Juguemos con la culpa
El caso de Dean Devlin es un tanto particular porque el neoyorquino fundamentalmente es conocido por su histórica seguidilla de colaboraciones con Roland Emmerich, ya sea en calidad de productor y/ o guionista, compuesta por las más o menos simpáticas Soldado Universal (Universal Soldier, 1992) y Stargate: La Puerta del Tiempo (Stargate, 1994) y las chauvinistas e insoportables al extremo Día de la Independencia (Independence Day, 1996), Godzilla (1998) y El Patriota (The Patriot, 2000). Hace muy poco el señor, y ya con mucho pasado tras de sí luego de un prolongado derrotero televisivo adicional, se ha volcado a la dirección con Geo-Tormenta (Geostorm, 2017), un mamarracho símil cine catástrofe que no tenía nada que envidiarle a los films de su otrora compañero de correrías por el volumen de CGI desperdiciado en una trama de lo más anodina, pueril y derivativa.
Contra todo pronóstico hoy Devlin se aparece con el que podemos definir como el trabajo más pequeño y satisfactorio de su carrera, Latidos en la Oscuridad (Bad Samaritan, 2018), un relato de suspenso clasicista en sintonía con Alfred Hitchcock y Brian De Palma pero sin el talento de ninguno de los dos: más allá de este detalle, y considerando que el director cuenta con una pretensión artística igual a cero ya que lo que busca es crear un producto hecho y derecho, la verdad es que la película sorprende para bien porque se abre camino como una propuesta entretenida en la que se combinan la premisa del “doble villano” (o mejor dicho, la del antihéroe promedio sumado a un personaje abyecto en serio, los dos cazándose mutuamente) y una invasión a la intimidad que recuerda a la conmoción de El Juego del Terror (The Collector, 2009), ahora reteniendo el sadismo aunque no las trampas.
La historia se centra en Sean Falco (Robert Sheehan), un muchacho que trabaja de valet parking en la puerta de un restaurant junto a su amigo Derek Sandoval (Carlito Olivero), con quien tiene un “negocio paralelo” alrededor de la modalidad delictiva de entrar a las casas de los burgueses/ clientes de alto poder adquisitivo para robar mientras ellos están comiendo. Por supuesto que eventualmente Sean ingresa a una vivienda con un secreto bien lúgubre, la del cuarentón y ricachón Cale Erendreich (David Tennant): allí el joven encuentra atada y golpeada a la pobre Katie (Kerry Condon) en un cuarto de la mansión de turno y hasta se topa con una serie de “utensilios” para desmembrarla en el garaje. Sin poder liberarla, decide marcharse y hacer una llamada telefónica a la policía que deriva en la nada misma porque los oficiales no entran al domicilio de Erendreich, el cual por cierto consigue sacar a la cautiva del lugar y llevarla a una cabaña alejada para continuar sin interrupciones sus rituales de sometimiento, todo para colmo con el objetivo manifiesto de empezar a atormentar a Falco después de identificarlo como el responsable de la denuncia.
A pesar de su generosa duración, nada menos que 110 minutos, el film resulta atractivo por tres factores principales: la primera mitad de la trama obedece a un semi relato en tiempo real muy agitado y abarca la noche del descubrimiento de la mujer y el comienzo de la progresiva culpa de Sean, por otro lado los dos actores cruciales -Sheehan y Tennant- están muy bien en sus respectivos roles, el primero aportando sensibilidad y el segundo desparramando mucha crueldad, y finalmente la película recupera un viejo concepto del cine comprometido en términos sociales, vinculado al hecho de que los ricos son unos parásitos soberbios y repugnantes y los pobres como Falco soportan silenciosos los embates para vengarse luego. Jugando tanto con la caprichosa “credibilidad” individual (nadie tiene en cuenta al protagonista) como con las habituales decisiones equivocadas (el no salvar a Katie se transforma en el fantasma de Sean), Latidos en la Oscuridad es un producto ameno que maquilla sus limitaciones y sobrepasa su previsibilidad de fondo a través de un ritmo narrativo ágil centrado más en los personajes que en los golpes de efecto y sus derivados…