Esta película fue mi favorita en la competencia por llevarse la codiciada estatuilla del Óscar en la categoría de Mejor Película Extranjera y hasta lo que va del año, una de las que más disfruté. Contando con todos los elementos visuales rusos: su simetría, su fotografía perfecta, casi les diría que para mí es un sello de su grandeza, también suma una estructura de tragedia, donde el destino muestra que no importa todo lo que haga el personaje principal, no podrá evitar su destino.
La película se da en una ciudad costera rusa, que demuestra no estar en su mejor momento ya que los botes están destruidos y los paisajes están retratados con los colores más fríos de cualquier paleta. Se centra, particularmente, en el personaje de Kolya, que se presenta como un tipo bastante rústico y en contra del sistema, pero con un dejo de nostalgia y fracaso porque pase lo que pase él nunca sale del mismo lugar donde estuvieron su padre y su abuelo. Una cosa es heredar una casa y otra no poder comprarla uno mismo. Sin mencionar que se queda sin trabajo.
El problema inicia cuando una empresa con un contrato con el Estado lo presiona para venderle su propiedad, la de su familia, para poder instalar una antena de telecomunicaciones. Se vale para luchar de la ayuda de un antiguo amigo del Ejército,
Dimitri, quien es ahora un importante abogado en Moscú. Pero todo esto también traerá cosas de su pasado mientras intentan hacerle frente a una corporación que promete con destruirlos. Me gustó mucho la lógica de la tragedia, donde el personaje cada vez se hunde más y tiene una idea de distanciamiento por esto mismo.
Ver la imagen de un chico contemplando el esqueleto de una bestia mítica demostrando que hasta los más grandes mitos y las más grandes historias, mueren. Sus más de dos horas no se sienten más que en cómo te avasalla lo que está tejiéndose sobre Kolya, un espectacular Aleksey Serebryakov que logra hablar con cada gesto, para mostrarnos un personaje lleno de matices y de frustración frente a un sistema que lo oprime hasta poder suprimirlo.
El resto del elenco se completa, sobre todo, con esa casa ubicada en un espacio privilegiado pero con todo el calor del hogar. No es un film demasiado feliz, como bien promete el argumento, pero Andrey Zvyagintsev logra meternos dentro de lo más básico y esencial del ser humano, en lo que podemos convertirnos y cómo podemos aplastarnos si nos olvidamos de hablarnos.