Apocalipsis gastado
La película parecía empezar bien: una estación de servicio perdida en el medio del desierto, una serie de personajes que se cruzan, bastante polvo. En ese contexto aparece de pronto un ángel sin alas (Paul Bettany), descarga armas y les dice que se vino el apocalipsis (cosa que ellos no sabían porque estaban incomunicados) y que van a tener que aguantar en la estación el ataque de los poseídos. Hay que esperar a que nazca el bebé de la moza que trabaja ahí, que va a ser la última esperanza de la humanidad.
Hasta ahí uno podía imaginar ciertos aires de John Carpenter (Asalto al presinto 13) mezclados con esa nueva corriente de temática católica con efectos digitales que el cine actual descubrió, por ejemplo, con Constantine. Tenía su encanto: ya llegó el fin del mundo y nos quedamos atrapados en un local polvoriento. Pero muy rápido nos damos cuenta de que aunque la idea podía servir, lo que se hizo con ella es bien poco.
Había indicios desde el principio: los diálogos explícitos que describían perfectamente la situación en menos de diez minutos y en los cuales se menciona la palabra "fe" por lo menos cinco veces, posiblemente más. Las actuaciones acartonadas (préstese especial atención a la cara de Dennis Quaid). Los "rasgos característicos", que se distribuyen a razón de uno por personaje para que entendamos bien fácil "cómo son", los chistes que aligeran la atmósfera. Ya cuando aparece la vieja, la cosa empieza a desbarrancar.
Lo que molesta de Legión de ángeles no es que recurra a los lugares comunes propios del género (eso sí: no falta ni uno), es el hecho de que ni siquiera se molesta en armar una película alrededor de ellos. Ejemplo mínimo: la primera noche que nuestros personajes tienen que pasar atrincherados y con metralletas hasta los dientes. Hay una escena de muchas balas (no se ve tanto, pero hay varios planos de cartuchos vacíos que caen al piso, así el espectador "entiende" que están tirando muchas balas). Después, sin motivo aparente, los posesos se cansan y se van. Listo, pasó la escena de acción de rigor. Ahora llega el momento de las "conversaciones": uno a uno, la película va mostrando diálogos de personajes en los que, por ordenado turno, cada cual expresa sus problemas, sus traumas del pasado y revela su "interioridad" a la vez que nos demuestra que tiene que cambiar.
Pasa la noche, pasa el día siguiente. No se muestra realmente nada. Y así, los "momentos necesarios" se van sucediendo sin orden o necesidad. Después viene la escena con el nene poseído, que no podía faltar. El momento en el que el protagonista descubre su misión. Incluso un flashback bastante horrendo en el cual vemos al ángel explicar el conflicto con otra conversación ridículamente explícita y con ambientación cuasi fascista. No falta nada, excepto un verdadero desarrollo de los personajes o de la situación, o algo que termine de involucrar al espectador. Pasan cosas en la pantalla, pero no nos importan demasiado. Y ni siquiera hay tanta acción.
Se habla hasta el cansancio de la fe, la esperanza, palabras con resonancias teológicas, de Dios que no sabe lo que quiere. Todo es muy importante. Pero es claro que esta película no tiene verdadera fe en sus personajes, sus criaturas. No podemos entrar en el mundo de Legión de ángeles porque no hay oxígeno en él, nadie que respire.
A diferencia del buen cine de género, que puede asumir los lugares comunes y trascenderlos, apropiárselos, esta película sigue una receta fácil (o por lo menos obvia) para una producción bien hecha. Y la torta resulta un tanto insípida. No hay una idea por la que se juegue (más allá de "los hombres son malos"), no termina de darle humanidad (lo cual requeriría el tiempo verdadero para un desarrollo) a su apuesta, no se juega por lo abstracto, se queda a medio camino, sin entretener ni comprometer a nadie.