CALOR, TEATRO Y DEMONIOS CRIOLLOS
Ya desde el arranque, con una voz en off que discute la veracidad de lo que está contando, Legiones se plantea como un ejercicio autoconsciente, y aunque más adelante el tono se vuelva un poco más “serio”, esa ligereza general le permite sortear algunos de los problemas que tiene. La historia transcurre en dos tiempos: los años 80 en la selva misionera, donde Antonio, un joven brujo chamán, intenta proteger a su hija de los demonios que la acechan, y el presente, con el protagonista ya anciano, internado en una institución de salud mental. Ese mal que parecía haber quedado en el pasado reaparece, y Antonio tiene que idear un plan para fugarse y salvar a su hija, que lleva años sin hablarle.
Uno de los grandes inconvenientes que suele tener el cine de terror nacional está ligado a las actuaciones, que casi siempre parecen estar en un tono disonante, que atenta contra el verosímil. Acá la suerte es otra: el acierto de poner a un intérprete sólido como Germán de Silva en la piel de Antonio abre la posibilidad para que Fabián Forte juegue con distintos registros, que van del horror pleno a la comedia, y que por lo general funcionan. El caso de los secundarios también es notable, en especial con el grupo de pacientes de la institución que lleva adelante una adaptación teatral de las experiencias de vida de Antonio. En esos ensayos, y en los intercambios que se dan sobre la representación del horror y su credibilidad, es donde la película explota su veta más auténtica, vinculada a la parodia y a los límites del género en el que se inscribe.
Cuando quiere decantarse por una resolución más cercana a lo fantástico (y, además, busca generar emociones a partir del vínculo paterno filial), Legiones se entorpece. Toda la secuencia final carece de la singularidad previa, e incluso pareciera perder un poco la pericia técnica y la creatividad artesanal; esa fuerza combinada que hasta entonces nos había ofrecido poseídos y demonios a la altura de los ejemplos emblemáticos, de Linda Blair para acá. A pesar de esto, por un buen rato la película de Forte consigue dar forma a una suerte de horror criollo; una manera de entender el género alejada de la tentación de lo bizarro, y con una convicción por entretener y asustar en partes iguales. No es poco.