Crimen, castigo y malentendido
Este cuento lo he oído yo en América hace doce años; la escena tenía lugar en la campaña de Córdoba, el mozo volvía de Buenos Aires, [...] Es falso, señores. Son ciertos cuentos antiguos que corren entre los pueblos...", escribió Sarmiento en sus Viajes por Europa, África y América. Se refería a su viaje en diligencia entre Madrid y Andalucía en 1846, cuando le contaron como un hecho real la misma trágica historia que casi un siglo después le sirvió como inspiración a Albert Camus para concebir El malentendido. Que el nombre del escritor francés que tanto tiene que ver argumentalmente con el guión de Las mujeres llegan tarde no aparezca en los créditos del film quizá se deba a que la debutante Marcela Balza coincide con Sarmiento y opina que el cuento es anónimo y, por lo tanto, de dominio público. Como escribió Francisco Ayala respecto del autor de El extranjero, puede ser que también a ella la hayan impresionado "las peculiarísimas circunstancias de un asesinato en el que, por notable coincidencia, crimen y castigo estaban concentrados en la misma acción, de modo tal que la penitencia iba implícita en el pecado mismo". O -también puede ser el caso- que, por respeto, no quiso complicar al dramaturgo francés en una adaptación que resulta ser un malentendido más.
En fin, que la terrible historia del viajero que regresa al hogar para encontrar la muerte está, aunque se le han sumado y restado algunos rasgos fundamentales; que tampoco falta el hecho central, aunque las conductas de quienes lo ejecutan aquí hacen de ellos personajes discontinuos, inconsistentes y por ello poco creíbles (pese a los esfuerzos de un elenco que está muy por encima de lo que se le propone), y que el desarrollo todo de la acción tropieza con los mismos obstáculos y con otros: inconsecuencia, transiciones bruscas, solemnidad, diálogos explicativos o acartonados, situaciones forzadas. Se busca generar tensión y a veces suspenso para aumentar el efecto sorpresa del tramo final, pero el film no se decide por ninguna de sus posibles vertientes dramáticas. Se trata apenas de una lectura lineal y exterior de la anécdota, que confía en lo que se dice más que en lo que se ve y cuya puesta en escena, más allá de la atinada ambientación y la más que correcta fotografía suele apelar a recursos del culebrón de TV.