Nicolás Gil Lavedra dirige Las grietas de Jara, coguionada con Emiliano Torres, la adaptación de una novela de Claudia Piñeiro que reflexiona sobre el éxito y lo moral en la vida cotidiana.
Pablo Simó es un hombre de mediana edad con su vida ya armada. En lo que respecta a lo laboral es un arquitecto que desde hace veinte años trabaja en el mismo estudio para las mismas personas: el arquitecto Mario Borla, que le da nombre al estudio, y su socia, Marta, exitosos constructores de palacios de cartón, como bien define Pablo. En su vida personal estuvo siempre casado con la misma mujer y con ella tiene una hija adolescente que suele poner muy nerviosa a su madre con esas vivencias tan típicas de su edad. En líneas generales Pablo vive su vida de manera tranquila y cómoda sin, aparentemente, grandes aspiraciones. No obstante, él sueña con construir un edificio de once pisos que no se cansa de dibujar y que, si sigue sin moverse, nunca va a levantarse.
La vida de Pablo podría haber seguido así como estaba, inmutable, si no fuera por una mañana y la aparición de una chica joven preguntando por un tal Nelson Jara. Pablo, Borla y Marta niegan recordarlo, saber algo de él, pero lo cierto es que a cada uno esa pregunta, mejor dicho ese nombre, les mueve algo dentro de ellos. Nelson Jara es quien, años atrás, amenazó con arruinarles el negocio porque unas grietas aparecieron en su departamento al mismo tiempo que ellos empezaron una construcción vecina. Y quien tuvo que manejarlo, poner la cara, fue Simó.
A partir de ese momento, Pablo comienza el difícil trayecto de encontrarse con él mismo. Por un lado por lo que pasó hace tres años y ocultó bajo varias capas y también por lo que esta chica comienza a provocar en él, al mismo tiempo que empieza a replantearse qué hizo, qué está haciendo y qué va a hacer con esa vida que parece vivir en modo automático. Y para eso tiene que decidir ponerse “del lado del que tiene que estar”, en un mundo donde estos bandos tienen límites siempre difusos. Un mundo de grises.
Las grietas de Jara es una película que apuesta al thriller y al suspenso, aunque con un tono algo monocorde. Un policial que no necesita de muchos de los elementos típicos de este género para generar un misterio que no radica en el simple quién lo hizo. Porque nada es simple, las aristas son muchas y en cada decisión que uno toma son muchas las cosas que se ponen en juego.
A grandes rasgos, la adaptación de la novela es bastante lineal, con apenas algún cambio fuerte y una gran cantidad de diálogos calcados del libro. Diálogos que a veces de tan precisos se perciben algo calculados.
Con respecto a lo actoral, la película cuenta con intérpretes de reconocido e indudable talento como Joaquín Furriel, Oscar Martínez, Soledad Villamil, Santiago Segura y Laura Novoa, quienes dan vida a una gama de personajes a veces insoportables y poco empáticos, pero también sorprenden los rostros de Sara Sálamo, como aquella joven que con su aparición le mueve el piso a Pablo, y Zoe Hochbaum, como la hija adolescente que, tras transitar ese momento de cambios, se convierte un poco en el reflejo del Pablo que también comienza a transitar su propia crisis.