Política egocéntrica a los tropezones
En el cine industrial de las últimas décadas se han dado un puñado de ejemplos de películas casi simultáneas que trabajaron el mismo tema, siempre una opacando a la otra en términos comerciales o de simple visibilidad ante el gran público, a veces gracias a la magnitud del presupuesto involucrado y en otras ocasiones por la calidad de fondo de los films en cuestión: pensemos para el caso en cómo 1492: Conquista del Paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992) se comió a Cristóbal Colón: El Descubrimiento (Christopher Columbus: The Discovery, 1992) o en cómo Capote (2005) hizo lo propio con Infame (Infamous, 2006). Ahora vuelve a ocurrir lo mismo porque nos toca hablar de Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017), un opus de Joe Wright que analiza la intervención de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial al igual que ya lo hizo la reciente Churchill (2017). De la misma forma que lo acontecido con motivo de Cristóbal Colón y Truman Capote, sinceramente no hay muchos rasgos en verdad distintivos entre ambas propuestas.
Tratándose en esencia de dos realizaciones del mainstream británico, no es de extrañar la presencia de cierto sustrato adulador para con la figura de uno de los “héroes máximos” del Siglo XX según la historiografía oficial, por más que su desempeño como político en realidad haya sido de lo más errático y acumule tantos puntos a favor como decisiones en contra: entre sus desaciertos más notorios están el apoyo al desastroso desembarco de Galípoli de la Primera Guerra Mundial, su obsesión fanática con intervenir en la Guerra Civil Rusa y eliminar a los bolcheviques, las medidas económicas que tomó en la década del 20 como Ministro de Hacienda (las cuales hambrearon al pueblo inglés) y finalmente su apoyo a Benito Mussolini; en lo referido a sus decisiones positivas se pueden nombrar la denuncia en torno al ascenso del nazismo y en general su negativa a firmar un tratado de paz cuando los ejércitos alemanes ya marchaban por Europa, promoviendo la “resistencia británica” a una eventual rendición y aprovechando el poder de manipulación que ofrecían los medios masivos de comunicación -sobre todo la radio- para controlar la opinión pública.
De hecho, es esta última faceta la que examinan ambas obras aunque centrándose en períodos distintos del mismo conflicto: mientras que en Churchill el protagonista era un enorme Brian Cox y el asunto pasaba por la Operación Overlord/ Batalla de Normandía/ Día D, la mega maniobra militar para expulsar a los nazis de Francia y el resto de Europa Occidental, en Las Horas más Oscuras domina el igualmente genial Gary Oldman y la trama se concentra en su ascenso al cargo de Primer Ministro en mayo de 1940, luego de la renuncia de Neville Chamberlain, y en los pormenores de la Operación Dínamo, aquella gigantesca evacuación de soldados ingleses y franceses que abarcó unas 300.000 almas aliadas en total que estaban acorraladas por los alemanes en la ciudad portuaria de Dunkerque. Se podría decir que estamos frente a una especie de complementación mutua que adiciona complejidad a películas que aisladas no aportarían nada particularmente significativo sobre una figura tan trabajada como Churchill, ya que en la primera lo vemos oponerse con vehemencia a Overlord contra los generales ingleses y en la segunda impulsar con gran ímpetu a Dínamo con el objetivo manifiesto de continuar con los esfuerzos bélicos y trabar todo acuerdo con los mandos nazis, un panorama en el que se suma a su vez Dunkerque (Dunkirk, 2017), de Christopher Nolan, retrato de aquella retirada desde las costas galas y por cierto una propuesta muy superior a las presentes en materia cualitativa.
El guión de Anthony McCarten, el de la también apenas correcta La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), es tan discursivo como se esperaba que fuese y hasta incluye momentos y detalles interesantes como por ejemplo cuando Franklin Delano Roosevelt se niega a brindarle apoyo real para rescatar a las fuerzas británicas en Francia, los intentos de “golpe de estado camuflado” que sufrió Churchill dentro del gobierno y la idea macro de mostrarlo como un ser humano intermitentemente neurótico, cabizbajo y aguerrido. No obstante, nos encontramos con esa típica bobada maniquea a lo Hollywood que llegando al cenit del relato tuerce de manera simplista el desarrollo de acontecimientos hacia un “desenlace feliz”, ahora apuntalado en una ridícula charla con los pasajeros del subterráneo de Londres que no tiene el más mínimo sentido (sinceramente, un manotazo de ahogado de parte de McCarten). Más allá de ello, la labor de Wright es extremadamente prolija y bastante menos pomposa que lo que se esperaría de él y su estilo hiper florido a escala visual; sin embargo sigue en una racha de opus que podrían haber sido mucho mejores, una triste seguidilla que abarcó El Solista (The Soloist, 2009), Anna Karenina (2012) y Peter Pan (Pan, 2015), con la honorable excepción de Hanna (2011). Si bien continuamos muy lejos del nivel de Orgullo & Prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación, Deseo y Pecado (Atonement, 2007), en lo que le compete al director sale bien parado y consigue una actuación maravillosa por parte de Oldman que dignifica a la película en su conjunto, pero debemos reconocer que el convite no agrega nada nuevo a las miserias y seudo bondades de siempre de la política hermanada a una improvisación egocéntrica a los tropezones, esa que bajo la hipocresía de la retórica de la libertad escondía una reyerta intra imperial en la que se jugaba el reparto del mundo cual piezas en un tablero de ajedrez en el que los jugadores en verdad no se diferenciaban demasiado en cuanto a su voracidad capitalista caníbal…