Con seis años de retraso llega a la cartelera argentina la primera película de Arnaldo André como director, un melodrama basado en un caso real.
Justino es un niño que vive durante la década de los 50 en San Bernardino (Paraguay), un lugar donde no pasan muchas cosas y lo más interesante es una fiesta del pueblo o la llegada de la Virgen de Caacupé. Después de la muerte de su padre, y entre su trabajo como cartero y la escuela alemana donde empieza a estudiar sin saber nada de ese idioma, es que se sucede la película.
Pero lo que era, a simple vista, un coming of age se va difuminando cuando otras historias que parecían ser secundarias comienzan a tomar protagonismo. Porque más allá de que el niño conoce en la escuela a una chica que se convierte en su primera ilusión amorosa, pronto el foco estará en otra historia de amor: la de su profesora y un misterioso ex oficial nazi escondido. Con la excusa de trabajos escolares comienzan a escribirse cartas en alemán que Justino no entiende y cuya función, por lo tanto, tarda en comprender. Así que pronto él se convierte en un mensajero entre ambos.
En el medio se van sucediendo otras cosas pero es esta historia protagonizada por Julieta Cardinali y Mike Amigorena, ambos forzando extraños acentos, la que se vuelve central. Y Justino, el que mira y observa, y la trama de su despertar sexual se ve opacada.
Mientras la que pretende ser la trama principal nunca acaba de desarrollarse, hay una galería de personajes que terminan de pintar la época y el contexto, pero todo se va sintiendo un poco superficial, anecdótico.
A nivel estético y narrativo el film tiene un estilo telenovelesco, apenas un poco más sobrio. La puesta en escena y los vestuarios de época lucen muy precisos. La banda sonora de Derlis González parece un poco invasiva al principio, pero consigue, de a poco, amoldarse al relato.
La ópera prima de Arnaldo André es un relato sencillo y tierno al que le faltaría un poco más de profundidad a la hora de tratar ciertas temáticas.