Como Medianeras, su muy justificadamente celebrada ópera prima, este nuevo film de Gustavo Taretto también tuvo su origen en un cortometraje anterior en este caso el primero de todos, de 2002, con el mismo título y el mismo tema y asimismo bien recibido en varios festivales. Pero quizá convenga dejar a un lado esa referencia porque esta vez el resultado de la operación está lejos de haber resultado tan feliz.
La historia mantiene su muy sencillo punto de partida: se trata de un grupo de lindas treintañeras de los 90, una época en que según se subraya en el comienzo, mientras mucha gente disfrutaba del sol del Caribe las heroínas del caso (en el cortometraje, dos; en esta revisión, seis), deben conformarse con el improvisado solario de una terraza en pleno centro porteño y en una jornada en que la temperatura no parece dispuesta a detenerse antes de hacer estallar todos los termómetros. Son chicas de clase media, aparentemente conformes con su rutina de vuelo bajo y con atender inalterables sus muy atractivas presencias.
No es cuestión de puro masoquismo, aunque siempre algo de eso hay en quienes se exponen a los rayos en estos últimos veranos de soles despiadados, sino de coquetería: las chicas quieren verse tostadas ("mulata", exagera alguna), sobre todo porque tienen que presentarse (y ganar) un campeonato de salsa. Sólo así, ya que sus ahorros son todavía bastante insuficientes (trabajan como peluqueras, psicólogas, manicuras, empleadas de un laboratorio fotográfico, telefonistas, pero también hay una a la que le ofrecen un buen cachet por participar de un film pornográfico), podrán pagarse el viaje a Cuba, con el que sueñan durante las largas jornadas en la terraza.
Mientras se fríen al sol apenas cubiertas por sus coloridas bikinis, mantienen sus charlas, tan superficiales como se supone que son las de mujeres de esa edad y de esa época (estamos en pleno menemismo), según dictan los más prejuiciosos estereotipos. El escenario es siempre el mismo. El tema principal de conversación tiene que ver con el ansiado viaje a Cuba, que con el paso de las horas y el aumento de la sensación térmica se va volviendo obsesivo.
Tal vez la intención sea parangonar ese deseo de las chicas con el sueño de pertenecer al Primer Mundo que experimentaba el país de la pizza con champagne, pero lo cierto es que no hay más de dos o tres (superficiales) alusiones políticas, pero queda claro que la ironía crítica no es el fuerte de la película. Tampoco abundan -sí los había en Medianeras y se los echa de menos, los apuntes certeros y oportunos que definen comportamientos y personajes.
El humor asoma en dosis muy módicas y la fotografía de Leandro Martínez contribuye al atractivo de las imágenes. Pero como entretenimiento, Las insoladas apenas si se salva por la desenvoltura y la belleza que aportan las actrices, a pesar de que la banalidad de los diálogos y la abundancia de lugares comunes no las favorecen demasiado.