Testimonio entre el cielo y el infierno
El diario íntimo de una médica francesa que se desempeñó para la Cruz Roja en Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, inspiró a Anne Fontaine la memoria de estos crímenes olvidados, crímenes de guerra a los que no siempre se les ha prestado demasiada atención aunque también integran el frondoso capítulo de los crímenes contra la humanidad que sufrió Polonia en aquellos años. La historia que la médica en cuestión rescata del olvido y que devuelve a Anne Fontaine al vigoroso dramatismo que es el terreno en el que se desempeña con más firmeza y autoridad, es la que vivió la citada médica en 1945 cuando debió ocuparse de atender el regreso a su país de franceses heridos en la contienda, para lo que debe integrarse a una unidad sanitaria en las proximidades de la frontera polaco-germana. En esa circunstancia, su ayuda profesional es requerida desde un convento cercano, aislado en medio de un bosque, un grupo de cuyas monjas han sido violadas por soldados del ejército rojo y una está a punto de ser madre, y no se trata precisamente de un parto normal. La muchacha comprobará enseguida que el mentado ataque (una suerte de siniestro premio que según se cuenta fue autorizado por Stalin como reconocimiento al valor de los soldados) ha sido bastante más grave y la situación, creada, mucho más compleja, no sólo porque las víctimas fueron varias, algunas mortales, y que hay otras monjas embarazadas, sino porque la entrada de la doctora al convento no esta permitida y porque a la vergüenza se suma el profundo conflicto que cada una de las ultrajadas, que han hecho voto de castidad, vive ante la inminente maternidad. No es menos complicada la situación que se presenta respecto del futuro de los chicos que están por nacer y para atender a los cuales la protagonista se decide a tomar el riesgo de frecuentar el convento.
Fontaine recupera con Las inocentes el nivel de sus primeras realizaciones. Apoyada en un elenco estupendo en el que tanto brilla su protagonista francesa, Lou de Laage, como las excelentes intérpretes polacas Agata Buzek y Agata Kulesza, su film es duro y contenido, austero y libre de cualquier exceso o apelación emotiva, expone en inteligente claroscuro el tema de la maternidad, habla de la solidaridad y del coraje, y está colmado de merecidos homenajes: a la historia verdadera que el film recupera, a la propia Madeleine Pauliac, cuyo admirable retrato pinta a las mujeres, víctimas obligadas de todas las guerras, y a la solidaridad, sentimiento que domina buena parte del relato. Visualmente vuelve a dar pruebas de la sensibidad de la cineasta.