La eterna reconstitución
Las entradas de la franquicia Lego se volvieron una suerte de placer culpable para muchos adultos porque si bien las fórmulas narrativas están indudablemente emparentadas con el cine infantil, a decir verdad el manojo de referencias y el contexto nostálgico resuenan fuerte entre los espectadores más entrados en años, especialmente los de 30 para arriba. En Lego Ninjago: La Película (The Lego Ninjago Movie, 2017) ya se nota un poco de cansancio en las premisas de base pero la experiencia en general todavía cumple en lo que respecta al arsenal cómico y aventurero, un esquema que combina por un lado muchos chistes autoconscientes acerca de los estereotipos que trabaja el relato y por el otro una serie de secuencias de acción enmarcadas en un ridículo controlado por la idiosincrasia de los juguetes en cuestión y de las “figuritas” humanas protagónicas que los complementan.
Considerando que hablamos de un enorme vehículo para explotar/ posicionar los productos de la dinamarquesa The Lego Group, la compañía dedicada a la fabricación de juguetes más grande y poderosa del mundo (superando en ventas a otros monstruos del rubro, como por ejemplo las norteamericanas Mattel y Hasbro), la obra cinematográfica que nos ocupa es bastante potable y se las arregla para mantener viva -con dignidad y una buena dosis de desenfreno- aquella llama que encendieron las superiores La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2014) y Lego Batman: La Película (The Lego Batman Movie, 2017). El cóctel narrativo se repite al pie de la letra porque aquí volvemos a encontrarnos con un tirano que pretende destruir la ciudad de turno, construida por supuesto con esos coloridos ladrillos de plástico de siempre, y una bella reconstitución personal/ familiar por parte del protagonista.
La propuesta mantiene además la tradición de mezclar el mundo real con el imaginado para el “entorno Lego” ya desde el mismo prólogo, cuando un niño (Kaan Guldur) entra a una tienda de antigüedades y se topa con el dueño, el Señor Liu (Jackie Chan), el cual le comienza a relatar la historia en sí del film. Ninjago es una ciudad que funciona como la sede de una eterna lucha entre el malvado Lord Garmadon (Justin Theroux) y una fuerza secreta de ninjas comandada por el Maestro Wu (Chan de nuevo), nada menos que el hermano del villano. La cosa se complica todavía más porque el verdadero protagonista de la faena es Lloyd (Dave Franco), a su vez hijo de Garmadon y miembro del equipo de ninjas, quienes -al igual que el “malo, súper malo”- controlan robots gigantes capaces de las más grandes y estrambóticas hazañas. Desde ya que la trama canaliza semejante revoltijo sentimental hacia un eventual viaje de reconciliación entre el padre abandónico y su hijo hiper sensible, un joven que desea acercarse a su progenitor en una coyuntura de lo más bizarra que nuclea citas a los enclaves de las artes marciales, los mechas y hasta el anime.
Hay que ser justos con el film y en primera instancia afirmar que podría haber sido mucho más gracioso si no apostase tanto a seguro en el ámbito retórico más macro (aun así el metraje incluye un cúmulo de gags tan inteligentes como adorables, bien en sintonía con los del resto de la saga), no obstante Lego Ninjago: La Película asimismo padece de elementos contextuales que escapan al margen de influencia de la obra en sí, como el hecho de que la susodicha explota una línea de juguetes no muy conocida por el público masivo (los Lego Ninjago empezaron a producirse en 2011 y apuntan en especial a los consumidores más pequeños) y el detalle de que las dos entradas previas venían bendecidas de antemano (La Gran Aventura Lego representó toda una novedad dentro del cine infantil porque nos ofrecía un espectáculo fastuoso con los bloquecitos conocidos por todos, y por su parte Lego Batman: La Película le sacaba el jugo al costado más freak del famoso personaje de Bob Kane y Bill Finger). No hay que escarbar demasiado para hallar la melancolía de fondo del relato, su mayor fortaleza por cierto, esa tendencia a la remembranza implícita de una niñez más simple y reducida a los conflictos/ potencialidades familiares fundamentales, las cuales siguen marcando la vida adulta -para bien y para mal- en cada pequeña decisión…