La trilogía de Miguel Gomes fue, sin dudas, uno (o él) evento cinéfilo del Festival de Cannes 2015. Es cierto que también se estrenaban los nuevos films de Philippe Garrel, Apichatpong Weerasethakul, Arnaud Desplechin, Jia Zhang-ke o Hou Hsiao-hsien, entre otros favoritos de la crítica “radical”, pero el director portugués presentó tres films distintos, programados en días diferentes, por lo que fue como seguir una serie de tres episodios, una suerte de ritual que reunió una y otra vez a su legión de fieles seguidores. La sensación que me dejó el tríptico fue algo contradictoria: por un lado fue una experiencia muy placentera y satisfactoria; por el otro, me pareció menos brillante que sus films previos, sobre todo en el caso del último trabajo (El encantado), que dedica demasiados minutos a la historia de unos criadores de pájaros y a las competencias en las que participan, además de abusar de los textos escritos (muy repetitivos) que distraen todo el tiempo la atención en detrimento de las imágenes, acompañadas también por temas como Perfidia o registros de archivo de la explosión de la música bahiana. De todas maneras, la apuesta por combinar otra vez ficción histórica con documental social, más una estructura literaria en episodios y música popular (grasa y bella a la vez) para articular los clásicos cuentos de Scheherezade ya no en Medio Oriente sino vinculados con la cruda realidad de la crisis económicos, social y política portuguesa y las historias de vida de personas comunes funcionó muy bien. Una acumulación desmedida (por momentos genial, en otros quizás un poco irritante) de situaciones que van de lo absurdo a lo trivial, de lo emotivo a lo desgarrador con testimonios reales y escenas en las que se busca subrayar el artificio que ratifican a Gomes como uno de los cineastas más creativos y audaces de la actualidad. El primer film (El inquieto) arranca como un documental de protesta sobre la crisis en los astilleros Aveiro en Viana do Castelo. Ese ámbito, donde se construyeron decenas de barcos para todo el mundo, está prácticamente paralizado desde 2009 y 600 de sus 2000 trabajadores están a punto de perder sus puestos, en medio de un plan económico que apunta a recortes presupuestarios, privatizaciones y despidos masivos. Luego aparece el propio Gomes y su equipo en un pasaje lúdico de cine dentro del cine para después exponer las consecuencias de una plaga de avispas. Más tarde, sí, aparece el personaje de Scheherezade (Crista Alfaiate), esposa del rey, y encuentros con magos, y hombres con imponentes erecciones, y la historia real de un hombre que es llevado a juicio porque su gallo canta a deshora y molesta al vecindario, e incendios forestales, y las desventuras cotidianas de unos desempleados, y las apariciones de unos banqueros (lo más torpe y burdo del film) que exigen ajustes y pagos a los gobernantes. Así de cambiante, contradictoria y fascinante es la propuesta tragicómica del realizador. El segundo (El desolado) es el más arriesgado, virtuoso y fascinante del conjunto por más que una secuencia (una suerte de juicio en un auditorio al aire libre) se alarga en demasía. Comienza con la historia de Simâo, un viejo fugitivo al que las autoridades persiguen por las montañas, y prosigue con ninfas, drones, perros, el debut sexual de un joven, la insensibilidad de los organismos de servicios sociales y gente que pierde su departamento, mientras suenan desde Say You, Say Me, Rod Stewart o Roberto Carlos. Con el tailandés Sayombhu Mukdeeprom (habitual colaborador de Apichtatpong Weerasethakul) como nuevo director de fotografía, Gomes ofrece en los tres largometrajes notables imágenes en 16 y 35mm en pantalla ancha tomadas en pueblos como Resende o Santo António do Cavaleiros y -la parte histórica- en Marsella. La propia premisa del proyecto (tres largometrajes, más de seis horas de duración, múltiples relatos y formatos, registros en fílmico, actores profesionales y gente de la calle, grotesco histórico y realismo documental) hacía imposible pensar en una película sólida y concisa. Aquí hay algo del placer por la aventura, del delirio y del espíritu derivativo de Historias extraordinarias, aunque esta vez con un mayor énfasis puesto en lo social y por usar los relatos mitológicos con un sentido alegórico y político más fuerte. Gomes podrá ser acusado de muchas cosas (de arbitrario, caprichoso, pedante, pretencioso, exagerado), pero jamás de falta de creatividad o capacidad de sorpresa. El director portugués no se anda con chiquitas, se juega, se arriesga, en muchos casos va por todo y en esa apuesta a fondo a veces pierde, pero entre tanto cineasta previsible, pragmático y calculador su desmesura, sus múltiples búsquedas y hasta sus tropezones se disfrutan y se agradecen.
Cuentos para no morir Las mil y una noches (As 1001 Noites, 2015), última y ambiciosa obra del portugúes Miguel Gomes (Tabu, 2011) es un tríptico compuesto por tres largometrajes que funcionan a la manera de entregas de una misma obra y se titulan El inquieto, El desolado y El encantado. El antiguo crítico de cine convertido en cineasta no abandona su espíritu lúdico para retratar el Portugal de hoy en día, en plena crisis, sin renunciar a la imaginación, a cierto sentido de lo absurdo y a la voluntad de perder un poco el control. Miguel Gomes se inspira libremente en la estructura del libro homónimo en el que Scheherezade narraba un cuento, para sobrevivir a la sentencia del sultán, procurando siempre dejar cada fragmento inconcluso al amanecer y así ganar un día más de vida. El director toma algunos episodios y los traslada al Portugal actual azotado por la crisis económica. El disparador resulta el cierre de unos astilleros que dejarán a miles de familias en la calle. Gomes preocupado por la situación siente que su cine debe ser un reflejo de lo social. Así la primera parte comenzará de manera documental con un director huyendo del set de filmación al no poder encontrarle este sentido a su nueva película. Para los que vieron Aquel querido mes de agosto (Aquele querido mes de agosto, 2008), la continuidad resultará evidente, ya que el cineasta no renuncia jamás a una puesta en abismo de su proyecto fílmico en el interior de cada una de sus creaciones, jugando también con títulos y didascalias y muchos otros procedimientos que toma prestados de otras formas narrativas, con predilección por las formas populares, ya sean tradicionales o no (el lenguaje de los mensajes de textos hace aquí una aparición traicionera). Gomes da todo el sentido del mundo a la interpretación barthesiana del "larvatus prodeo": no avanza enmascarado sino mostrando su máscara. Y se rodea siempre en el camino de animales tan reales como fabulosos: el cocodrilo de Tabu da aquí de lugar a camellos, a una ballena con un vientre explosivo, a un pollo de pueblo demasiado charlatán que se convierte en el argumento central de unas elecciones municipales, en un pueblo en el que votar parece, ante todo, una gran broma, el perro que juega con su propio fantasma o la vaca juzgada. Bajo el espíritu cómico y acido, el propósito de esta libre versión de Las mil y una noches es doloroso y el ataque que representa es de lo más frontal. Gomes habla aquí de su país como de una nación moribunda, empobrecida y azotada durante los dos últimos años por leyes de austeridad votadas por un gobierno inculto al que se ridiculiza en el segundo episodio con un juicio surrealista. Cada uno de los "cuentos" de su maravillosa saga se ancla en la cruda realidad, cada una de sus historias es un hecho acontecido realmente y recogido para la película por un equipo formado por tres periodistas. La vitalidad sencilla y conmovedora del pueblo portugués está presente pero se parece más bien a los sobresaltos de una sirena extraviada sobre la arena. El tono de la película es tierno pero la crítica de la mascarada política está fuera de toda duda y, a pesar de su predilección por la fábula, Gomes no se anda con chiquitas.
Lisboa, fines de 2005. Estoy en un bar, sentado, esperando a un amigo que llega mucho más tarde de lo anunciado. Se disculpa –escuetamente, los portugueses no son gente que se disculpa mucho que digamos– y me explica que se retrasó porque fue a buscar un DVD de una película de un director nuevo que se llama Miguel Gomes y que parece que es muy buena. LA CARA QUE MERECES se llama, la película. A los pocos días me pongo a verla y después de una brillante escena musical que le da comienzo no entiendo más nada. O entiendo algo, pero no me causa gracia. Hay muchos hombres en una casa haciendo cosas extrañas y no me parece divertido –a mi amigo le hacía reír mucho- casi en ningún momento. Eso sí, la escena musical del principio era genial. Viendo AS MIL E UMA NOITES recordé mucho esa película y, especialmente, AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO, otra película que vi en Lisboa años después y que al principio me costó entender (la falta de subtítulos, admitamos, era un problema). Hay un espíritu bromista, como de comediante en el cine de Gomes, y uno tarda a veces en entender de qué va la fiesta. Pero cuando lo hace, como me pasó al volver a ver, subtitulada, AQUEL QUERIDO…, uno queda subyugado por el juego que el portugués porpone. Tengo la sensación que esta película tiene más que ver con esas que con TABU, aunque la última informa –de principio a fin– la idea del cuento, de la narración siendo narrada, del apilamiento de historias sobre historias que, mitad en broma mitad en serio, uno lo ve como ligado al cine de Mariano Llinás. El tríptico LAS MIL Y UNAS NOCHES intenta ser una sumatoria de todos esos distintos modos de hacer cine de Miguel Gomes: el bromista, el experimentador, el narrador compulsivo, el amante de la música un tanto grasa (aquí hay mil versiones de “Perfidia”, temas de Lionel Richie, de Carpenters y muchos más), el que procede por acumulación, el amante de las fábulas y los cuentos de hadas y el preocupado por la realidad social de su país. En ese combo masivo entran las mil y una historias que componen este filme, armado por Gomes un poco en base a historias reales contadas por personas que las vivieron durante la etapa más dura de la crisis portuguesa, de mediados de 2013 a mediados de 2014, pero tamizadas por el matiz de la ficción, o del híbrido, o eso que le gusta hacer al realizador de TABU que es una especie de “role playing”: cine como juego de niños, como fantasía de cuarto de hermanos en el que unos disfraces berretas y espadas de plástico nos transforman en piratas. Las historias que cuentan las tres partes en las que se divide LAS MIL Y UNA NOCHES van por distintos lados: algunas son casi estrictamente documentales, otras están enmarcadas en relatos más propios de sketchs cómicos, otras empiezan como lo primero y terminan como lo segundo, de la misma manera en la que AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO pasaba casi imperceptiblemente de la “realidad” a la ficcion. Las historias –muy distintas en duración, de las brevísimas a las extremadamente largas– están narradas por Scherezade, en plan similar al de los cuentos árabes, y todas hacen eje en la crisis política y económica de Portugal, algunas en plan cómico (hay animales parlantes y trucos sexuales) y otras más dramáticas (el desempleo en un embarcadero), pero siempre con la intención de demorar al sultán (o al FMI o a las autoridades políticas, digamos) para que no aprete más el cinturón a los habitantes. El propio director hace su aparición, como ya es costumbre, intentando explicar la intención de su proyecto y, al darse cuenta que no sabe cómo hacerlo, fugándose en medio de la producción. La segunda parte seguirá en similar tesitura, con otras historias de la crisis en Portugal. La primera se centra en un criminal que es buscado por la policía pero admirado por los habitantes de su pueblo, aún habiendo cometido horribles asesinatos. La historia de esta especie de bandido del Oeste da paso a otra que tiene lugar en una especie de estrado público y abierto en el que se presentan los casos más raros imaginables a una jueza que no puede creer lo que ve. El último y mejor episodio, acaso más dramático, tiene que ver con un perro que pasa de dueño en dueño en un edificio tipo monoblock en un barrio pobre de Lisboa ya que nadie puede mantenerlo. Es, acaso, el más emotivo y triste de todos, aún dentro de lo absurdo de muchas de las situaciones que se presentan. El tercer episodio es el menos logrado, salvo por su primera parte en la que vemos finalmente una historia protagonizada por la propia Scherezade, en la que se involucra con una serie de peculiares y exóticos personajes, especialmente uno de ellos que intenta conquistarla. La segunda parte arranca con una interesante idea –un grupo de especialistas en cantos en pájaros, que participan en concursos– pero se extiende demasiado, estirando algunas buenas ideas (la idea de que la competencia sea unos silbidos dentro de jaulas tapadas dan un clima absurdo a toda la situación) más de lo necesario, si bien los personajes que la habitan son interesantes y dejan en claro que la crisis social no les ha dejado mucho más que hacer que escuchar cantar a los pájaros. Este episodio tiene otro pequeño problema y es la cantidad de texto en la pantalla que debe ser leído, lo que lo vuelve un poco agotador. Si bien toda la película es básicamente una larga narración (y los que no entienden el cerrado portugués de Portugal estarán obligados a pasarse leyendo las seis horas del filme), al menos en las dos primeras el tono de voz juguetón y hasta pícaro de Scherezade le da un clima que el tercero no tiene. Pero más allá de los problemas que la película tiene, su ambición es admirable. La idea de hacer una película que apostando a distintos géneros, al absurdo, al humor y hasta a la fiesta se atreva a poner el dedo en la llaga en la crisis portuguesa es fascinante y hasta la propia lógica desmedida de esa ambición invita a los errores y a que el proyecto en sí sea un tanto desparejo. Me es inevitable –me pasó en TABU, lo sé– compararlo con el cine de Mariano Llinás y más a sabiendas que éste prepara tambien una película de seis o más horas con distintos géneros y estilos, siempre con la acumulación de aventuras y peripecias como motores centrales. No imagino que exista una competencia entre ambos a ver quien es más ambicioso, delirante y arriesgado, pero si así lo fuera los que ganamos, finalmente, somos los espectadores que creemos que el cine, aún para tratar las cuestiones más complejas, debe entenderse como una celebración, como una fiesta, como una comprobación que tanto dentro como fuera de la pantalla estamos todos vivos y queremos seguir estándolo.
Acá pueden leer los tres textos sobre la trilogía de Miguel Gomes, a cargo de Aníbal Perotti: Las mil y una noches: Volumen 1, El inquieto (As mil e uma noites: Volume 1, O inquieto) Las mil y una noches: Volumen 2, El desolado (As mil e uma noites: Volume 2, O Desolado) Las mil y una noches: Volumen 3, El encantado (As mil e uma noites: Volume 3, O encantado)