor Juan) como la nena/tutora de sus hermanos y Javier Drolas como el padre informal. El telón de fondo de sus andanzas es una época que, con austeros elementos, está eficazmente reconstruida: la de principios de los ’90, cuando aún existían disquerías que grababan casetes piratas y el país despertaba a puro trauma económico de la primavera alfonsinista. Esos cuatro personajes conmovedores viven en un paraíso imperfecto, construido a su medida, que está a punto de terminarse para siempre. García Blaya logró elaborar su historia personal de la mejor manera: transformándola en una película conmovedora.
Para aquellos cínicos que descreen del poder catártico del cine, Las buenas intenciones es un ejemplo contundente de cómo una historia real marcada por la tragedia puede transformarse en un hecho artístico dominado por la sensibilidad, el lirismo y el amor. Lo mejor de la ópera prima de García Blaya es que ha logrado transformar el dolor en belleza. Gustavo (Javier Drolas) es un hombre divorciado y padre de tres hijos, que no es precisamente un dechado de responsabilidad. Con su amigo Néstor (Sebastián Arzeno) manejan una disquería (estamos en la década del 90), aunque los números no cierran. Su exesposa (Jazmín Stuart) tiene nueva pareja (Juan Minujín), pero se la pasa quejándose por las constantes impuntualidades e incumplimientos económicos de Gustavo, un típico slacker de caótico hogar y más afecto a las trasnochadas, los romances casuales, el fútbol, manejar su Torino y fumar marihuana que a dedicarse a su familia. Cuando Cecilia le informa que va a radicarse con su novio y los tres chicos en Paraguay, Gustavo lo acepta con una mezcla de enojo, tristeza y finalmente resignación. Sin embargo, Amanda (Amanda Minujín), la mayor de los hermanos, está decidida a quedarse con él. Las buenas intenciones es una tragicomedia sobre la relación padre-hija, una película sobre el amor por la música (hay algo del universo del Nick Hornby), una carta de amor a los padres torpes y un ensayo sensible y por momentos conmovedor sobre el sacrificio, la pérdida y la reconciliación.
Mucho más que una película de amor Ensayo autobiográfico, suerte de homenaje sobre la relación entre la directora y su padre, el músico Javier García Blaya, fallecido en 2015, integrante del grupo Sorry junto al también fallecido Pablo Fischerman, Paola Pelzmajer y Sebastián Orgambide, pero también retrato de época sobre quienes resistieron al vaciamiento cultural de los años 90, resultan los pilares fundamentales sobre los que erige Las buenas intenciones (2019), tal vez uno de los debuts más prometedores y estimulantes del último año. Años 90. Gustavo (Javier Drolas) es padre de tres hijos, está divorciado del personaje de Jazmín Stuart y tiene una disquería con su mejor amigo (Sebastián Arzeno). Gustavo no es un hombre al que la responsabilidad le siente bien sino todo lo contrario. Es el eterno adolescente con síndrome de perterpanismo que pasados los treinta y pico sigue actuando como tal. Las buenas intenciones es la mirada nostálgica, según el punto de vista de Amanda (alter ego de Ana Garcia Blaya), una de sus hijas, sobre el amor entre un padre y su hija cuyos rolos son ejercidos a la inversa, pero también un ensayo crítico hacia la política de los años menemista, época de los veraneos en Miami, del deme dos y la frivolidad de la pizza con champán mientras la industria nacional se destruía, el desempleo crecía y los "Todo por $2" y las canchas de padle se reproducían como conejos. Narrada en tono de tragicomedia, Ana Garcia Blaya construye una historia simple, sin demasiadas pretensiones narrativas ni estilísticas, repleta de matices, donde cada dialogo funciona de manera precisa sin resultar artificial, evitando siempre caer en golpes efectistas y manipulaciones emocionales, poniendo un punto en el momento en que todo se puede desbarrancar tanto para el lado del humor absurdo como del melodrama. Todo está en perfecto equilibrio sin que esto parezca calculado. Las canciones de Sorry (el título de la película hace referencia a una de ellas), que integran una banda sonora que en ningún momento molesta ni aparece como relleno sino que suena en función a la necesidad de la trama, junto a las actuaciones de un elenco que apela a la naturalidad, donde Amanda Minujín resulta todo un hallazgo, funcionan como el complemento ideal para que Las buenas intenciones se convierta en la pequeña gran obra que es.
Después de competir en los Festivales de Toronto, San Sebastián, Biarritz y Mar del Plata, se estrena Las buenas intenciones, ópera prima de Ana García Blaya, que narra los recuerdos de la infancia de la realizadora. Una notable reconstrucción del espíritu de los años 90. Fue una época de transición, pero que dejó marcada a toda una generación. Primavera del ´93. Todavía no sabíamos cuáles iban a ser los alcances del teléfono celular. Incluso, muchos todavía no tenían teléfonos en sus casas. En las disquerías se vendían LP y cassettes. El CD recién aparecía. Internet era un término desconocido y si alguien quería hacer un compilado de canciones, se hacían a través de una doble grabadora, o se grababa el tema desde la radio a una cassetera. El VHS atesoraba los recuerdos familiares. De este espíritu nostálgico, melancólico, pero sin caer en golpes bajos, al contrario, siempre buscando el perfil más divertido, se nutre Las buenas intenciones. Ana García Blaya transporta los recuerdos junto a su padre a la pantalla grande, a través de los ojos de Amanda –revelación Amanda Minujín- una joven preadolescente que es testigo de la desordenada vida de Gustavo, su padre, el líder de una ex banda de rock under, que ahora sobrevive de las ventas de una disquería que atiende su tío. El film describe casi el día a día de esta convivencia, donde los hijos son más maduros que los padres. La tensión que vive Gustavo con su ex esposa es descripta con humor y picardía. García Blaya evita villanizar a la figura del progenitor, cargándolo de ironía y ternura en partes iguales. Un inadaptado querible. Javier Drolas logra una interpretación sutil, con matices, pero empática de este adorable bohemio. El quiebre de la narración sucede cuando la madre de Amanda – Jazmín Stuart – y su marido – cameo de Juan Minujin, padre de las actrices infantiles – deciden mudarse. García Blaya pone énfasis en la independencia intelectual de los menores, el poder de tomar decisiones, de elegir su futuro, sin importar cuál es el mejor destino posible. De ahí el título del film. Cuánto valen las intenciones en la infancia. Cuanto se valora el esfuerzo y el cariño, dentro de una familia fragmentada. La directora no juzga a sus personajes. Los describe de la forma más genuinamente simpática y salvaje posible, sin dobles discursos. La reconstrucción de época no está solo en la dirección de arte o vestuario, sino en la fotografía, el montaje, los diálogos y sobretodo la música, que es la que le da el ritmo preciso a la narración. Las secuencias y elipsis temporales están separadas por recuerdos grabados con cámara analógica, algunos reales con los verdaderos personajes, otros son recreaciones tan precisas que cuesta distinguir una de otra. Es cierto, qué en sus pretensiones de generar un relato honesto y transparente, simple y directo, falta algo de profundidad. Las conclusiones y reflexiones no son servidas en bandeja, quedarán en el espectador. Hay sensibilidad y verdad en toda la narración. Poder convertir en comedia los recuerdos más dramáticos y duros es un verdadero mérito, y la directora con un guion preciso e interpretaciones convincentes, verosímiles, orgánicas, genera que el espectador no solamente se adentre en el conflicto familiar del que es testigo en esta ficcionalización, sino que también logre interpelar con su propio pasado, su propia historia, sus propias emociones. Las buenas intenciones augura un gran futuro para Ana García Blaya, que logra evocar sus memorias y sensaciones más íntimas, y llevarlas a la pantalla con herramientas cinematográficas y solidez narrativa. A veces, las mejores intenciones generan resultados a la altura de la expectativas, y este es uno de esos casos.
Las buenas intenciones: Ser responsable en los ’90s. El ser adulto conlleva decisiones y responsabilidades que, muchas veces, son difíciles de sobrellevar. Estrenada en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, esta comedia dramática, ópera prima de Ana García Blaya, sorprende con su ternura y mucho rock del bueno. Podría decirse que se trata de una película más dentro del subgénero padres separados + hijos en discordia, pero no. Esta historia tiene un corazón propio que late entre la ficción y la realidad de la directora. Acá el convertirse en adulto está dado tanto por el padre (que es un adulto inmaduro) y por la hija mayor, una niña que no puede serlo debido a sus precoces responsabilidades. Una comedia emotiva, hecha con mucho cariño y buenas intenciones. Años ´90. Gustavo (Javier Drolas) es un hombre divorciado que vive de una manera particular: yendo a la cancha sin importar el clima, fumando marihuana, viviendo de noche, con una casa maltrecha, dueño de una disquería que va a pérdida, pero que es divertido tenerla con su mejor amigo Néstor (Sebastián Arzeno), manejar su Torino con el rock a todo volumen, siendo impuntual, despistado en cuanto a sus responsabilidades y emocionalmente inmaduro. Lo que cabe aclarar es que es padre de 3 chiquitos que lo necesitan. Su ex esposa, Cecilia (Jazmín Stuart), tiene nueva pareja, Guille (Juan Minujín). Cuando ella le informa a Gustavo que piensa radicarse con su novio y los 3 chicos en Paraguay, él lo acepta pero con una mezcla de sensaciones. La historia gira en torno a Amanda (Amanda Minujín), la mayor de los hermanos que, cuando están con su padre, se encarga de cuidar a Lala (Carmela Minujín) y Ezequiel (Ezequiel Fontenla) como si fuesen sus hijos. Ella se hace cargo de todo, siendo muchísimo más atenta y responsable que Gustavo. Así, cuando los planes son ir a vivir a Paraguay, Amanda está decidida a quedarse con él. Gustavo no se quiere separar de su hija porque sabe que la va a extrañar, pero también sabe que no es capaz de propinarle los cuidados que merece. Esa es la relación padre – hija da muchas vueltas entre adultos – niña/adulta precoz – niño tardío. La directora Ana García Blaya se basó en su propia niñez, junto a sus hermanos y a su padre desaparecido, Javier (integrante de la banda Sorry). Se mezcla la ficción con fragmentos de recuerdos familiares de García Blaya en VHS. Esto le agrega un detalle sumamente emotivo que, al principio no se entiende a qué refiere, pero a medida que pasan los minutos, nos da ternura la manera en que se entrelazan las imágenes, con total sencillez. Javier Drolas como el padre protagonista de la película, ese rockero que aún no superó la adolescencia, lo hace fantástico, uno lo aborrece en un principio porque es un inmaduro e irresponsable, pero después va generando empatía a partir de sus buenas intenciones y su incapacidad como padre. Jazmín Stuart y Juan Minujín aportan lo necesario, desde el nivel de sus interpretaciones a las que nos tienen acostumbrados. La revelación actoral es Amanda Minujín, aunque también actúa su padre y su hermanita. Ella logra un papel de una envidiable espontaneidad y ternura, cargando todo el peso de la historia en sus pequeños hombros. Sus diálogos emotivos y sus gestos tan naturales le dan una abrumadora profesionalidad a esta preadolescente que tiene un camino prometedor delante de las cámaras. Las buenas intenciones es un homenaje a los padres que, a pesar de su incondicional amor, no logran hacerse cargo de las responsabilidades de tener hijos. Y, por qué no, un homenaje a la década del ´90. Es una película pequeña en cuanto a su estructura, pero de un carácter gigante. Una ópera prima con gran corazón, de esas que hacen querer ver pronto lo siguiente de la directora. Sólidas actuaciones y un guion noble, con mucho rock nostálgico e imágenes en VHS de recursos verdaderos, todo lo que hace que esta película no sólo sean buenas intenciones, sino excelentes resultados.
"Las buenas intenciones", o la emoción genuina Lejos de la solemnidad, el costumbrismo y la exploración etnográfica que acechan en cada esquina del cine argentino, el film que ya pasó por Toronto, San Sebastián y Mar del Plata no parece una ficción sino el recorte del fragmento de una vida. La cámara muestra planos fijos de un casete de Los Abuelos de la Nada, una guitarra eléctrica, una botella de cerveza abierta y varios colchones en el piso donde duermen despatarrados tres hermanos. Ni bien se despierta, la mayor, Amanda, lava los platos y vasos acumulados en la cocina desde la noche anterior. Pero no se vislumbra enojo ni tristeza, más bien una alegre aceptación del rol que le toca en la dinámica dominguera de la casa paterna. De aceptar y aceptarse habla Las buenas intenciones, como así también de los vínculos filiales, de ese camino siempre pedregoso que es crecer (o madurar, debería decirse), de los legados y mandatos familiares y del peso de las decisiones tomadas aun contra la voluntad de los implicados. La ópera prima de Ana García Blaya, entonces, como una película que habla casi sin parar, que dice bastante más que lo que la simpleza de sus recursos haría suponer. Y que apuesta por algo que el 99 por ciento del cine argentino desprecia: la emoción genuina. Con pasos previos por los festivales de Toronto, San Sebastián y Mar del Plata, Las buenas intenciones es la película nacional más emotiva en mucho, muchísimo tiempo. Esas ganas de moverle el corazón -antes que el cerebro- al espectador hacen de ella una bienvenida excepciónen una cinematografía que suele abrazar la solemnidad, el costumbrismo, el rigor y la exploración etnográfica. Pero García Blaya rehúye a la fórmula del cine “emotivo”, aquel que apela a la música como elemento subrayado, a los primeros planos de rostros compungidos y a los diálogos altisonantes. La directora no arranca lágrimas; se las gana, las vuelve consecuencia inevitable de un relato que por su tersura, naturalidad y fluidez –en gran parte gracias a un manejo magistral de las elipsis– no parece una ficción sino el recorte del fragmento de una vida. Las buenas intenciones opera igual que el cine de Richard Linklater; esto es, encontrando lo extraordinario en lo cotidiano, lo universal en una experiencia íntima y personal, en este caso lo vivido en el núcleo familiar de la directora a principios de los '90. Aquellos años de incipiente crisis económica ponen a unos padres separados contra la espada y la pared. En especial a la madre (Jazmín Stuart), que decide que lo mejor para ella y sus tres hijos es mudarse a Asunción del Paraguay con su nueva pareja (Juan Minujín). Un escenario nada fácil para los chicos y Gustavo, ese padre y exmarido (Javier Drolas) medio adolescente, dueño de una disquería y amante de sus amigos, la música, River, el porro y el hacer nada, casi una versión argenta del personaje de Ethan Hawke en Boyhood, de -otra vez- Linklater. Desde ya que este hombre no se lleva muy bien con los horarios ni las obligaciones, pero es evidente que, a su extraña y sandleriana manera, quiere y cuida a sus hijos con devoción. En especial a la mayor y alter ego ficticio de la realizadora, Amanda (una Amanda Minujín extraordinaria, que actúa con los ojos), de 11 años pero con el aplomo, la madurez y la capacidad resolutiva de una adulta. La directora ha reconocido que los orígenes de su ópera prima se remontan a un taller que hizo con el guionista Pablo Solarz una década atrás, un par de años después de la muerte de su padre Javier. ¿Película de expiación familiar? Nada más alejado. García Blaya no hace de Las buenas intenciones una sesión de diván ni tampoco reparte culpas o responsabilidades. Pero el uso de grabaciones caseras en VHS (algunas originales, con la familia "real"; otras rodadas con los actores) intercaladas magistralmente en la ficción -hay una elipsis de unas vacaciones resuelta de esta manera- muestra que tampoco le interesa esconder los orígenes autobiográficos. De esa mixtura surge una mirada que explora con notable sensibilidad y empatía un vínculo entre Amanda y el padre que trasciende lo sanguíneo. Ambos comparten el amor por la pizza comprada –recordar que son los ’90, furor del delivery- y la música, lo que da pie a una banda sonora tan exquisita como pertinente que abarca desde Los Violadores y Flema hasta Charly García (Alta fidelidad, de Stephen Frears, es otro título que dialoga directamente con éste) y varios temas compuestos por la banda del papá de la directora. Coming of agemelómano y melancólico, Las buenas intenciones aumenta su emotividad a medida que se acerque el viaje. Un viaje que podrá ser muchas cosas, pero no una partida definitiva. Es muy probable que allí aflojen esas lágrimas que la película se ganó con las armas más nobles y genuinas del cine.
Es una luminosa, querible, fresca y bien realizada opera prima de la directora Ana García Blaya que construye un film que despierta emociones genuinas. Es nada menos que una mirada hacia un padre, desordenado, poco afecto a los horarios y otros compromisos que tienen que ver con la crianza, como alimentación, costumbres, educación y varios etcéteras. Pero que es un hombre que a pesar de vivir los años 90 a full con una actitud tan relajada que asusta, es capaz de transmitir un enorme cariño hacia sus hijos que lo adoran. En la vida cotidiana esta la mama cumplidora, controladora, vuelta a casar, organizada, enojada con su ex, pero fría. Blaya cuenta su vida, usa las canciones de un grupo que armó su padre “Sorry” con hermosas temas, que forman la banda sonora y afectiva del film. Y a la acción jugada por muy buenos actores, se suman videos familiares que cortan el relato, sin alejarlo, pero que le dan un encanto único a todo lo que sucede en el film. El nudo dramático se plantea cuando la madre decide irse con su nuevo marido al exterior y la hija mayor decide quedarse con ese padre abandónico, y se tensa la acción. La protagonista es Amanda Minujin, que brilla en su primer protagónico, actúa junto a su hermana Carmela, y hasta con su padre Juan en una pequeña intervención. Los adultos: Inspiradísimo Javier Drolas, secundado por Sebastián Arzeno Ezequiel Fontenla, y la gran Jazmin Stuart. Entrañable y sincera, de visión obligatoria.
Texto publicado en edición impresa.
Cada familia es un mundo Las Buenas Intenciones (2019) es una comedia dramática nacional que constituye la ópera prima de Ana García Blaya. Protagonizada por Javier Drolas (Severina) y la debutante Amanda Minujín, el reparto se completa con Ezequiel Fontenla, Jazmín Stuart (Recreo), Carmela Minujín, Juan Minujín y Sebastián Arzeno. La película fue la única producción nacional seleccionada para participar en la categoría Nuevos Directores del Festival de Cine de San Sebastián. Además, la cinta tendrá su estreno mundial en la competencia Discovery del Festival Internacional de Toronto. Buenos Aires, principios de los noventa. Amanda (Amanda Minujín) tiene 10 años, dos hermanos menores llamados Lala (Carmela Minujín) y Manu (Ezequiel Fontenla) y padres separados. Cuando su madre Ceci (Jazmín Stuart) propone mudarse a Asunción, Paraguay, con su novio Guille (Juan Minujín) y los chicos, a Amanda la vida le da un vuelco de 180 grados. Aunque su padre Gustavo (Javier Drolas) es desorganizado y llega tarde a todos lados, Amanda tomará la difícil decisión de quedarse junto a él. A través de figuritas, partidos de fútbol y videos caseros, la primera película de Ana García Blaya transmite una nostalgia pura a la infancia y la vida de antaño, donde los precios eran otros, los actos escolares se grababan con una aparatosa filmadora y la música se escuchaba a través de cassette. Desde el vamos se nota que esta historia es súper personal para la directora y que está hecha con muchísimo corazón, con un equipo de trabajo al que le importa completamente lo que se quiere contar. Con la música como un personaje más, la película es un retrato familiar que no se siente en ningún momento artificial, dándonos la sensación de que la trama tranquilamente podría ocurrir en la vida real. Para lograr esto los diálogos y actuaciones debían estar a la altura y por suerte aquí esos dos aspectos brillan. No solo las conversaciones entre los hermanos o entre padres e hijos tienen una naturalidad especial y única, sino que también el desempeño actoral sorprende. En especial por la dirección de los actores que son niños, siendo Amanda Minujín la que tiene mayor tiempo en pantalla. Teniendo en cuenta que es su primer trabajo en cine, la hija de Juan Minujín logra transmitir un montón de emociones. Al tener a un padre inmaduro y que se la pasa de fiesta en fiesta, Amanda es la que toma el lugar de responsabilidad a la hora de cuidar a sus hermanos. Con los roles invertidos, la nena presenta un crecimiento interno adelantado para su edad, sin que eso opaque el amor que siente por su papá y viceversa. Porque lo que más resuena y se queda con uno después de ver Las Buenas Intenciones es eso: que cada familia es un mundo distinto donde se cometen errores, hay peleas y formas de educar distinto pero siempre el amor está primero. Simple y muy humana, la ópera prima de Ana García Blaya refleja cómo es para los chicos el vivir con padres separados. Graciosa en varios momentos pero también muy emocional sobre el final, la película es una caricia al alma que genera ganas de ver más producciones de esta directora, la cual ya demuestra una gran capacidad para el manejo de los tópicos sensibles.
CONSTRUIR LA EMPATÍA Una película simple es a veces mucho mejor que una película con pretensiones que quieren dejar mensaje, palabra usada hasta el hartazgo cuando hay que justificar cierto cine. Las buenas intenciones, ópera prima de Ana García Blaya, es extremadamente simple en su construcción, pero tan conmovedora que uno empatiza por todos los lados posibles sin necesidad de subrayar todo lo que nos va mostrando a medida que avanza. El film aborda la historia de tres niños y sus padres divorciados contando con una trama de ficción que también utiliza fragmentos de videos caseros de la realizadora (aunque algunos están ficcionalizados). La relación de la hija mayor de la pareja con su padre es como un hilo conductor. Los demás personajes, que son los otros dos hermanos, la madre y su nueva pareja, más los amigos del padre, terminan de darle forma para que este relato personal de la directora (un homenaje al padre y su banda de música) adquiera un carácter universal. Todo el elenco está muy bien, aunque Javier Drolas y Amanda Minujín tienen timing para hacer pensar que son padre e hija en la vida real. El título puede remitir a todo lo que uno puede poner de su parte para tratar de cambiar algo, aunque sepa que eso nunca pasará. Es decir, esa terquedad inherente a todo ser humano que muchas veces queda explícita en los vínculos más íntimos y personales. Eso queda reflejado en una escena conmovedora entre el padre y su hija mayor en la que tratan de convencerse de que es mejor que cada uno siga por su cuenta. La niña se tendrá que ir a vivir con la madre y los hermanos a otro país aunque haya hecho todo lo que tuvo al alcance para quedarse con el padre. Y es precisamente el padre quien le dice que ya volverán a juntarse cuando termine la escuela primaria, sabiendo que no cambiará su forma de ser por más que le prometa cosas. La sensibilidad que exhibe García Blaya para narrar esto la posiciona como una cineasta a tener en cuenta a futuro.
La ópera prima de Ana García Blaya, "Las buenas intenciones", de reciente paso por el Festival de Mar del Plata, narra una cálida historia familiar autobiográfica, con el sello de unos años ’90 muy identificables como as bajo la manga. Sí, los ’80 van quedando atrás. Durante años cuando el cine quería recurrir a las referencias pop, y a hacer guiños a la infancia del espectador, los ’80 quedaban a la vuelta de la esquina. Sin embargo, el público, y los realizadores, crecen y se renuevan las generaciones. Desde el año pasado con "Capitana Marvel" y "Mids 90’s" los ’90 parecen haber ocupado la cancha de la nostalgia, hasta se habla de que la serie evocativa de los ’80 "Strangers Things", pegaría un salto temporal hasta la siguiente década. Argentina no podía ser menos, y ya tiene su homenaje a esa década en la que el uno a uno y las casas de Todo x $2 eran moneda corriente, y se llama "Las buenas intenciones". Al igual que Arnaldo André en el estreno de la semana pasada Lectura según Justino, Ana García Blaya eligió para su ópera prima hablar de su propia infancia. Afortunadamente, a ella le salió mucho mejor. Los créditos iniciales se abren con "Si yo soy así", casi un himno de los ’90 entonado por los punks barriales de Flema. Desde entonces, se nos da una llave para abrir la puerta a esa época que mezcla decadencia, con descreimiento, y la falsa creencia de pertenecer al mundo. Ana García Blaya nos habla de ella y la relación con su padre Javier García Blaya integrante de la banda Sorry (cuyas canciones también forman parte de la banda sonora), ya fallecido. Todo en base a la construcción de alter egos. Gustavo (Javier Drolas) es un padre de tres hijos en la puerta de los 40, y sin ninguna intención de asumir responsabilidades o sentar cabeza. Separado de Cecilia (Jazmín Stuart), la madre de sus hijos, Gustavo quiere a los chicos, pero difícilmente asume el rol paternal. Cecilia es consciente de eso, y prepara a sus hijos frente a posibles decepciones. Gustavo maneja una disquería junto a su amigo Néstor (Sebastián Arzeno), más responsable que él. Lo único que le preocupa es mantener su independencia y no dejara que el tiempo le pase por encima, es un espíritu adolescente. Sin mucho dinero, rascando para llegar a subsistir, las cosas se le complican cuando Cecilia llega con la noticia de que a su actual pareja le salió un trabajo importante en Asunción, Paraguay, y se va a mudar allá con los chicos. Cuando Gustavo se estaba haciendo a regañadientes a la idea de que su ex se lleva a los chicos, su hija mayor, Amanda (Amanda Minujín), aún una niña, le comunica su deseo de quedarse en Argentina viviendo con él. De un momento al otro, a gustavo se le trastoca ese mundo de armonía del caos en el que vivía. Debe salir a buscar una viviendo más grande, y una cierta estabilidad que le permita mantener a su hija; o no, también puede dejar que las cosas sucedan. Las buenas intenciones claramente es la visión cariñosa de una hija hacia su padre. Gustavo es un personaje problemático, pero no es juzgado despectivamente por la película. La realizadora se la rebusca para que siempre nos caiga simpático, y tengamos en claro, que amor y cariño hacia sus hijos es lo que le sobra. Aún cuando Amanda deba cumplir el rol de madre de su propio padre. Con un tono muy amable y ameno, Las buenas intenciones transita el camino de la comedia dramática con mucha soltura, y se palpa el verosímil en cada fotograma. Su ambientación de época está plagada de detalles, desde los más notorios, hasta lo mínimo. Tanto, que a veces bordea lo sobrecargado de memorabilia; el típico de encuadrar a sus personajes como muy propios de la época a la que pertenecen, rodeados de objetos, vestimentas, y modismos típicos y referencias inmediatas. Más allá de este quisquilloso detalle de acumulación de referencias, lo cierto es que, tratándose de una producción chica e independiente, el trabajo de recreación de época y dirección de arte es asombroso. Ana García Blaya juega a mezclar algunos inserts de filmaciones reales de su familia, de su infancia, con filmaciones caseras de los personajes de ficción, y el ensamble es tan perfecto e imperceptible que no queda más que aplaudirla y felicitarla. Javier Drolas compone un personaje querible, un perdedor que se cree ganador, un tipo que a su modo la pelea, y resiste en un país que se viene a pique, aunque todavía le faltaban épocas bastante peores. Un gran actor que finalmente consigue un protagónico justo. La participación de Jazmín Stuart es más acotada, pero cumple, como lo hace usualmente. En el rol secundario, Sebastián Arzénico se destaca como otro gran intérprete, el bastón y tapa bache de su amigo. Amanda Minujín es todo un hallazgo, actúa con sus gestos, su mirada, logra el comportamiento adulto de una niña. No es fácil lo que tenía que hacer, y lo cumple. Puede tener un gran futuro. Los otros dos niños, Ezequiel Fontenla y Carmela Minujín (sí, son las hijas de Juan que compone un pequeñísimo papel como la pareja de Cecilia), también actúan con mucha soltura. La conexión que Gustavo/Drolas logra con los niños, es todo una gran labor de la dirección actoral. Destacada en rubros de fotografía, montaje, y obviamente banda sonora, Las buenas intenciones es técnicamente un film impecable. Una historia sencilla, muy identificable para muchos de nosotros que vivimos en aquellas familias divididas, o que vimos a nuestros padres atravesar la crisis económica peleándola como sea. "Las buenas intenciones" suma cameos punk rockers, recuerdos y buena nostalgia; porque es cierto, la infancia, para cada uno de nosotros, es ese lugar que siempre idealizamos.
Gustavo sigue siendo adolescente. Lo vemos empleado de una disquería, de aquellas que copiaban en cassete los temas pedidos, que reunían coleccionistas fanáticos y conocedores no sólo de tapas. Fanático de su instrumento, de la banda a la que pertenecía, siguió fiel a los viejos amigos, al fútbol, a la bohemia y a la falta de responsabilidad. Por eso su casamiento se fue al diablo, pero sus tres chicos siguen formando parte de su vida y se convierten en sus admiradores por su desparpajo adolescente y su cercanía con la infancia. La película de Ana García Blaya pinta sensiblemente una época (los "90), indaga simplemente con acciones, la dificultad de la bohemia por integrarse a una vida ordenada y con códigos. Lo hace con una actitud lúdica, no tomándose demasiado en serio los problemas, pero sin soslayarlos. Recuerda a otra grata comedia argentina, "Días de vinilo", que también paneaba sobre el tema de la música. "Las buenas intenciones" es un filme con componentes autobiográficos, lo cuenta la dedicatoria del filme. Son fragmentos de la vida de la directora, criada en un espacio donde se amaba la música, se la sentía y se la disfrutaba a pesar de todo. ACTORES IDEALES Una característica del estilo de Ana García Blaya es la fluidez de su relato y la utilización de videos caseros que ablandan la historia y le dan toques de autenticidad a una narrativa que cuenta con actores ideales como Javier Drolas (Gustavo) y Jazmín Stuart en la exacta ex esposa de un bohemio, que intenta mantener el delicado equilibrio que todavía la une a un seductor con el que no pudo conciliar un hogar coherente. A ellos se suma la espontaneidad de Sebastián Arzeno como Néstor y la de una promisoria actriz niña, Amanda Minujín, de expresivo rostro. "Las buenas intenciones" destila música, desde canciones de la banda Sorry (el padre de la directora la integraba) hasta música de Charly o Los Violadores.
El más bello y emotivo estreno del año. Sensibilidad sin sensiblería
Llega a esta edición del Festival de Cine de Mar del Plata, dentro de la Competencia Argentina y después de haber pasado por otros prestigiosos festivales como San Sebastián o Toronto, la ópera prima de Ana García Blaya “Las Buenas Intenciones” que con fuertes tintes biográficos, describe el vínculo de un padre con sus tres hijos, atravesando un proceso de separación. Si bien justamente el centro de la historia es la figura del padre, gran parte del relato girará en torno de la mirada de la hermana mayor de esos tres hermanos, que corren diferente suerte en manos de un padre recientemente divorciado que hace lo que puede –con notorios desaciertos y múltiples desprolijidades en su comportamiento- para poder criarlos en los momentos en que comparten la convivencia y el cotidiano, en su régimen de visitas. Uno de los pilares fundamentales de “ Las Buenas Intenciones”, es que se permite ahondar en una temática que no es tan frecuente dentro del cine y darle de esta manera una voz, una entidad y una relevancia al rol que cumple el padre en la crianza, muchas veces menospreciado o poco tenido en cuenta. Lo interesante de la construcción que hace García Blaya de la figura del padre es que no lo presenta como una figura perfecta ni con la que fácilmente el espectador pueda empatizar en todas las situaciones: se vuelca, por el contrario, por mostrar todas sus imposibilidades, sus contradicciones, sus zonas más endebles, lo muestra vulnerable y querible a la vez, y allí, lejos de cualquier idealización, es donde el relato gana cuerpo. Esta paternidad activa que muchas veces se choca con la mirada sesgada y prejuiciosa de un punto de vista materno que impone -sin quererlo- otros prototipos, que debe lidiar en muchas ocasiones con los estereotipos que marca la sociedad como “obligatorios”, con las dudas y opiniones tendenciosas a la hora de ver a un padre desarrollar, con las herramientas con las que cuenta, la tarea de crianza. La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal. E indudablemente, al poner los condimentos de su historia propia, ha hecho que las situaciones que plantea el guion suenen tan creíbles y tan naturales y ganen intimidad. Ese padre es Gustavo (Javier Drolas), que no sabe cómo hacer pie entre su trabajo –tiene una disquería junto con un amigo-, su desordenada vida privada que se parece más a la de un adolescente tardío que a la de un padre de familia y la crianza de sus hijos que por momentos desequilibran más aún, la precariedad de su universo. La mirada absolutamente amorosa de García Blaya hace reflexionar, en un contexto donde nada se presenta como certezas reveladas, si es más valioso un padre que cumple con todos los mandatos y lo que se espera de él, que a vista de los demás da un cierta seguridad y un cierto orden, o aquel que pone el corazón en lo que hace –aun con una catarata de errores e irresponsabilidades- y que llega directo a cada uno de sus hijos como dador de afecto, de contención y de ese amor que pasa de corazón a corazón, más allá de cumplir con ciertas convenciones que en su rol, se imponen. Ante diversos problemas económicos, la madre con su nueva pareja (Jazmín Stuart y una breve pero constructiva participación de Juan Minujín) decidirán irse a vivir a Paraguay y acompañaremos tanto a Gustavo, como a su hija mayor Amanda, a tomar decisiones fundamentales frente a ese gran cambio. La química perfecta de Drolas con Amanda Minujín -en el rol de la hermana mayor- potencia toda la sensibilidad del relato y entablan una complicidad y una armonía que no siempre es fácil de lograr en la pantalla con tanta espontaneidad. Con la emocionalidad a flor de piel “Las Buenas Intenciones” cierra su relato con esas grabaciones, fotos, recuerdos, VHS de los que solemos servirnos para transportarnos a otras épocas, regalándonos un entrañable retrato familiar teñido de una dulce melancolía. POR QUE SI: «La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal».
García Blaya reconstruye aquí la intimidad familiar. En la mirada de Amanda y en la inteligencia afectiva que expresa en palabras y gestos, la más grande de los tres hijos, ya en su preadolescencia, el film encuentra el hilo conductor. Todo se organiza en su percepción, tan piadosa como angustiante, porque es ella la que mejor entiende que, si se van con su mamá a vivir a Paraguay, verán muy poco a su padre. En torno a esa decisión, el film prodiga su suspenso; a partir del entendimiento de la niña, su punto de vista. (Y en esto el trabajo de Amanda Minujín es precozmente consagratorio).
Esta ópera prima de Ana García Blaya es de esas películas que quedan en la memoria. Una historia autobiográfica, en torno de la figura padre de la realizadora, Javier García Blaya, y los recuerdos familiares. Sobre la relación de tres hermanos, a principios de los noventa, con un padre tan afectuoso como inmaduro, y cómo se pone en jaque cuando la madre decide llevárselos a vivir a Paraguay junto a su nueva pareja. Blaya mezcla las imágenes de la ficción con las de sus propios archivos personales, como si fueran recuerdos grabados de los protagonistas, y arma así un mosaico, un eje para un relato que discurre luminoso, fluido y sin duda melancólico. Las buenas intenciones es siempre divertida, sin embargo, con su estupendo elenco llevando adelante una serie de viñetas en las que parecen comprometidos. Una película sobre los vínculos, pero también sobre lo que significa, para distintas generaciones, crecer y hacerse grande.
Hay películas que funcionan como fotografías o, mejor, como videos familiares. Es el caso de “Las buenas intenciones”, un pantallazo a la realidad propia sin descuidar el entorno de la época. Es un flashback por el derrotero de Amanda, una nena que va contando en primera persona cómo es su vida familiar con sus papás separados. Mamá (Jazmín Stuart) tiene una nueva pareja, con un tipo más políticamente correcto (Juan Minujín), pero que igual no llega tan cómodo a fin de mes. Y papá (Javier Drolas) es un hippie de los 90, sin horarios, dueño de una disquería junto con un amigo, amante del rock y de la vida sin ataduras. Lo maravilloso que tiene la película es que la directora va contando un relato autobiográfico, con el insert de registros documentales, que arman un rompecabezas sensible en el que la ficción y la realidad casi que son la misma cosa. La película respira un aire cercano en todo momento, más aún con las actuaciones, ya que trabajan Amanda y Carmela Minujín, hija de Juan Minujín, que en rigor aquí hace de padrastro de las nenas, pero se nota la empatía que hay entre los tres en cada toma. Es imposible no sentirse reflejado en este Gustavo que compone Javier Drolas, porque es la pintura del tipo descontracturado al que se le puede olvidar ir a pagar la luz pero es capaz de dar todo para darle amor a sus hijas. Todo se complica cuando se viene una separación de verdad. Y es el momento en que la mamá que compone Stuart se va con su nueva pareja a conseguir trabajo a otro país. ¿Qué pasará con el día a día? ¿Quién se queda con papá y quién o quiénes con mamá y el otro papá? Sin subrayados innecesarios ni sentimentalismos fáciles, Ana García Blaya debuta con una película a corazón abierto, en donde no teme mostrar la intimidad, ni los detalles de personalidades tan disímiles de sus padres. Lo que le interesó, y se nota de punta a punta, fue hacer foco en el amor genuino de los hijos hacia sus padres. Porque no hay etiquetas para amar a papá o a mamá, son papá y mamá con sus circunstancias. Y el amor real se siente, sin hacer tantos cuestionamientos.
Gustavo (Javier Drolas) es un padre con buenas intenciones. Está presente, disfruta del tiempo junto a sus hijos, de la vida compartida, pero no se lo plantea con la responsabilidad suficiente. Situación que se confirma en hechos cotidianos como cuando lleva a los pequeños a ver un partido de River en medio de una tormenta o a reuniones de adultos, llega tarde a actos escolares por quedarse junto a sus amigos e incluso al presentarles a los pequeños sus citas ocasionales.
Esta opera prima es un encantador relato autobiográfico centrado en la particular vida que llevan un padre divorciado con sus tres hijos en la Buenos Aires de los años ’90. Con Javier Drolas, Amanda Minujín, Sebastián Arzeno y Jazmín Stuart. La opera prima de Ana García Blaya es una película claramente autobiográfica –humana, sensible, simpática y también un poco triste– acerca de lo que parece ser una etapa de su propia vida, cuando era una niña de unos 9, 10 años, a principios de la década del ’90, y se vio enfrentada a una situación familiar complicada, de esas que uno preferiría nunca tener que atravesar. Dedicada a su padre y a su madre pero más directamente centrada en la relación con su papá (el músico Javier García Blaya, que falleció en 2015), LAS BUENAS INTENCIONES es una suerte de coming of age de la pequeña Amanda (Amanda Minujín), contada básicamente a partir de las experiencias viviendo, parte del tiempo, con su padre, ya divorciado de su mamá. Encarnado por Javier Drolas, el Gustavo de la ficción es un slacker que ha estirado sus veintes a lo que parecen ser sus treinta y largos. Tierno y querible, fanático de River y de tocar la guitarra todo el día, “empleado” en la disquería de su amigo y compinche Néstor (Sebastián Arzeno), Gustavo parece un personaje salido de una vieja novela de Nick Hornby, viviendo entre discos, fútbol, porros, amigos, parejas ocasionales y sin querer hacerse mucho cargo de nada. El tema es que Gustavo tiene tres hijos (Amanda es la mayor, luego están Manu y Lala, ellas dos son hijas del actor Juan Minujin) y no es fácil ni para él ni para ellos acomodarse a ese estilo de vida. De todos modos, lo logran. A su manera desordenada y caótica, Gustavo se ocupa de ellos y se nota el enorme amor que les tiene a los tres. Igualmente le resulta imposible dejarlos en horario en la escuela, que no se le mezclen cuestiones de su vida personal (amantes, fiestas, bardo) o tener un departamente propio (parece vivir siempre de prestado). En una película plagada de música (fundamentalmente de la banda Sorry, integrada por el propio Javier, el también fallecido Pablo Fisherman, Paola Pelzmajer y Sebastián Orgambide, pero también con canciones de Los Violadores, Flema y Charly García) y en la que se habla mucho también del tema y se compone “en vivo”, LAS BUENAS INTENCIONES pega un giro dramático cuando la madre de los niños (Jazmín Stuart) toma la decisión de irse a vivir a Paraguay con su nueva pareja (Juan Minujin, haciendo casi un cameo en una película en la que cede el lucimiento a sus hijas), llevándose a los niños con ellos. Para Amanda la noticia es un golpe duro. Pero es tanto su cariño e identificación con su padre que decide quedarse en Buenos Aires a vivir con él. Lo cual, convengamos, no será nada sencillo tampoco. Para ninguno de los dos. García Blaya mezcla permanentemente películas caseras en VHS (muchas con los actores pero otras reales, mezcladas) dentro del flujo del relato. Las vivencias de los chicos con el padre –en la disquería, yendo a ver a River, en eventos escolares, en las fiestas con amigos a las que él los lleva– son el centro y el corazón del relato, lo que establece el tono humano y realista del film. Cualquiera que haya atravesado esas épocas en Buenos Aires se sentirá fuertemente identificado –o hasta mirará con cierta nostalgia– esa época de escuchar música en casetes TDK grabados y comprados en disquerías de importados, de esperar a ver goles en Fútbol de Primera los domingos a la noche en televisión y de turismo guitarrero en playas de Uruguay. La película refleja a la perfección esa época, más allá que uno la haya vivido como niño, adolescente o adulto. El gran mérito de García Blaya es el de mantener siempre el tono amable y juguetón del relato, en especial en todo lo ligado al creativo caos de su padre (son muy buenas en general las escenas entre Drolas y Arzeno, y los niños son notables) y a la manera generosa de sus hijos de adaptarse a eso. Salvo en algunos momentos en los que los padres deben lidiar con sus propios problemas, LAS BUENAS INTENCIONES maneja las potenciales situaciones dramáticas con liviandad, compasión y una enorme humanidad. Como la remera de Guns N’ Roses que Manu recibe con alegría o ese Album Blanco de los Beatles que seguramente le cambiará la vida musical a la pequeña Amanda, la película de García Blaya abre el baúl de los recuerdos familiares, los comparte y los vuelve universales. Ese es su pequeño, aunque para nada menor, regalo a los espectadores.