Tristes purgas monárquicas
En el largo trayecto hacia la unificación del Reino Unido se dieron todo tipo de rivalidades entre los distintos soberanos de las regiones involucradas de las Islas Británicas y al interior de las noblezas de turno, siempre en un juego de poder tirante con el monarca y una ingenua voluntad popular que era manipulada desde las plataformas religiosas católica y/ o protestante. Así se sucedieron conspiraciones de toda índole, condenas interminables de prisión, asaltos caprichosos al trono, delirios vacuos de eternizarse, acusaciones falsas basadas en rumores diseñados al dedillo, ejecuciones de lo más sumarias y sobre todo un constante melodrama que hizo de los lazos de sangre, las influencias recíprocas y el viejo “quién se casa -o se encama- con quién”, sus recursos principales al punto de fetichizarlos como sólo las espurias clases altas y el clero pueden hacerlo cuando de hegemonía se trata. Dentro de este esquema de purgas monárquicas superpuestas una de las historias preferidas por los anglosajones es la de María I (1542-1587), la trágica cabeza del Reino de Escocia.
La mujer se crió en Francia mientras el trono era dominado por regentes y cuando volvió a su tierra para convertirse en reina no terminó de juzgar en toda su dimensión los conflictos locales entre la nobleza protestante y la católica porque su objetivo de base era reclamar el trono de Inglaterra, en esa época en manos de su prima Isabel I. Siendo ella católica, María reconfirmó a su llegada a los políticos protestantes y la jugada eventualmente le salió muy cara porque cuando se casó con Enrique Estuardo/ Lord Darnley, otro papista, los futuros anglicanos le hicieron la vida imposible, la tildaron de adúltera y asesinaron al supuesto “tercero en discordia”, el secretario privado de la monarca David Rizzio. Del matrimonio surgió un hijo, quien se convertiría más adelante en Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, no obstante María fue acusada del misterioso homicidio de su marido, casándose después con el principal sospechoso, Lord Bothwell, y obligada a abdicar y exiliarse en Inglaterra, donde Isabel la arrestaría y luego la ejecutaría alegando conspiraciones contra su persona.
Considerando semejante recorrido histórico, el cual a su vez incluye un sinfín de detalles fascinantes, lo cierto es que Las Dos Reinas (Mary Queen of Scots, 2018) es una de las películas más tibias, sosas y aburridas que se podrían haber hecho sobre el tema, una mega decepción que sólo se sostiene por el gran desempeño actoral de Saoirse Ronan en el rol de María y una relativamente desperdiciada Margot Robbie como Isabel I. Sin duda el problema excluyente de esta ópera prima de la realizadora Josie Rourke no pasa por las muchas “libertades creativas” que se toma con respecto al periplo histórico verídico y las múltiples lagunas que existen en el mismo, como han señalado hasta el cansancio el público y la crítica británica y norteamericana, sino por el facilismo dramático y la simpleza del guión de Beau Willimon, aquel de Secretos de Estado (The Ides of March, 2011) y la serie House of Cards (2013-2018), el fetiche contemporáneo de incluir de prepo a intérpretes de diversas etnias en el elenco (algo mañoso y ridículo desde el vamos ya que hablamos de la corte inglesa del Siglo XVI, no precisamente abierta a tales menesteres) y la insoportable tendencia a omitir episodios muy jugosos para hollywoodizar la faena (sobre todo en el segmento final, en el que ni aparecen aquellos 18 años de encierro de María en Inglaterra).
Sinceramente la versión de 1971 dirigida por Charles Jarrott y protagonizada por Vanessa Redgrave como María y Glenda Jackson como Isabel, sin ser tampoco una maravilla, resulta muchísimo mejor que este retrato bastante banalizado y resumido del derrotero de la mítica monarca y su competencia/ rivalidad/ disputa con su prima: si bien Las Dos Reinas consigue establecer que la más poderosa Isabel estaba un “poco mucho” paranoica con respecto a los reclamos y lo que podía hacer en concreto María para alzarse con el trono de Inglaterra, y hasta logra pintar de cuerpo entero a una protagonista escocesa muy porfiada y en cierta medida esclava de las estratagemas del bando político protestante, a decir verdad jamás termina de trazar un buen contrapunto entre los dos personajes femeninos cruciales y al concentrarse tanto en el trasfondo melodramático simplón termina obviando el hecho de que lo que está en juego a lo largo de toda la trama es la unificación de Inglaterra y Escocia a nivel administrativo bajo un único soberano, algo que se lograría recién con Jacobo. El gran trabajo en vestuario y maquillaje no consigue hacernos olvidar lo esquemático de un planteo que esquiva -por ejemplo- la farsa de la genial La Favorita (The Favourite, 2018) y apuesta a un revisionismo mal ejecutado digno de un triste manual de escuela primaria…