El amor rústico
Las sucesivas crisis y cambios forzados en una familia dedicada a la apicultura es el eje principal de Las maravillas (Le Meraviglie, 2014), una película hermosa que combina el clasicismo narrativo con instantes de poesía casi imperceptible, enmarcada en el propio relato.
A la hermosa Las maravillas le podemos regalar uno de los mejores piropos del cine contemporáneo, uno que vale oro porque la eleva por sobre la uniformidad generalizada: el opus escrito y dirigido por Alice Rohrwacher es un film misterioso, extraño, que responde a varias categorizaciones y al mismo tiempo escapa a las apariencias, proponiendo constantes lecturas alternativas y enriquecedoras. La segunda película de la realizadora, luego de la también interesante Corpo Celeste (2011), posee una idiosincrasia autobiográfica muy marcada que recorre cada minuto del metraje, como si nos estuviese ofreciendo una visión ensoñada de lo que fue su infancia en la región de Toscana, en Italia, en tanto integrante de una familia rural dedicada a la apicultura. Con padre alemán y madre italiana, Rohrwacher reconstruye la belleza campestre sin echar mano de tomas contemplativas interminables o cualquier otro ardid del cine arty, decidiéndose en cambio por un naturalismo casi mágico.
El personaje que representa a la directora es Gelsomina (Maria Alexandra Lungu), la hija mayor de 4 hermanas pequeñas producto de la relación entre Angelica (Alba Rohrwacher) y Wolfgang (Sam Louwyck), quienes a su vez viven con Cocò (Sabine Timoteo), la cuñada del teutón. La tranquilidad del clan, sobre el que Wolfgang ejerce un control inflexible, comienza a caerse a pedazos en tres frentes: por un lado tenemos el interés de Gelsomina en participar en un programa televisivo llamado El País de las Maravillas, que premia con dinero al ganador de una “competencia” entre distintos negocios familiares de productos típicos; luego viene la necesidad de Wolfgang de una ayuda masculina en los quehaceres de la cría de abejas para la extracción de miel, lo que desencadena que traiga al hogar a Martin (Luis Huilca), un niño con antecedentes penales; y finalmente tenemos una intimación estatal para que la empresa familiar se adapte a las costosas normas sanitarias en vigencia.
La riqueza de la película reside precisamente en un desarrollo ramificado e impredecible, en el que -para colmo- prima un juego continuo entre extremos opuestos que no llegan del todo a chocar pero sin duda se ven obligados a convivir a nivel cotidiano/ laboral/ afectivo/ social. El guión trabaja de manera muy sutil los roces entre la feminidad y la masculinidad (el carácter taciturno de Wolfgang, cercano a un jefe con todas las letras, se enfrenta a la sensibilidad de las mujeres de la casa), entre la adultez y la infancia (los imponderables económicos terminan en parte subsumidos -por pura desesperación y pavor de los adultos- al anhelo inocente de Gelsomina de triunfar en televisión) y entre el devenir bucólico y el propio de las grandes metrópolis (el apego a la naturaleza de la familia encabezada por Angelica y Wolfgang es amenazado por un grupito de cazadores que circundan la finca y por la misma presencia de las sanguijuelas mediáticas, siempre prestas a explotar la ignorancia popular).
Pero más allá de este ciclo de descubrimientos cruzados de los sinsabores de la vida, el film también propone instantes de una poesía cristalina, esplendorosa, capaz de entregarnos a un padre que duerme en un catre en el medio de la nada, una niña “bebiendo” un rayo de luz, otra recibiendo un camello de regalo, o toda esa serie de exquisitas alegorías oníricas en torno al desenlace y sus consecuencias. El concepto principal que sobrevuela la obra de Rohrwacher es el del amor rústico, ese cariño que -a pesar de su tosquedad y su fundamentalismo porfiado, a la vieja usanza- guarda un cierto grado de inteligencia y definitivamente ayuda a defender a los seres queridos de los ataques de una coyuntura ventajista e intolerante para con las necesidades y recursos de la pluralidad de sectores que componen la sociedad. Aquí reaparece un tópico clásico de los relatos marginales, el de un Estado y unos mass media ciegos que no aceptan la diversidad y sólo buscan una triste monotonía a cualquier precio…