Las olas: Las memorias de Alfonzo.
“El mar es una expresión idiomática que no puedo descifrar“.
Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899-Ginebra 1986)
No es fortuita la comparación de la memoria y el mar, del reflujo constante, de la marea de recuerdos. Conocidas y manidas metáforas que se antojan anquilosadas y que jamás terminaron de definir ambas cuestiones; la vehemencia de la memoria, la testarudez del mar. Hasta que Adrián Biniez en “Las Olas”, juega con una nueva rosca al tópico que hacia el final recuerda ese cuento que tanto amaba el bardo porteño, “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu.”
Cercano también es en ambos, arguyo fantaseando un poco más las comparaciones que hago, el amor por esos relatos clásicos de R. L. Stevenson, Emilio Salgari, Jack London y porque no Julio Verne. Exótica mixtura que se reduce a la memoria partida de un hombre que nada.
Alfonso (un bucólico y hasta a veces apático Alfonso Tort) sale de trabajar y va al mar. Se sumerge en el agua y nada. Emerge en una playa donde estuvo de vacaciones con su familia cinco años atrás. Dando comienzo a un naufragio en la memoria de su historia, partida en siete recuerdos que no concluyen, solo se pierden en el siguiente, como si al inspirar el nadador, transmutaran como las corrientes marinas. Será así, todo el film, una suerte de metáfora del mar y los recuerdos en imágenes con Alfonzo adulto interpretando todas sus edades. Sutil el realismo mágico, como si se atemperara en costas más australes y atlánticas, que son las uruguayas, que las del cálido pacifico que tanto provecho sacaron al género. Las novias, los amigos, los padres y el amor. Las voces a veces sin rostro, otras hasta con la piel desnuda, se esparcen en siete ciclos que subtitula con una obra de la literatura de aventuras, como esa al principio que llama “La Isla Misteriosa” en la que no muestra a esa mujer que tanto amó que la hizo madre de su hija, a la que si vemos, como dejada atrás en una huida desesperada. Sale del mar, y solo encuentra la sombrilla y bolsos abandonados, corre a la casa, que han dejado sola como a la niña. O “La familia Robinson” y el recuerdo de los padres el aprendizaje rudimentario y clave de la medida y el amar a pesar de no estar de acuerdo.
Se recorta así una onírica sucesión que irá tomando forma, hablará del abandono, la amistad y el desamor, como del amor a dos novias, partido y puesto en el mismo lugar. Porque ella, la memoria, guarda por asimilación de pareceres, de sentimientos. Romperá entonces la magia la intervención del viaje temporal cuando el recuerdo se convierta en un inquisidor y pregunte sobre el futuro que no conoce. “Soñé que era el hijo de Lady Gaga” dirá Alfonzo respondiendo al sueño de un amigo adolescente de un mundo todavía lejano a esa estrella pop, y lo hace en cierta manera para acallar la tristeza del otro, ridiculizando ese onírico cuento que hasta ahí viene narrando el film. Como si el personaje escapara por un momento del relato solo para mofarse de él.
La novia que no fue, la esposa que abandonó y que lo abandonó a él, los padres, los amigos, una y otra vez se sumerge en las olas para surgir en otro instante, siete veces, siete títulos que puede que sean idóneos o no y que al final, verás querido espectador, no sabrás si es el hombre recordando una vida que fue en el mar que nada y atraviesa, o si es el mar recordando al hombre que nadó en él y dejó allí esparcida su historia que estrella constantemente en la costa.