Las grietas de Jara: Si uno vive en la impostura…
“Supongo que el único momento en que la mayoría de la gente piensa en la injusticia es cuando le sucede a ellos“.
Charles Bukowski
Conocemos ya varias de las obras, los que no hemos frecuentado la literatura de Claudia Piñeiro, gracias a las diferentes adaptaciones que se han realizado particularmente en el cine. Las viudas de los jueves (2009), solo bien recibida en estas pampas, Betibú (2014), Tuya (2015) y ahora la realizada por Nicolás Gil Lavedra, Las grietas de Jara, cuya publicación data del 2009. Un común denominador entre ellas puede que sea el reflejo que hace de ciertos aspectos de la clase media citadina, la nacida y criada en una ciudad como Buenos Aires; el interés en inmiscuirse en sus dobleces. No tanto una crítica social, sino más bien una revisión a veces algo amanerada de los vaivenes sociales y económicos de esos estratos sociales, con mucha dosis de thriller y bastante drama, que creemos supo desarrollar mejor que ninguno, Marcelo Piñeyro en su Las Viudas…
Es ahora que el ascendente director Nicolás Gil Lavedra busca narrar esos procesos dramáticos en esta puesta que protagonizan Óscar Martínez, Joaquín Furriel, Soledad Villamil y Santiago Segura. Una vez más, personajes que poseen cierta soltura económica, profesionales que ven su cotidianidad interrumpida por un desagradable hecho, algo que los tuerce o provoca, llevándolos a extremos impensados.
El drama, con sesgos de thriller, se inicia cuando Leonor, una jovencita, llega a la oficina del estudio de arquitectura Borla y Asociados buscando a Nelson Jara. Cual Pandora, abre así una mal disimulada caja de sombras y desdichas que dará pié a una transformación en los tres profesionales que componen el staff de la empresa, hasta que cada uno y a su manera comience no solo revivir un incidente alrededor del nombrado Jara, sino también a, por fin, dejar salir los fantasmas que hipócritamente ocultan. Con un intenso y bien construido inicio el periplo se desarrolla alrededor de Pablo Simó, personaje que interpreta Joaquín Furriel, un quieto y ensimismado arquitecto que casi ya ni soporta la bucólica cotidianidad de su existencia. Es él quien realmente parece disfrutar lo que sucede, porque es todo el entrevero su válvula de escape. Un hecho que a Simó se le antoja disparador hacia una ansiada recomposición de su realidad. No sucede lo mismo en los otros dos; personajes ejecutados por Soledad Villamil y Santiago Segura, quienes ven peligrar sus logros y posiciones con este telúrico momento.
Pero es obvio que la película descansa sobre los hombros de Joaquín Furriel y su personaje, al que ha sabido dar una profundidad que le es negada a los otros. A propósito o por omisión, es en su Pablo Simó en que el espectador podrá ver realmente un progreso, un deshacer para una reconstrucción posterior. Porque en ese segundo acto, algo moroso y poco ajustado, solo lo seguimos a él, olvidando al resto, ya que como espectadores no logramos tener una visión más abarcativa del derrumbe de una mal cimentada charada.
¿Donde está Jara?
El cuestionamiento planea sobre la historia, no como espada de Damocles, o sea no juzgando, más bien como motor de un drama que se desarrolla en partes desiguales. Podrá ver, quien hile fino, que hay una historia entre los personajes de Villamil y Furriel, como también cierta ambivalencia en el caracterizado por Segura, uno perdido entre un español y un argentinismo algo forzado y siseante que molesta y que no ayuda realmente a construir un background al protagonista. Como ese ir y venir de Leonor, cuyo simbolismo pudo ser mucho más trabajado pero que queda solo en la testigo muda e ignorante de los cambios que el arquitecto Simó sufre a la vez que anhela.
Mientras que, y párrafo aparte merece, aparece el personaje de Oscar Martínez con a una excelente ejecución, una que vale la pena en cada plano que asoma. Barrial y taimado, coloquial y ventajero, el arquetipo de “Argento” buscavida que tan presente tenemos y que el actor interpreta con paciencia y sencillez, logrando una verdadera compatibilidad con el espectador. Si se le cree, es porque hace de su periplo, entre gestos y modos, un misterio que querrá la audiencias desentrañar. Mentiroso, victima y vecino desamparado, hay un rostro para cada una de las facetas y una construcción de su pequeño misterio realizada con esmero. No así con el pobre papel que lleva con honor la actriz Laura Novoa, que cae en el consabido canon de esposa prejuiciosa y distanciada que ni en la cama puede conectarse con su esposo. Claro que dará pié a que él busque esa complicidad en otra parte, pero peca de obvio y con poco vuelo imaginativo, no sabemos si de la autora original o de los guionistas Gil Lavedra y Emiliano Torres (algo extraño ya que este último es el autor del guion original y director de la recomendable El Invierno – 2015).
En fin, un drama tocado de manera sutil por un thriller que sabe manejar en la mayor parte de su metraje el misterio que aborda. Indagar en los trapos sucios de ciertos tipos de triunfadores es un ejercicio que a todos nos gusta realizar y los realizadores lo saben. Nadie triunfa sin ensuciarse las manos, y todos los que están arriba nunca tienen asegurado su sitio. Actualidad, que tristemente, los argentinos observamos diariamente en los medios. Es un thriller que intenta, con bastante éxito, indagar en los dramas de quienes se puede pensar lo poseen todo. Con ese final que muestra ser capaz de narrar el conflicto sin caer en la moraleja facilona y, aunque tiene apuntes sobre lo que debería ser el bien o el mal, o como quiera el espectador llamarlo, no subestima a la platea. De hecho, lejos de resolver, solo habla de una vuelta más a un enmarañado y conocido comportamiento que tenemos visto de memoria.