Unidas por la desgracia.
Una de las constantes más notables del cine italiano ha sido el retrato de la unidad familiar, tanto la tradicional basada en vínculos consanguíneos como la que podemos definir como “social”, la construida en la adultez según criterios de afinidad, esquivando a las personas indeseables y favoreciendo el contacto con las que compartimos un marco simbólico de referencia. Las distintas modalidades del tópico -desde la naturalista y celebratoria hasta la grotesca y sarcástica- se han mantenido invariablemente como un rasgo de estilo de la producción audiovisual del país, en un trayecto que comienza con la primera generación del neorrealismo (durante la década del 40) y se extiende hasta nuestro presente (por supuesto con todos los desniveles cualitativos del caso). A pesar de que el resto de Europa también ha manifestado un gran interés sobre el devenir familiar, para Italia es un verdadero fetiche.
Así como de vez en cuando nos encontramos con joyitas -dentro del rubro en cuestión- como El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013), de la misma forma resulta inevitable que nos topemos con películas de “medio pelo” en la línea de Latin Lover (2015), un opus que por un lado se presenta como deudor del bastión anteriormente citado y que por el otro se autoimpone un cerco cinéfilo que pretende invocar la sombra e idiosincrasia de obras maestras cada día más inalcanzables, en especial 8½ (1963) y Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988). Utilizando como excusa el reencuentro de un clan con motivo del décimo aniversario del fallecimiento del patriarca, un afamado actor que ha plantado su semilla en la friolera de cinco naciones, el film recorre el típico camino de las rencillas internas sustentadas en sentimientos tan humanos como la envidia, la aversión o el rencor.
Las señoritas de turno, y algunas de sus respectivas madres y parejas, coinciden en el hogar de Rita (el último trabajo de Virna Lisi, quien dejó este mundo en 2014), una de las tantas mujeres de Saverio Crispo (Francesco Scianna), el donjuán del título. La italiana Susanna (Angela Finocchiaro), la francesa Stéphanie (Valeria Bruni Tedeschi), la española Segunda (Candela Peña), la sueca Solveig (Pihla Viitala) y la norteamericana Shelley (Nadeah Miranda) constituyen los vértices de un pentágono en estrecha dependencia emocional con los vaivenes de lo que fueron la vida amorosa de Crispo y sus films, cada uno de ellos funcionando como un pretexto para abandonar a la consorte de ese momento y conocer/ embarazar al siguiente “eslabón” en la cadena. La propuesta rebosa de buenas intenciones pero termina en una espiral descendente debido al cúmulo de clichés y un tono insustancial.
Indudablemente la directora Cristina Comencini intentó construir un homenaje a un período de oro que quedó en el pasado lejano, aunque en el trajín se le fue la mano con el simplismo nostálgico y acrítico para con el contexto que engendró a todas esas leyendas que hoy parecen tan inocentes, si las comparamos con los representantes de la industria cultural contemporánea (para colmo desperdicia a actrices de la talla de Lisi, Bruni Tedeschi y la sublime Marisa Paredes como Ramona, la madre de Segunda). Si bien resulta loable la decisión de “saltearse” el cinismo que copó el espectro comunicacional italiano a partir del advenimiento y lento ascenso al poder de Silvio Berlusconi, Latin Lover no logra ir más allá de las peleas fatuas centradas en las polleras y los vástagos, limitando la ofrenda al eje meloso y a la recurrencia de una comedia de situaciones que nunca termina de despegar…